En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 4
Empujo al sujeto contra la pared, inmovilizándolo con un movimiento rápido. Doblo su brazo, arrancándole un grito de dolor. Sin darle tiempo a reaccionar, pateo sus piernas, haciendo que pierda el equilibrio y caiga al suelo. Yo caigo con él, asegurándome de quedar encima. Mi rodilla se clava en su nuca, mientras presiono mi cuchillo contra su mejilla.
— ¿Qué buscabas, tesoro? –le digo, con una sonrisa vanidosa, mientras reviso si está armado.
Apenas le quito la pistola de la funda que lleva en la cadera, mi expresión cambia a una mezcla de burla y satisfacción.
— Esto me viene muy bien. Gracias por regalármelo, lindo.
El hombre se ríe, pero no es una risa de derrota, sino algo más oscuro. Me observa desde abajo con una sonrisa inquietante.
— ¿Por qué piensas que estoy solo, mujer?
Un escalofrío recorre mi espalda. Antes de que pueda reaccionar, siento el frío cañón de un arma presionándose contra mi nuca.
— Disculpa, preciosura, ¿podrías dejar a nuestro amigo? –La voz que habla es grave y amenazante, con un tono que congela la sangre–. O quieres que te volemos los sesos. Tú eliges.
Trago saliva, sabiendo que no tengo salida. Lentamente, retiro el cuchillo de la mejilla del hombre en el suelo.
— Eh... despacio. –El tono del hombre detrás de mí no deja espacio para errores–. Deja la pistola en el suelo... luego el cuchillo. Y levántate lentamente. Al menor movimiento raro, disparo.
Hago lo que me dice, odiándome por ello. Dejo caer la pistola al suelo, luego el cuchillo. Me levanto despacio, con las manos alzadas, permitiendo que el hombre bajo mí se libere.
Cuando me giro, veo a quien me había apuntado. Su rostro está marcado por cicatrices, con piercings y tatuajes que le dan un aire siniestro. Pero lo que realmente me hiela no es su apariencia, sino su mirada: oscura, cruel, sin un atisbo de humanidad.
Otro hombre aparece en el umbral de la puerta. Lleva un palo con clavos y parece más tranquilo, menos intimidante, aunque igual de peligroso.
— ¿Y esta quién es? –pregunta, señalándome con el palo.
— Un nuevo juguete. –El de la pistola sonríe con una vileza que me revuelve el estómago–. Mirko, usa una de las cuerdas y átale las manos
El hombre del palo, que parece llamarse Mirko, saca una cuerda de su campera y se acerca a mí. Sus manos son firmes, y ata mis muñecas con tanta fuerza que me arranca una mueca de dolor.
El hombre que inmovilicé antes se pone de pie, frotándose el brazo con molestia. Su mirada está llena de desprecio.
— Esta mujer es fuerte. Podría servirnos.
— Ya veremos. –El de la pistola guarda el arma y me empuja con brusquedad, haciéndome caer al suelo.
— Ustedes dos –les dice a los otros hombres–, revisen las demás habitaciones. Si no hay nadie más, bajen a la cocina del primer piso y busquen algo útil.
Los dos hombres obedecen, revisando habitación por habitación. No tardan en confirmar que estamos solos. Luego bajan las escaleras, dejando la habitación en un incómodo silencio.
Ahora estoy sola con el hombre de las cicatrices. Su presencia llena el espacio como una sombra pesada. Me observa desde arriba, con una mezcla de curiosidad y malicia.
— ¿Cómo es que una mujer tan bonita como tú sigue viva en este mundo? –pregunta, inclinándose hacia mí. Su voz es un susurro grave, casi un gruñido–. No pareces el tipo que se rinde fácilmente.
Su pregunta está cargada de intenciones que no quiero descifrar. Mantengo mi mirada fija en él, intentando ocultar mi miedo.
— He aprendido a sobrevivir. –Mi voz suena más firme de lo que esperaba, a pesar del nudo en mi garganta.
Él se ríe suavemente y camina hacia la ventana, echando un vistazo al lago. La nieve empieza a caer ahora, cubriendo el paisaje con un manto blanco que contrasta con la oscuridad en este cuarto.
— Va a ser una larga noche. –Su tono es casi casual, pero sé que está calculando sus próximos movimientos.
Mis manos están atadas, pero mi mente no deja de buscar una salida.