El Horizonte De Nosotros

A medida que Chris maduraba, comenzó a ver con claridad las dinámicas disfuncionales que regían su hogar y las raíces del caos financiero que constantemente los atormentaba. Durante mucho tiempo, había observado cómo su madre, agotada por largas jornadas laborales, entregaba sin cuestionar todo su salario al padre de Chris, quien lo gastaba en proyectos fallidos, como la compra y reparación de autos viejos que nunca llegaban a funcionar correctamente.

El padre de Chris tenía además una peligrosa tendencia a abrir las puertas de su casa a cualquier extraño. Entre estos, se encontraba el predicador que se aprovechaba de la fe de los demás para enriquecerse, un hombre que ya había demostrado ser una amenaza para la estabilidad de la familia. Para Chris, era incomprensible cómo su madre podía seguir quejándose amargamente de su esposo, sin tomar ninguna acción para cambiar las cosas.

Mientras las cuentas pendientes se apilaban y los servicios básicos como el agua eran cortados por falta de pago, Chris empezó a aportar dinero con lo que ganaba . Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la situación no mejoraba. Cada centavo parecía desaparecer en el pozo sin fondo de la mala administración de su padre y la pasividad de su madre.

Lo que más enfurecía a Chris era la constante llegada de extraños a su casa, personas que no solo invadían su espacio personal, sino que también contribuían al desbalance financiero. Las visitas eran frecuentes y muchas veces implicaban gastos innecesarios, como comida extra o reparaciones urgentes por los destrozos que dejaban.

Un día, después de un corte de agua que dejó a la familia en una situación humillante, Chris enfrentó a su madre.

—Mamá, esto no puede seguir así —dijo con firmeza, mientras su madre intentaba ignorar el tema sirviendo la cena—. Tienes que empezar a administrar tu propio dinero. Papá no sabe lo que hace, y lo único que está logrando es hundirnos más.

Su madre lo miró con una mezcla de sorpresa y molestia.

—Tu padre tiene buenas intenciones, Chris. Siempre ha sido así.

—Buenas intenciones no pagan las cuentas —respondió él, agotado—. Y tú tampoco ayudas quejándote pero sin hacer nada para cambiar.

El colmo llegó una noche cuando su padre invitó a un joven desconocido a quedarse en la casa. La familia ya estaba abarrotada, y para Chris, la gota que derramó el vaso fue que le pidieran compartir su cama con el recién llegado.

—¿Qué? —preguntó Chris, incrédulo, mirando fijamente a sus padres.

—Es solo por una noche, hijo. No hay nada de malo en compartir —respondió su madre, tratando de minimizar la situación.

Pero Chris explotó.

—¡Esto es el colmo! —gritó, su voz temblando con una ira que rara vez había expresado—. ¡Ya basta de traer a extraños como si esto fuera un albergue! ¡No voy a tolerar esto más!

Todos quedaron paralizados por su reacción. Chris, usualmente reservado y tranquilo, rara vez levantaba la voz. Su madre intentó calmarlo, pero él continuó.

—¿Cómo esperan que esta casa funcione si todo lo que hacen es invitar problemas? ¡Papá no sabe administrar ni un centavo, y tú te quejas pero sigues permitiéndolo!

La tensión en la casa alcanzó su punto máximo. Por primera vez, Chris expresó su disgusto con claridad. El joven invitado se marchó esa misma noche,

Después de este incidente, la relación de Chris con su madre se deterioró aún más. Él la culpaba por adoptar un papel de víctima sin hacer ningún esfuerzo por mejorar su situación. A sus ojos, ella parecía incluso disfrutar de esa narrativa, como si la autocompasión le ofreciera algún tipo de consuelo en medio del caos.

Con su padre, la relación era aún más distante. Chris lo veía casi como un extraño, alguien que no aportaba nada positivo a su vida. Su indiferencia hacia él creció hasta el punto de que apenas intercambiaban palabras más allá de lo estrictamente necesario.

Al día siguiente, Chris se acercó a su madre decidido a confrontar el problema de manera más serena, pero sin dejar de ser firme. La encontró en la cocina, limpiando la mesa después del desayuno, y decidió aprovechar el momento de tranquilidad.

—Mamá, ¿podemos hablar? —preguntó, con un tono más suave que el de la noche anterior.

Ella lo miró con una mezcla de cansancio y preocupación, pero asintió.

—Claro, hijo. ¿Qué pasa?

Chris respiró hondo, intentando mantener la calma que había prometido tener.

—Mamá, es hora de que empieces a administrar tu propio dinero. Esto no puede seguir así. Yo te voy a ayudar, como siempre, pero tiene que haber una condición: vos tenés que tomar el control. Si no hacemos algo, vamos a terminar todos en la calle —dijo con seriedad.

Su madre lo miró sorprendida, pero no dijo nada, así que Chris continuó.

—No puede ser que se nos corten servicios básicos como el agua. Es una vergüenza, mamá. Además, hay algo más: ya no le vamos a pedir ayuda a la abuela, ¿de acuerdo?

—¿A mi mamá? Pero ella siempre ha querido ayudarnos... —respondió su madre, intentando justificar las cosas.

—No, mamá. La abuela es una señora mayor, necesita ese dinero para subsistir. No es justo que dependa de ella cuando nosotros somos los que tenemos que solucionar nuestros problemas. Además —agregó Chris, endureciendo un poco su voz—, ella tiene razón al criticar a papá. Nuestra situación financiera es caótica, y es por sus malas decisiones.

La madre de Chris bajó la mirada, evitando enfrentarse al peso de sus palabras.

—Mamá, entiendo que quieras ayudar a la gente, pero todo tiene un límite. Y papá… —hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Papá no sabe tomar decisiones financieras. Es pésimo en eso. Lo único que hace es empeorar las cosas, y no podemos seguir permitiéndolo.

Su madre dejó el trapo que estaba usando para limpiar la mesa y se sentó, visiblemente afectada.

—Chris, yo… Yo sé que no estamos haciendo las cosas bien, pero es difícil. Tu papá no va a cambiar, y yo… yo no sé si puedo hacerlo sola.

Chris tomó su mano, intentando transmitirle algo de fuerza.

—No estás sola, mamá. Yo te voy a ayudar, pero necesitas empezar a tomar decisiones por vos misma. No podemos seguir viviendo así.

Ella asintió lentamente, como si las palabras de su hijo comenzaran a calar en ella.

—Está bien, Chris. Voy a intentarlo.

—No, mamá. No es cuestión de intentarlo, es cuestión de hacerlo —dijo con firmeza, incluso por el bien de papá  y no solo de nosotros.

La conversación terminó con un acuerdo tácito. Chris sabía que no sería fácil cambiar años de patrones establecid, que su padre se iba a enojar, pero la alternativa es quedar en la calle. Su madre parecía dispuesta a intentarlo, y eso le daba a Chris un poco de esperanza en medio del caos.