Issabelle Mancini, heredera de una poderosa familia italiana, muere sola y traicionada por el hombre que amó. Pero el destino le da una segunda oportunidad: despierta en el pasado, justo después de su boda. Esta vez, no será la esposa sumisa y olvidada. Convertida en una estratega implacable, Issabelle se propone cambiar su historia, construir su propio imperio y vengar cada lágrima derramada. Sin embargo, mientras conquista el mundo que antes la aplastó, descubrirá que su mayor batalla no será contra su esposo… sino contra la mujer que una vez fue.
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CAPÍTULO 11. Libertad compleja.
Capítulo 11
Libertad compleja.
La lluvia comenzaba a tamborilear sobre el techo del taxi cuando el conductor, un hombre de rostro amable y gesto paciente, giró brevemente la cabeza hacia atrás.
—Señorita, disculpe… —dijo con voz suave—. Ya llevamos más de cinco minutos dando vueltas por el centro. ¿Me podría decir a dónde se dirige?
Issabelle parpadeó, como si recién despertara de una pesadilla. Tenía las manos crispadas sobre su bolso y el cuerpo entero le temblaba.
Echó un vistazo por la ventanilla sin ver realmente nada. Su reflejo, desdibujado por las gotas, era lo único que le devolvía el cristal.
—No… no lo sé —susurró, y sus labios temblaron con esa confesión, como si decirlo en voz alta fuera el acto más valiente del mundo.
El conductor no dijo nada por unos segundos. Luego, con calma detuvo el vehículo a un costado de la vía, bajo el resguardo de unos árboles que amortiguaban el sonido de la lluvia.
—No hay prisa, señorita. Tómese un momento —agregó—. A veces uno necesita un respiro antes de saber a dónde ir.
Issabelle cerró los ojos. Respiró profundo. En su pecho, el corazón golpeaba como un tambor desafinado.
El pitido en su cabeza regresó con furia. Causándole un dolor excesivo en el lado izquierdo.
De pronto, un recuerdo atravesó su memoria como un relámpago.
Recordó que pronunció esas palabras. “Quiero el divorcio”. Y sin embargo, el vacío que ahora se le clavaba en el pecho no tenía nada que ver con la libertad.
Era algo más complejo, más oscuro. Era la sensación de haber perdido una batalla interna, de haberse roto por dentro y no saber cómo recoger los pedazos.
“¿A dónde voy?” se preguntó a sí misma. Aterrada. Porque en ese momento no podía recordar ni como se llamaba.
El hombre mayor bajó del vehículo con un paraguas que apenas lo cubría. Issabelle lo observó a distancia, cerró sus ojos, concentrándose en ese pitido ensordecedor que cada vez tomaba mas terreno en su cabeza.
El taxista volvió con un café para Issabelle, quizás el aroma o lo caliente del café le ayudó a recobrar sus sentidos.
—Lléveme hasta el aparcamiento de la 9 con B, por favor —comentó al fin, ahora con un poco de su lucidez.
El taxista asintió, arrancó suavemente el motor y condujo con cautela. El silencio del trayecto fue relajante. No hubo más preguntas. Solo la compañía gentil de alguien que entendía que a veces, lo mejor que uno puede hacer es simplemente estar.
Cuando el vehículo se detuvo frente a la pequeña casa de ladrillos rojizos, el cielo pareció tranquilizarse momentáneamente. La tormenta se reducía a una llovizna tímida, como si el universo también se diera un respiro.
Issabelle descendió, se aseguró de pagar y agradeció con una leve inclinación de cabeza.
—Es usted muy amable —le entregó su tarjeta de presentación al conductor—. Si algún día gusta cambiar de oficio, búsqueme. Estaré encantada de recibirlo como mi conductor.
El hombre asintió agradecido e Issabelle caminó hacia el edificio con pasos inseguros. Sabía que muy pronto podía presentar otro episodio y si se encontraba al volante, sería peligroso.
Se detuvo por un momento bajo la lluvia antes de acercarse a la puerta de Sofía.
Sacó su celular y marcó el número del doctor Moretti. Un reconocido cirujano.
—Issabelle, ¿Cómo te has sentido? Supongo que si decidiste llamarme al fin es porque...
—Sí —interrumpió—. Necesito realizarme ese estudio.
—Me parece bien. Te espero mañana a las ocho.
Comentó el doctor e Issabelle finalizó la llamada sin siquiera despedirse, su mente trabajando en automático le impedía analizar bien las cosas.
Tocó el timbre. Una, dos veces.
La puerta se abrió casi al instante.
—Issy! —Sofía apareció con una bata de algodón, el cabello recogido en un moño desordenado y los ojos grandes de sorpresa y preocupación—. ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?
Issabelle no respondió. Solo la miró, y en esa mirada había una súplica muda, un grito invisible.
Sofía abrió los brazos sin decir palabra y la atrajo hacia ella.
El abrazo fue largo. Denso. Real.
—Ven, pasa. Estás empapada —le dijo al fin, tomándola del brazo y llevándola al sofá del pequeño salón.
Issabelle se dejó llevar. Como una niña perdida. Se quitó el abrigo, aceptó la manta que Sofía le puso sobre los hombros y tomó la taza de té caliente sin mirar siquiera lo que contenía.
—¿Quieres hablar de lo que te pasó? —preguntó su amiga con dulzura.
Issabelle bajó la mirada. Tomó aire. Y entonces lo soltó.
—Le pedí el divorcio a Enzo.
Sofía la miró por un instante… y luego, sin poder contenerse, dejó escapar un chillido agudo y se levantó de un salto.
—¡¿Qué?! ¡¿En serio?! ¡Ay, por Dios, Issy, por fin!
Issabelle alzó una ceja, sorprendida por la efusividad. Sofía brincaba como si le hubieran dicho que había ganado la lotería.
—¡Lo siento! ¡Sé que estás triste y todo eso! Pero… ¡ya era hora! —dijo, arrodillándose frente a ella—. ¡Pensé que ibas a quedarte atada a ese infeliz para siempre! ¡Estoy orgullosa de ti!
Issabelle no supo qué decir. Una risa inesperada, quebrada por el cansancio y la tristeza, brotó de sus labios. Sofía la tomó de las manos.
—Sé que duele, Issay. Sé que hay una parte de ti que todavía lo quiere… porque tú eres así, das más de lo que recibes. Pero esta vez pensaste en ti. Y eso es un gran comienzo.
Issabelle dejó caer la cabeza sobre el hombro de su amiga, cerrando los ojos con gratitud.
—No sé qué viene ahora, Sofi —murmuró—. No tengo un plan. No tengo fuerzasa. Solo sentí que tenía que decirlo, debía hacerlo.
—Eso es más que suficiente por hoy —respondió Sofía—. Aquí estás a salvo. Quédate todo el tiempo que necesites. Llora, grita, duerme. Lo que sea. Pero no lo enfrentes sola.
—Gracias Sofí...
—Las gracias no bastan, cariño. Ve a bañarte y a cambiarte de ropa porque hoy, vamos a celebrar esta noticia en grande.
La noche avanzó y el reloj parecía no existir.
Issabelle, vestida con un hermoso overol jeans claro, tenis blancos, cabello recogido en una coleta y un maquillaje sencillo, alcanzó a ser el centro de atención del bar donde Sofía la llevó esa noche.
—Esto es demasiado, Sofi... ¡Volvamos! —exclamó Issabelle, mientras era arrastrada por su amiga hasta un salón vip.
Sofía pidió unos modelos, siete hombres, altos, robustos, abdomen trabajado... se posaron frente a ellas.
Issabelle se sentía nerviosa. Pero a su vez, estaba conocido una nueva vida. Quizás no exactamente la que quería, pero sí una que le brindaba un respiro, un escape momentáneo a sus problemas.
—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —preguntó Sofía— ¡Qué no solo puedes mirarlos!
Los invitó a sentarse con ellas, juntos bebieron un poco de alcohol, rieron y jugaron algunos juegos de mesa.
Issabelle, en cada trago de tequila que tomaba, sentía que estaba conociendo la otra cara de la libertad.
“No sé cuánto tiempo de vida me queda. No sé si lograré lo que vine a hacer aquí. Pero ahora, entre luces tenues y miradas sin compromiso, puedo fingir que soy solo una mujer libre. Y si he de caer mañana… deseo que el recuerdo de esta noche me acompañe en la caída.”