Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
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Isabel del castillo
༺ Narra : Isabel༻
El viaje de regreso a casa había sido muy largo, las horas parecían alargarse. Sin embargo, al fin había llegado. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que pude estar en mi hogar.
Pensar en reencontrarme con mis padres me llenaba de una mezcla de emociones. Me emocionaba la idea de verlos, de compartir momentos que tanto había extrañado. Pero al mismo tiempo, la expectativa de volver a ver a mi hermana me generaba cierta inquietud; para ella, probablemente mi regreso no significaba lo mismo. No logro comprender por qué me desprecia tanto. A menudo me pregunto qué habrá pasado para que nuestra relación se tornara tan tensa y llena de descontentos.
Me acomodé en la cama, observando a mi alrededor con atención. Todo lucía impecable y no podía evitar sentir una profunda gratitud por todo el empeño que mis padres habían dedicado a hacer posible mi regreso.
—Gracias, mamá, papá. Esto es simplemente maravilloso —exclamé, con una amplia sonrisa en el rostro.
—Me encanta. Mi habitación continúa exactamente como la dejé cuando me fui —añadí, recorriendo con la vista cada uno de los detalles familiares que me rodeaban, recordando los momentos vividos en ese espacio que tanto significa para mí.
—No hemos movido ni un solo objeto ni hemos alterado nada. Todo permanece como lo dejaste. Solo hicimos algunos cambios en tu habitación y le dimos una mano de pintura con el color que tanto te gusta. ¿Te parece bien? —preguntó mi papá, observándome con una mirada llena de expectativa.
—Sí, me encanta. De verdad, muchas gracias. Los extrañé muchísimo. La vida en Estados Unidos sin ustedes fue realmente difícil —les respondí, mientras una oleada de nostalgia me envolvía.
Mi mamá se acercó con ternura y, con delicadeza, tomó mi rostro entre sus manos. Me miró a los ojos con afecto, transmitiéndome su cariño y apoyo.
—Lo sé, querida, pero ahora estás aquí y mamá no te permitirá irte de nuevo. ¿Qué te parece si te das una buena ducha y luego bajas a comer? Prepararé tu platillo favorito —dijo mientras sonreía con calidez.
—Eso suena genial. Ahora voy a encargarme de que suban tu equipaje. Tú, mientras tanto, relájate un poco —añadió papá, dándome un suave apretón en el hombro que me reconfortó.
—Está bien, gracias. Los quiero mucho —respondí con sinceridad, sintiendo una oleada de felicidad.
—Nosotros también te queremos, Isabel —dijo mamá, acercándose y dándome un tierno beso en la frente que me llenó de cariño.
Mis padres abandonaron la habitación, dejándome sola para que pudiera organizar mis cosas a mi antojo. Comencé a observar cada rincón que me rodeaba, recordando todos los detalles familiares que me hacían sentir en casa. De repente, escuché un suave golpecito en la puerta.
—Adelante —respondí, llena de curiosidad por saber quién podría ser.
En ese momento, un par de empleadas entraron en la habitación, trayendo mis maletas consigo.
—Señorita, aquí están sus equipajes —dijo una de las empleadas con un tono amable y acogedor.
—Les agradezco mucho —les respondí, esbozando una sonrisa genuina.
—Estamos aquí para servirle. Bienvenida a casa —dijeron las empleadas con cortesía antes de retirarse, dejándome nuevamente sola en el espacio familiar.
Coloqué una de las maletas en la cama, y empecé a desempacar con calma. Saqué cada prenda de ropa, mis libros que tanto me acompañaban y algunos recuerdos especiales que había traído de mi viaje. A medida que los iba sacando, los colocaba sobre la cama con una sensación de nostalgia y satisfacción. Luego, repetí el mismo proceso con las demás maletas, organizando cada objeto con esmero en los estantes y cajones de mi habitación, asegurándome de que todo tuviera su lugar adecuado.
Mientras organizaba, inconscientemente miré el reloj que colgaba de la pared y me di cuenta de que ya eran las 6:59 de la tarde. Ya era momento de prepararme para la cena. abrí el armario y elegí la ropa que iba a ponerme para la ocasión.
Abrí la ducha y permití que el agua caliente fluyera, disfrutando de la sensación de relajación que proporcionaba. Me lavé el cabello y el cuerpo, notando cómo el cansancio acumulado del viaje comenzaba a disiparse. Tras unos minutos, salí de la ducha y me envolví cuidadosamente en una toalla.
Tomé asiento y saqué el secador para mi cabello. Mientras lo utilizaba, reflexioné sobre cuánto había extrañado estar en casa. El sonido del secador resultaba casi terapéutico, contribuyendo a mi sensación de bienestar y relajación.
Una vez que mi cabello estuvo completamente seco, decidí vestirme con la ropa que había seleccionado con anticipación. Elegí una blusa azul que siempre había sido mi favorita, una prenda que me hacía sentir especialmente bien, combinada con unos jeans cómodos que me permitían moverme con facilidad. Al finalizarme, miré nuevamente el reloj que colgaba en la pared; ya eran las 7:15 de la noche, y me daba cuenta de que se acercaba la hora de la cena.
Con ese pensamiento en mente, decidí bajar al comedor. Al llegar, me encontré con la grata sorpresa de que mis padres ya se encontraban allí, ocupados en los preparativos para la cena. El ambiente era cálido y familiar.
—¡Isabel, justo a tiempo! —exclamó mi mamá, mostrando una sonrisa radiante en su rostro—. Tu platillo favorito está casi listo, ¡no te lo puedes perder!
—Huele maravilloso, mamá. Estoy ansiosa por probarlo —respondí mientras me acercaba emocionada a la mesa.
—Toma asiento, hija. Esta es una ocasión para disfrutar de una buena cena en familia —dijo papá, indicándome una silla con un gesto amable.
Me acomodé en la silla y no pude evitar observar a mis padres mientras se movían con fluidez por la cocina, colaborando en cada tarea con una naturalidad sorprendente. Era un espectáculo que me llenaba de calidez y felicidad.
—¿Cómo fue tu viaje, Isabel? —preguntó mi papá mientras servía la comida en los platos, mostrando su interés genuino por mi experiencia.
—La verdad es que fue un proceso extenso, pero definitivamente valió la pena —respondí, tomando un sorbo de agua.
de la que ocurrirá con esta historia