Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
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capitulo 22
Huyendo del amor
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Narra Rachely Villalobos
No sabía qué me irritaba más: despertar abrazada a Daniel o la tormenta de emociones que me invadió al recordar cómo había llegado ahí. Sentí mi corazón latir con fuerza al recordar sus caricias, sus labios en los míos, y el modo en que me había mirado, como si yo fuera lo único que importara en el mundo.
No. No podía permitirme eso.
Me levanté de la cama en silencio, con cuidado de no despertarlo, y me miré al espejo. Me vi a mí misma: la Rachely Villalobos segura, altanera y decidida, lucía derrotada. No era capaz de manejar lo que sentía, y eso me aterraba.
"Esto no es amor. Es solo... confusión", me repetí mentalmente mientras me peinaba y me cambiaba rápidamente. Cuando Daniel finalmente despertó, con su cabello despeinado y una expresión de sueño que debería ser ilegal, lo eché de mi habitación con una excusa rápida.
Él no pareció ofenderse. De hecho, sonrió como si nada hubiera pasado. Como si ese beso y esa noche hubieran sido solo el comienzo de algo para él. Pero para mí... no podía ser.
Pasé el resto del día evitando cualquier contacto con Daniel. En la oficina, me refugié en mis pendientes y mis compañeros de trabajo, pero incluso así, sentía sus ojos sobre mí, atentos, analizando cada movimiento. Mi corazón se aceleraba cada vez que me miraba, y odiaba no tener el control.
Por eso, cuando Fernando volvió a buscarme, decidí que sería mi vía de escape. Él era todo lo opuesto a Daniel: dulce, calmado, y siempre me trataba con cariño. Acepté sus invitaciones a salir y, con el tiempo, lo dejé entrar en mi vida.
Cuando finalmente me pidió que fuera su novia, acepté sin pensarlo mucho. No lo amaba, pero me hacía sentir segura, y, sobre todo, me alejaba de lo que sentía por Daniel.
Sin embargo, no esperaba la reacción de Daniel.
Un día, mientras Fernando y yo hablábamos en la cafetería de la empresa, vi cómo Daniel pasaba por el cristal. Su mirada no podía ocultar los celos que lo consumían. Más tarde, en un pasillo solitario, me acorraló contra la pared.
—¿Qué estás haciendo, Rachely? —preguntó con una mezcla de frustración y furia.
—¿Qué te importa, Daniel? —respondí con un tono frío, aunque mi corazón latía como loco.
—¡Me importa porque no lo amas! —espetó. Sus ojos ardían de rabia, pero también de algo más profundo que no quise interpretar.
—¿Y quién eres tú para decirme a quién debo amar? —dije, cruzándome de brazos.
—Soy el hombre que te conoce mejor que nadie. El que sabe que estás huyendo de lo que sientes.
Eso fue suficiente para que perdiera el control.
—¡No quiero nada contigo, Daniel! ¡Ni contigo ni con estas estúpidas emociones que me haces sentir! ¡Me vuelves loca, y no en el buen sentido!
—Entonces, ¿por qué me besaste? —preguntó, acercándose peligrosamente.
—¡Porque eres insoportable! Porque no entiendo lo que me haces sentir y quiero que desaparezca.
—Rachely... —su tono cambió. Era más suave, más herido.
—Déjame en paz, Daniel. Si me quieres como dices, déjame tranquila —dije antes de alejarme, sintiendo mis ojos arder por las lágrimas que no quería dejar caer.
Me alejé de él, pero sabía que no podía huir para siempre. Porque, aunque no quisiera aceptarlo, algo dentro de mí me decía que Daniel Montenegro ya había marcado mi corazón de una forma que no podía ignorar.
[...]
Narra Daniel Montenegro
Verla alejarse de mí después de lo que dijo fue como un golpe directo al pecho. Había sentido rabia, celos, frustración, pero lo que más me dolió fue escuchar cómo negaba todo lo que compartimos. Sus palabras seguían resonando en mi cabeza: "Déjame en paz, Daniel”
Volví a mi oficina intentando concentrarme en el trabajo, pero era inútil. Las imágenes de Rachely con Fernando, sonriéndole, permitiéndole entrar en su mundo, me carcomían por dentro. Ella no lo amaba; podía verlo en sus ojos. Lo que estaba haciendo no tenía sentido, y ambos lo sabíamos.
El día pasó como un borrón, pero la noche fue peor. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro. Esa sonrisa que siempre me enloquecía, incluso cuando estaba llena de burla. Sus ojos, que a veces parecían tan seguros y otras tan vulnerables. Me estaba volviendo loco, y lo sabía.
Decidí que no podía seguir así. No podía dejar que ella se alejara más sin aclarar las cosas. Si ella quería odiarme, que lo hiciera. Pero al menos tendría que escucharme.
Conduje hasta su casa sin pensar demasiado en lo que diría. Ya era tarde, pero no me importaba. Sabía que sofia y Raúl no estaban y que Rachely probablemente estaría sola.
Toqué la puerta con fuerza, y cuando no respondió, saqué mi teléfono y la llamé.
—¿Qué quieres ahora, Daniel? —respondió con su tono usual de irritación.
—Baja. Tenemos que hablar.
—¿Estás loco? Es tarde, y no tengo nada que decirte.
—Entonces baja para escuchar lo que yo tengo que decir.
Hubo un silencio en la línea antes de que murmurara un resignado:
—Espera.
Cuando abrió la puerta, llevaba un pijama de dos piezas, sencillo pero que no hacía más que resaltar su belleza. Su cabello estaba desordenado, y su expresión mezclaba cansancio y fastidio.
—Habla rápido, Daniel. Estoy cansada.
Cerré la puerta tras de mí y me acerqué más de lo que debía.
—¿Por qué estás haciendo esto, Rachely? —pregunté directamente.
—¿Haciendo qué?
—Esto. Lo de Fernando. Lo de nosotros. Fingir que no sientes nada.
Rodó los ojos y cruzó los brazos.
—No estoy fingiendo nada. Lo único que siento es molestia por tu insistencia.
Mi paciencia estaba llegando al límite.
—¿Molestia? ¿Es eso lo que sentiste cuando me besaste? —pregunté, con un tono más duro del que pretendía.
Vi cómo su rostro se endurecía, pero también noté el leve temblor en sus labios.
—Eso no significa nada. No quiero nada contigo, Daniel. No lo entiendo, no me gusta, y no quiero entenderlo.
Me acerqué aún más, tanto que apenas había espacio entre nosotros.
—Mírame a los ojos y dime que no sientes nada. Dímelo, Rachely, y me iré ahora mismo.
Su respiración se aceleró, y sus ojos buscaron cualquier lugar menos los míos.
—Daniel, por favor...
—Dímelo —insistí, mi voz más suave esta vez.
Se quedó en silencio, y fue suficiente para saber que estaba mintiendo, no solo a mí, sino a sí misma.
—No voy a dejar que huyas de esto, Rachely. Puedes intentar ignorarlo, puedes esconderte detrás de Fernando, pero sabes tan bien como yo que esto no va a desaparecer.
Ella me miró con lágrimas en los ojos, pero antes de que pudiera decir algo, me alejé.
—Te daré tiempo, princesa. Pero no voy a rendirme contigo. —Dicho esto, salí, dejándola sola con sus pensamientos.
Esa noche, mientras conducía de regreso a mi apartamento, una sola certeza me acompañaba: ella podía negarlo todo lo que quisiera, pero lo que sentíamos el uno por el otro era inevitable. Y no pensaba renunciar a ella.