Cuarto libro de la saga colores.
Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.
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EN LA CAPITAL
...DAILA:...
Me marché con mis padres, a casa de su conocido, en la capital donde según ellos se daban los mejores eventos sociales de Floris. Roguina se mostró extrañada cuando empaqué mis pertenencias y me fui voluntariamente con mis progenitores, pero solo le bastó con un guiño de mi ojo para saber que planeaba algo.
En el carruaje me mantuve en silencio, sin mediar palabra, ya que aquel trato que hice con mis padres no incluía el hecho de que debía simpatizar con ellos. No me simpatizaban, no después de que hubieran hecho un acuerdo con un anciano de sesenta años.
Mi madre se aclaró la garganta, en el asiento de enfrente.
— Hija... ¿Qué has estado haciendo estos últimos meses? — Preguntó ella, como si le interesara en lo absoluto.
— Si te preocupa el que haya perdido mi virtud, tranquila, no he estado cerca de ningún hombre, al menos no lo suficiente para abrirle las piernas — Dije y se tensó, mi padre dejó de observar por la ventanilla y me dirigió una mirada impaciente.
— Había olvidado que tu lenguaje se estropeó después de conocer a Estela, si quieres tener éxito en conseguir esposo, tendrás que corregir tu vocabulario.
Le sonreí — Descuida, padre, sé cuando y en que lugares usar mi corriente vocabulario, como le llamas.
— Eso espero, a ningún caballero le agrada esa clase de lenguaje — Me recordó.
— Pienso que es que no les gusta que una dama les cante las verdades.
Mi padre respiró profundamente, para no empezar a reprenderme y mi madre le dió una mirada tranquilizante.
— Estuve con mis amigas, disfrutando de sus compañías, conocí a sus esposos y también a un duque, muy diferente a lo que ustedes dictan sobre como debe actuar un noble. Duque Dorian. ¿Han oído hablar de él?
Mi padre apretó su mandíbula — Claro, el escandaloso Duque de Floris, el que asesina y luego pregunta, el mismo que ayudó a la Reina Vanessa y luego se puso en su contra. Es un héroe, pero también un villano y eso me recuerda al esposo de tu amiguita, el susodicho resultó ser peor que ese duque, el mismísimo hermano de la reina, sin mencionar que estuvo preso en los campos de sal de Hilaria.
— Muy guapos también — Dije, para hacerle enojar, mi padre elevó una ceja.
— Espero que no te ocurra elegir a ningún caballero con comportamientos cuestionables...
— Padre, lo que importa es que sea noble y tenga muchas riquezas — Corté, cruzando mis brazos — ¿Ese conocido? ¿Es un lord?
— En realidad conocía a su padre, pero murió hace años, su hijo es quien vamos a ver.
— ¿Cómo se llama?
— Erick — Dijo mi madre, muy sonriente — Es un hombre joven y apuesto, tal vez y no tengas que buscar un prospecto en los bailes.
— Eso lo decidiré yo. ¿Al menos sabe de nuestra existencia?
— Claro, lamentablemente no tenía planeado ir a verlo, pero no creo que haya problema que nos aparezcamos de sorpresa.
— De haber traído a tus guardaespaldas te habría advertido sobre la mala imagen que ibas a dar al presentarte en su casa con unos hombres con pinta de matones, por cierto ¿Dónde los dejaste?
— Unos están cuidando mi propiedad en Hilaria y el que está conduciendo el carruaje es el único al que permití acompañarme.
— Tan poca seguridad podría ser riesgosa para una persona tan importante como tú — Me burlé y frunció el ceño.
— Si no dejas de actuar tan impertinente, voy a reconsiderar el trato.
Sonreí inocentemente y guardé silencio.
...****************...
Los días de camino fueron insoportable, no recordaba la estresante que eran mis padres y peor en los viajes. Por todo me regañaban y criticaban todo de Floris, las casas, los árboles e incluso las piedras.
En las posada era otro meollo, nunca estaban de acuerdo en elegir las habitaciones y eso era otro estrés. Pensar que tenía un mes para soportar sus estupideces, debido a los días de camino, el plazo se iba a iniciar cuando empezara asistir al primer baile.
Cuando llegamos a la ciudad me sorprendí, las calles estaban repletas de gentes y había muchos negocios.
El carruaje recorrió la ciudad y observé todo. Había mucho ruido y el desorden me abrumó.
En ese lugar nadie vestía como en Hilaria. Las mujeres usaban esos insoportables vestidos, yo estaba usando esas vestimenta y ya me estaban hartando.
Nos metimos en un vecindario y luego nos detuvimos frente a una casa de dos pisos, con muros y rejas negras.
Mi padre abrió la puerta del carruaje, tomé mis valijas y salí después de él.
Elevé mi mirada hacia la casa señorial.
Un poco más pequeña que la nuestra y que la casa de Roguina.
Era de buen gusto, tenía pareces rojizas y ventanas en arco.
— Señor ¿En qué puedo ayudarle? — Preguntó un mozo que se encontraba tras la reja.
— Dígale a Erick Delacroix que el Conde Richard Jed está aquí.
El sirviente se marchó hacia la puerta.
¿Delacroix? ¿Dónde había escuchado ese apellido?
El mozo volvió y abrió la reja.
— Lord Delacroix les pide que pasen, justo acaba de llegar de un viaje.
Mi familia entró y los seguí hacia la entrada.
La casa no tenía jardín, solo un amplio patio y unas escaleras largas hasta las puertas.
Entramos al vestíbulo, adentro era mucho más sencillo, no había casi cuadros ni adornos, solo una alfombra color vino que se extendía hacia las escaleras.
— Conde Richard Jed, tanto tiempo sin verlo — Dijo un hombre, avanzando hacia nosotros, tenía el cabello rojizo, la piel blanca y ojos verdes.
— Lord Erick Delacroix, un gusto.
Se ofrecieron apretones de manos.
El sujeto besó a mi madre en el dorso y luego pasó sus ojos hacia mí.
— ¿Quién es la dama?
— Ella es...
— Soy Daila Jed, hija del conde — Me presenté, con una reverencia.
Me correspondió.
— Encantado de conocerla, Lady Jed.
Solo sonreí débilmente ante su mirada atenta.
— La última vez que los ví tenía yo seis años, en ese entonces estaban ustedes casados, pero sin hijos ¿Cuántos tuvieron? — Unió sus manos.
— Tres, dos varones, que ya están casados por cierto y ella, mi hija menor — Contó el conde, como el padre ejemplar.
— Oh, vaya, qué rápido pasa el tiempo. ¿Y díganme? ¿A qué debo ésta encantadora visita? — El Señor Delacroix sonrió ampliamente.
— Disculpa que nos hallamos aparecido así sin avisar — Dijo mi madre, con tono meloso — Pero por la amistad que tuvimos con tu padre, quisiéramos pasar una temporada aquí en tu morada, claro, con tu consentimiento.
— Oh, no es ninguna molestia, pueden quedarse todo lo que quieran — El hombre se mostró más que dispuesto — Son bienvenidos.
Mis padres rieron.
— Muchas gracias, mi lord, es todo un caballero.
Casi puse los ojos en blanco.
— ¿Y qué los trae por aquí? — Preguntó Erick, sin molestarse en ocultar su curiosidad.
— Negocios — Cortó mi padre — Le hablaré de eso luego.
— Sí, claro, voy a ordenar a los mozos llevar sus pertenencias a las habitaciones de servicio y hablaremos con más calma en la cena.
...****************...
Después de bañarme y vestirme, estuve sentada en una de las sillas del comedor, comiendo en silencio mientras mis padres hablaban sobre el pasado y cosas sin importancia.
Necesitaba empezar con mi plan para librarme del casamiento con Lord Flitton.
Esperé el momento adecuado y aclaré mi garganta.
— Lord Erick — Dije y me observó desde el extremo de la mesa — ¿Asiste usted a muchos bailes?
Mis padres me observaron con advertencia. Habíamos quedado de que ellos iban a tocar el tema con mucha prudencia y tacto, sin dar a conocer nuestro plan, pero ya los platos estaban quedando vacíos y empezar con la búsqueda de un esposo era mi prioridad, no socializar y reírme de las sandeces que se estaban tratando.
— Sí, soy un hombre muy sociable.
— Me gustaría asistir a bailes — Dije, mostrando una postura de interés, observándolo detenidamente.
— ¿Tiene usted intenciones de casarse?
Ya tenía su interés, pero no debía darle más del necesario. Actuar como todas las señoritas casaderas era necesario para convencer a ese hombre de que moviera sus contactos para que nos invitaran a todos los bailes de la alta sociedad.
— Mi padre quiere expandir sus negocios ¿No es así? — Dije, cambiando mi mirada hacia él, mostrando una falsa admiración y cariño, para que el Señor Erick no se diera cuenta de que nuestra relación estaba mal.
— Sí, de hecho sí. Como le dije anteriormente, vine por negocios, la mejor forma de acercarme y ganar la confianza de las personas, es en las celebraciones y eventos de la sociedad — Mi padre bebió un sorbo de su vino.
— Sí, claro — Concordó el lord — Es muy cierto.
— Esperábamos, si no es mucha molestia, que usted nos ayudara a conseguir invitaciones — Sugirió mi madre — De ese modo podremos integrarnos a la sociedad de la capital.
Erick lo sopesó y me observó a mí.
— Señorita Jed ¿A usted también le interesan los negocios?
Me reí, como si lo hubiera tomado por una broma.
— Para nada, mi lord ¿Yo? ¿Una mujer? — Me llevé una mano al pecho y mis padres ocultaron el asombro en sus miradas, para ellos era como estar frente a Estela en persona, más preciso a la versión más joven — Solo quiero conocer personas en los bailes, me encantan esos eventos.
— Entiendo sus deseos, una señorita como usted debe permitirse disfrutar de los bailes.
— ¿Eso significa qué conseguirá las invitaciones? — Pregunté, fingiendo emoción.
— Haré lo posible.
Aplaudí — Muchas gracias, mi lord — Me recompuse rápidamente, fingiendo vergüenza — Perdone, Perdone, me he dejado llevar por la emoción.
— No se inmute, es normal que una señorita como usted se emocione con los bailes. No dudo en que con mi recomendación, mi lord, podrán entrar al próximo evento social y empezar a darse a conocer — Dijo el Señor Erick, mordiendo el anzuelo.
— Y nosotros le estaremos muy agradecido — Intervino mi padre.
Las conversaciones aburridas volvieron e incluso fui participe de ellas, para parecer interesada en las banalidades de la nobleza.
— Mi primo acaba de fallecer, de eso estaba en su entierro — Comunicó en un momento dado.
— Entiendo, lo siento mucho, mi lord — Dijo mi padre.
— Era un duque, para ser exacto.
Como si eso le aumentara importancia al difunto. Ese lord Erick era idéntico a mis padres. Genial. Tendría que soportar a otro noble prejuicioso y perfeccionista.
— ¿De qué murió? ¿De vejez? — Preguntó mi madre.
— No, era un hombre joven, murió por una enfermedad pulmonar que lo debilitó lentamente.
— ¿Dejó herederos?
Casi pongo los ojos en blanco ante las preguntas de mi padre, pensando únicamente en el título, como siempre.
— Un hermano, pero ese hombre es un irresponsable y un mujeriego. El título en sus manos sería una auténtica desgracia.
Mis padres soltaron gemidos de indignación.
— Es lamentable, hay seres que no piensan que sus comportamientos repercuten en la vida de los demás, para mal — Comentó mi padre y le lancé una mirada, obviamente lo decía por mí.
— Muy de acuerdo, mi lord — El Señor Erick sacudió su cabeza — Solo dejan reputaciones dañadas y perjudican generaciones.
Uy, qué cosa tan grave.
— Vaya que sí. Usted si sería un buen duque — Dijo mi madre y casi hago un gesto de náuseas.
— ¿Yo un duque? No podría — Dijo el Señor Erick, fingiendo modestia.
— Claro que sí, mi lord, su padre fue un buen hombre, muy recto y usted sin duda a adquirido esas fortalezas.
— Puede ser, pero no todos están en el lugar correcto — Se limpió la boca con una servilleta.
— Muchos están en los correctos y no saben lo que tienen — Dijo mi padre — Y es el caso del sujeto que heredó el ducado.
Ni siquiera lo conocían, solo dejaban guiar por las palabras del lord.
— Tal vez las cosas tomen un curso diferente — El hombre sonrió, muy confiado.
Después de la cena me retiré a descansar, me despedí alegando cansando y subí a la habitación.
Me quedé observando al techo, sin poder dormir.
Necesitaba prepararme para mi primer evento, debía usar todos mis encantos y mis estrategias para cazar a un caballero que fuera guapo, con buenos modales y tolerable. Eso me hacía sentir como mis padres, tratando a los hombres con ojo de comprador, pero es que ellos me habían orillado a eso, a casarme para librarme de Lord Flitton.
Lo que no deseaba, me iba a casar por conveniencia y no porque sintiera atracción o deseo. Albergaba esperanzas de que por lo menos el hombre que me aceptara me provocara aunque fuese una chispa de interés.
Cerré mis ojos y empecé a quedarme dormida.
— Hola — Dijo alguien contra mi oído.
Me hallaba en un salón vacío, con luces doradas y flores. Yo vestía un lujoso vestido color crema, que brillaba por los diamantes.
Me giré hacia la voz.
Un caballero con traje de acercó.
Las luces tan brillantes ocultaban su rostro.
— ¿Quién es usted? — Dije, mi voz se oyó en susurro.
— ¿Me olvidó? ¿Porque yo si la recuerdo.
Estreché mis ojos.
La luz se fue disipando.
Ese hombre.
No parecía el descuidado de hace meses, su cabello negro estaba corto y bien peinado, tenía el rostro más atractivo de lo común.
Me tensé.
— Usted...
— Me las va a pagar, ya lo verá. Me cobraré lo que me hizo.
Me tomó de las caderas y empecé a forcejear cuando hizo ademán de besarme.
Acercó sus labios carnosos y varoniles...
Me desperté de golpe, jadeando, tan alterada y desconcertada.
Una pesadilla.
Mi cuerpo se sentía agitado.
— No, ese idiota no — Gruñí, enojada por mi conciencia traidora, no tenía ni idea de porque había soñado con ese hombre, cuando ya hasta casi había olvidado lo sucedido — Está lejos y no volverá.
No, ese hombre no podía aparecer.