"He regresado de las profundidades del infierno, un viaje oscuro y tortuoso, para reclamar lo que me pertenece. Soy Lucía Casanova, la única heredera de una dinastía marcada por la traición y el secreto. Mis enemigos pensaron que podían arrebatarme mi legado, pero no conocen la furia que despierta en mí la injusticia. Ahora, con cada paso que doy, el eco de mi venganza resuena más fuerte. ¡El tiempo de la redención ha llegado!"
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Capitulo IV Cliente en potencia
Punto de vista de Dimitri
Llegue a la mansión Lombardi, ya que Guillermo Lombardi me había mandado a llamar, al llegar vi a Sebastián forcejeando con una mujer, baje de mi auto rápidamente, pero cuando llegue ella había golpeado al imbécil en sus partes sensibles y ella había logrado escapar. La mujer era muy hermosa, quedé encantado apenas la vi, lástima que todo paso tan rápido que ni tiempo tuve de saber quién era.
Después de discutir un rato con Sebastián entre a la mansión Lombardi, al parecer estaban celebrando algo, aunque sus caras eran más de funeral que de celebración.
“Dimitri, muchacho había olvidado que vendrías hoy”. Dijo Gulliermo caminando hacia mí.
“Siento interrumpir su reunión familiar, aquí te traigo los documentos que pediste”. Respondí mirando a Guillermo.
“No tienes que disculparte, más bien comparte con nosotros la felicidad que sentimos al saber que seremos abuelos”. Dijo con una amplia sonrisa.
“Felicitaciones”. Dije mirando a la familia, y enfocando la mirada en Amelia, quien desvío me quito la vista de encima apenada.
“¿Te encontraste en la salida con Sebastián?”, pregunto Lucrecia mirándome con desdén.
“Así es señora, encontré a su hijo en una actitud bastante despreciable con una dama intentando obligarla quien sabe a qué”. Dije sombríamente.
“¿De qué hablas muchacho?, ¿Qué estaba haciendo mi hijo?”. Pregunto Guillermo furioso.
No perdí la oportunidad de decirle todo lo que había visto a Guillermo, no me perdería la oportunidad de desprestigiar a Sebastián delante de él.
Mientras hablábamos entro ese imbécil y me miró con disgusto al escuchar que hablaba de él, no pudo contenerse y empezó a decir una sarta de estupideces, pero yo tenía las pruebas de los rumores que se cernían a su alrededor y no perdí la oportunidad de divulgarlos delante de su familia, aunque sabía que la mayoría de esos rumores eran mentira, me sentía satisfecho por haber puesto en evidencia a Sebastián.
Mientras Guillermo se volvía hacia Sebastián, su rostro reflejaba una mezcla de incredulidad y decepción. “¿Es cierto lo que dice Dimitri? ¿Has estado involucrado en algo tan despreciable?”, preguntó, su voz resonando en la mansión.
Sebastián, claramente nervioso, intentó defenderse. “No es lo que parece, padre. Esa mujer estaba… estaba loca. Solo intentaba detenerla y quitarle...”, balbuceó, pero su tono no era convincente.
“¿Ayudarla? ¿A besarte a la fuerza?”, intervine con una sonrisa torcida, disfrutando de la incomodidad en el aire. “No se puede ayudar a alguien a la fuerza, Sebastián”.
Lucrecia cruzó los brazos y me lanzó una mirada que podía congelar el fuego. “Dimitri, esto no es un espectáculo para que tú te diviertas. Aquí hay más en juego que tu rencor personal”.
“Lo siento, señora Lucrecia, pero no puedo quedarme callado cuando veo que alguien abusa de su poder”, respondí sin apartar la vista de Sebastián.
La tensión era palpable y las miradas se intercambiaban como si estuvieran esperando una explosión. Fue entonces cuando Amelia, quien había estado en silencio todo el tiempo, decidió intervenir. “¿Por qué no hablamos de esto en privado? Este no es el lugar adecuado para discutirlo”, sugirió con voz suave pero firme.
Guillermo asintió lentamente, dándose cuenta de que la situación se había salido de control. “Tienes razón, Amelia. Vamos a hablar en el estudio”, dijo mientras se dirigía hacia la puerta.
Antes de salir de aquella casa, miré a Sebastián con una sonrisa satisfecha. “Espero que esta vez aprendas algo sobre cómo tratar a las mujeres”, le murmuré antes de marcharme.
Al cerrar la puerta de la mansión detrás de mí, sentí un ligero alivio. Había hecho lo correcto al proteger a esa mujer desconocida y al enfrentar a Sebastián. Pero aún había muchas preguntas sin respuesta sobre la misteriosa mujer que había cruzado mi camino ese día.
Subí a mi auto y conduje de vuelta a mi despacho, no es por nada, pero soy el mejor abogado del país, el día de hoy había ido a hablar con Guillermo Lombardi, ya que ellos requerían de mi colaboración; sin embargo, la situación se volvió tensa y ya no pudimos hablar, de igual manera los iba a rechazar, puesto que me había comprometido con otra persona a ayudarla en un caso. No conocía a esa mujer, pero hoy tenía una cita con ella y la estaba esperando.
"Señor, llevo su cita de las dos”. Dijo mi secretaria interrumpiendo mi trabajo.
"Dile por favor que pase”. Guarde los archivos que tenía en el escritorio y espere a que mi cliente en, potencia entrará.
Me quedé mirando fijamente a la hermosa mujer que acababa de entrar, el mundo era un pañuelo, ya que frente a mí estaba la dama con la cual Sebastián estaba discutiendo en la mañana.
“Buenas tardes, por favor tome asiento”. Dije sin apartar la mirada de tan hermosa mujer.
“Buenas tardes, señor Ivanov”. Respondió con firmeza y sin una pizca de sentimientos en su voz.
“Por favor llámeme Dimitri”. Quería ser amable, pero ella era muy seria.
“No estoy aquí en una visita de cortesía, quería contratar sus servicios, pero en vista de que es amigo de la familia Lombardi, entonces mejor busco a otro abogado”. Explicó mientras se levantaba de la silla para retirarse.
"Espere por favor, no malinterprete las cosas. No soy amigo de los Lombardi y mucho menos trabajo para ellos, si hoy me vio en aquella casa, era para aclarar algunas cosas,nada más”. Intente aclarar mi punto, pero está mujer era muy difícil de convencer.
“El simple hecho de que tenga una relación con esa familia, ya lo limita de poder ayudarme, le pido disculpas por haberlo hecho perder su tiempo”. Contesto ella de una manera tan distante y fría que parecía el polo norte.
“Las cosas no son así, solo fui por profesionalismo, ya que no pensaba aceptar trabajar con ellos, les fui a dejar unos documentos que me habían dado a revisar”. Dije con honestidad.
“¿Qué me garantiza que después de hablar con usted no va a rechazar mi oferta?”. Pregunto mirándome a los ojos.
Su mirada penetrante me puso nervioso, no entendía por qué esta mujer me hacía sentir así, nunca antes me había pasado y ahora no sé cómo reaccionar, yo un hombre de treinta años, me estaba completando como un adolescente.