El Prisionero Y La Reencarnada

Al día siguiente, Ginger volvió a abrir el cuaderno.

No podía actuar impulsivamente. Si la veían interesarse demasiado por un traidor, levantaría sospechas. En la novela, cualquier noble que mostrara compasión por Alban terminaba perdiendo prestigio… o algo peor.

Respiró hondo y comenzó a trazar un plan.

Paso uno: una excusa legítima.

Los calabozos del castillo no estaban abiertos a la nobleza por simple curiosidad. Pero sí a quienes tenían intereses económicos o políticos que proteger.

Los Evenhart los tenían.. asi que durante todo el día pensó en como ayudar..

[solo esperame Alban]

A la mañana siguiente, Ginger pidió ver a su padre durante el desayuno. No parecía la joven frágil de días anteriores.. se veía serena, incluso concentrada.

- Padre - dijo mientras revolvía el té- , he estado pensando en los cristales mágicos.

Grayson alzó la vista, sorprendido.

- ¿Ah, sí?

- He oído rumores en la corte - continuó con cuidado- . Dicen que algunos prisioneros del castillo podrían haber estado expuestos a fragmentos inestables… Si eso fuera cierto, podrían afectar la seguridad del reino… y el valor de nuestras minas.

No era mentira. Solo estaba reordenando la verdad.

Grayson frunció el ceño, claramente interesado.

- Hablaré con el encargado del castillo - dijo al fin- . Si existe el mínimo riesgo, debemos evaluarlo.

Ginger bajó la mirada, ocultando su alivio.

Horas más tarde, cuando su padre regresó, ella añadió con aparente timidez..

- Si no le molesta… me gustaría acompañarte. Quiero aprender más sobre los asuntos de la familia. No puedo ser una niña inútil toda mi vida.

Eso sí sorprendió a Grayson.

Pero también lo enorgulleció.

- Muy bien - aceptó- . Verás cómo se maneja el poder de verdad.

El recorrido se programó para tres días después, bajo el pretexto de inspeccionar la seguridad mágica de las instalaciones subterráneas del castillo. Ginger anotó la fecha en su cuaderno, marcándola con un círculo tembloroso.

despues comenzó a pensar como quedarse sola.. para verlo.. Ese era el más peligroso.

En la novela, Ginger nunca bajaba a los calabozos. Pero ahora necesitaba unos minutos. Solo unos pocos.

Ginger sabía que no podía confiar únicamente en la buena voluntad ni en su apellido. El castillo estaba lleno de reglas… y de hombres cansados o ambiciosos y acostumbrados a mirar hacia otro lado cuando el peso del oro hablaba por sí mismo.

Como hija de los Evenhart, el dinero nunca fue un problema.

Esa misma tarde, llamó discretamente a su doncella de mayor confianza y le pidió que consiguiera información.. turnos de guardia, nombres, quién bebía más de la cuenta, quién tenía deudas. No preguntó demasiado.. solo escuchó.

La noche anterior a la inspección, Ginger abrió un pequeño cofre escondido bajo una tabla suelta del suelo. Dentro brillaban monedas de oro puro y un par de cristales mágicos diminutos, lo suficientemente valiosos como para comprar una lealtad momentánea sin levantar sospechas.

[No es un rescate.. Es tiempo..]

Preparó entonces un pequeño bolso de cuero, sencillo, fácil de ocultar bajo su capa. Dentro colocó con cuidado..

Pan blando y carne seca, envueltos en tela limpia

Un frasco pequeño de agua purificada

Ungüento para heridas y labios agrietados

Una manta fina, doblada con esmero

Y, tras dudar un momento, un trozo de papel y un carbón

[Por si quiere escribir]

Cuando cerró el bolso, sintió un nudo en el pecho. En la novela, Alban apenas hablaba en el calabozo. Estaba debilitado, olvidado, reducido a un símbolo de traición.

[No vas a estar solo]

El día llegó.

Los pasillos subterráneos del castillo eran fríos y húmedos. Las antorchas proyectaban sombras alargadas sobre las paredes de piedra. Ginger caminaba junto a su padre, escuchando explicaciones que apenas registraba.

Entonces, justo como lo había planeado, el mundo volvió a girar.

- Padre… - dijo, llevándose una mano a la sien- . Me siento… mareada.

Grayson se alarmó de inmediato.

- ¡Deténganse! - ordenó- . Llévenla a un banco, ahora.

Dos guardias se acercaron. Ginger dejó caer su bolso “sin querer”. Uno de ellos se agachó para recogerlo. Sus miradas se cruzaron apenas un segundo.

Ella deslizó las monedas en su mano con un gesto rápido, casi imperceptible.

- Solo unos minutos - susurró- . Nadie saldrá lastimado.

El guardia tragó saliva. Miró a su compañero. Luego asintió.

- Acompáñenme - dijo- . Hay una celda más tranquila, mi lady. Podrá sentarse.

Grayson aceptó, confiado.

- No tarden - ordenó- . Volveré por ti.

Cuando los pasos se alejaron y el eco del pasillo se volvió silencio, el guardia abrió una puerta distinta, más antigua, más profunda.

- Tiene poco tiempo - murmuró.

El corazón de Ginger latía con fuerza mientras avanzaba.

Y entonces lo vio.

Encadenado a la pared, delgado, cubierto de sombras, Alban Mortis levantó lentamente la cabeza.

Sus ojos, apagados pero aún vivos, se clavaron en ella con una mezcla de desconfianza y cansancio.

Ginger dio un paso al frente, apretando el bolso contra su pecho.

- No vengo a juzgarte - dijo en voz baja- . Vengo a ayudarte… aunque sea un poco.

Alban no respondió.

Alban era alto y moreno, incluso en ese estado de abandono su presencia imponía. Su cabello oscuro caía desordenado hasta los hombros, enredado.. Varias heridas abiertas marcaban su piel.. cortes mal curados, moretones violáceos, rastros de golpes recientes.

La miraba como un animal herido.

Desconfiado. A la defensiva. Con la mandíbula tensa y los músculos preparados para atacar si era necesario.

Pero entonces sus ojos se entrecerraron.

La reconoció.

- Evenhart… - murmuró con voz ronca, casi un gruñido.

Ginger sintió un estremecimiento. No había desprecio en su tono, solo cansancio. Sabía quién era ella. Sabía lo que representaba.

Alban no dijo nada más. Después de todo lo que había pasado.. la mentira, la traición, el abandono.. ya no confiaba en nadie. Mucho menos en la hija de uno de los hombres más poderosos de Mercia.

Aun así, Ginger dio un paso al frente.

- No te haré daño - dijo con suavidad- . Lo prometo.

Alban tensó las cadenas, gruñendo, pero el movimiento fue débil. El hambre y el encierro le habían robado la fuerza. Cuando ella se acercó, no tuvo energías para apartarla.

Ginger se arrodilló frente a él y sacó el frasco de agua. Lo sostuvo con cuidado, acercándolo a sus labios agrietados.

- Bebe despacio - susurró.

Alban dudó un instante… y luego bebió. El agua recorrió su garganta como si fuera un milagro. Cerró los ojos por un segundo, derrotado.

Ginger limpió con delicadeza la sangre seca de su rostro, aplicó el ungüento en las heridas más profundas. Sus manos temblaban, pero no se detuvo. No apartó la mirada.

- No entiendo por qué haces esto - murmuró él al fin, apenas audible.

- Porque no eres el monstruo que dicen - respondió ella- . Y porque alguien te mintió…

Alban soltó una risa breve, amarga, que terminó en tos.

- Todos mienten - dijo.

Pasos resonaron en el pasillo.

El guardia apareció en la entrada de la celda y negó con la cabeza.

- Mi lady… ya debe irse.

El tiempo se había acabado.

Ginger se puso de pie con dificultad. Antes de salir, se volvió hacia Alban. Sus ojos se encontraron una última vez.

- Volveré por ti - dijo con firmeza- . Resiste. No dejes que te quiebren.

Alban no respondió. Pero cuando la puerta comenzó a cerrarse, sus dedos se aferraron a la manta que ella le había dejado.