En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Habitación prohibida
—Todo este lugar es tuyo, amor, pero esa habitación es el único lugar al que no puedes entrar —dijo Robert con firmeza.
Ancipiti se acercó y pasó su mano por la puerta, preguntándose por qué no podía pasar. Sin embargo, decidió evitar problemas y asintió con una sonrisa.
—Está bien, amor.
—Espero que te sientas cómoda en nuestro hogar. Cualquier cosa que necesites, puedes pedírsela a Michel.
Una chica de cabello negro apareció tras Robert, tenía una vestimenta blanca con negro, se veía muy cómodo. Michel, era una nueva trabajadora de la casa, había sido contratada para cuidar de Ancipiti y vigilarla.
Todas y cada una de sus acciones eran fríamente observadas e informadas a Robert con todo lujo de detalle. Aunque parezca amor lo que siente él, es más una obsesión por ella, porque se parece a una mujer o porque tiene sangre de la persona que más amo en este mundo y le rechazo puede ser cualquiera de estas razones.
Los días de Ancipiti eran aburridos solo pasaba recorriendo la casa y paseando por los grandes jardines hasta que un día caluroso, escucho algo de un trabajador antiguo del lugar.
— ¿Escuchaste que la señorita de la casa, al fin acepto a Robert? -Dijo con un tono de preocupación.
— ¡Si, que horror, podre chica después de todos esos años que estuvo encerrada! —Dijo con una mirada triste en su rostro.
—Pero al fin Robert tiene lo que siempre le ha pertenecido.
— ¡Pero la señorita no tenía nada que ver con eso! -Dijo de manera exaltada.
— ¿De qué lado estás? ¡Más vale que pienses antes de hablar el jefe te puede terminar cortando la cabeza!
—Lo sé, bueno dejemos el tema ahí, sigamos con el trabajo, no nos vayamos a meter en problemas. -Dijo mientras su mirada se cruzó con la de Ancipiti sin querer.
Al ver, que la vio uno de los trabajadores, se escondió, su cabeza estaba hecha un caos, no sabía con exactitud si era verdad lo que decían, pero quería saber la verdad.
— ¡Señorita Merlín estaba aquí, la estaba buscando! -Apareció de repente Michel.
— ¡Ohu! Lo siento Michel, me distraje por estar viendo las hermosas flores. -Dijo mientras regresaba a ver atrás.
—Bueno tenemos, que ir a descansar, ya mismo cae la noche
—Está bien, vamos.
Comenzó a ganar confianza, Michel ya no la vigilaba como antes. Ancipiti se acercó al trabajador que estaba de lado de Robert y que hablaba sobre ella, lo estaba esperando en una esquina del jardín donde no pasaba gente, cuando no estaba atento se lanzó sobre él. La tensión en el aire era palpable, como una cuerda a punto de romperse.
—¡Habla! ¿Qué sabes de mí? ¿Quién soy yo? —lo tenía contra el suelo, su voz era un filo cortante.
—Señorita, no sé nada, en serio, se lo juro. Déjeme ir, me meterá en problemas —balbuceó el trabajador, su voz temblando como una hoja en el viento.
—No estoy jugando —le apuntó con unas tijeras de podar al ojo, sus manos firmes como el acero.
El trabajador intentaba quitarla de encima, pero ella era persistente, una fuerza implacable. Hasta que le tapó la boca con un pañuelo y le clavó la tijera en el brazo. La sangre le salpicó en la cara, caliente y espesa, como un recordatorio de su propia furia. Solo lo quedó mirando y volvió a hacer la pregunta mientras aplastaba la herida del brazo.
—Te destaparé la boca, pero si intentas pedir ayuda, te aseguro que esta vez no será tu brazo. Así que dime, ¿qué sabes de mí? -Su mirada fría penetraba lo más profundo del alma.
El hombre asintió con una expresión de dolor, su rostro una máscara de sufrimiento. Comenzó a contarle todo lo que sabía, cada palabra eran un eco de sus propios recuerdos que volvían a la superficie.
—Esto tiene que ser una maldita mierda —dijo Ancipiti mientras se levantaba, dejando al trabajador atrás, su mente un torbellino de emociones encontradas."
Comenzó a sentir asco de todo lo que vivió al no saber nada y como Robert le había mentido descaradamente y se dirigió a la habitación la cual estaba prohibida, el eco de sus pasos resonaba en su cabeza mientras recordaba los cuerpos de su madre y su tío, el pasillo se volvió más largo, hasta que logro ver la puerta comenzó a correr, un sudor frío comenzó a deslizarse de su frente sus manos temblaban y se detuvo frente a ella.
“Ancipiti empujó la puerta con un crujido que resonó en el pasillo vacío. Al entrar, el aire estaba cargado con un olor rancio y metálico, una mezcla de polvo y sangre seca. La luz tenue que se filtraba por las cortinas rotas iluminaba manchas oscuras en el suelo, restos de la sangre que había perdido en su desesperación. Las esposas, aún manchadas de rojo, yacían abandonadas en el suelo, testigos mudos de su sufrimiento. Cada rincón de la habitación parecía susurrar secretos olvidados, y el eco de sus pasos resonaba en sus oídos como un recordatorio constante de su pasado.
Ancipiti salió tambaleándose de la habitación, con el corazón latiendo en sus oídos. Al cerrar la puerta, fue como si toda la energía la abandonara de golpe. Sus piernas cedieron y cayó al suelo, atrapada en un torbellino de recuerdos que se arremolinaban en su mente. Las imágenes de su madre, su tío y el sufrimiento que había soportado la golpearon con fuerza, dejándola completamente abrumada. Lágrimas calientes comenzaron a brotar de sus ojos mientras el peso de su pasado la aplastaba.
Sus emociones no estaban del todo bien; la adrenalina era demasiado fuerte. Sentía como unas manos sujetaban fuertemente sus brazos, escucho por un momento voces en su cabeza. Tenía la intención de matar a Robert en ese preciso momento, pero un golpe de realidad la hizo volver en sí. Se calmó y pensó en un plan para eliminarlo definitivamente.
Se dirigió a la oficina de Robert. La ropa que llevaba estaba manchada de sangre, su cabello alborotado. Llegó al lugar, tomó un gran bocado de aire y tocó la puerta. La voz de Robert sonó al otro lado, indicando que podía pasar. Sus piernas no querían moverse, pero su orgullo y furia le dieron el valor necesario. Entró.