Sara García siempre fue la "oveja negra" de su familia, una joven callada y tímida que creció entre las humillaciones de sus padres y las burlas de sus compañeros. Mientras el resto de la prestigiosa familia García brillaba en los eventos sociales de España, Sara era relegada a las sombras, ridiculizada incluso por su propia madre, quien le repetía que jamás sería más que una chica "fea y torpe".
Pero todo cambió cuando conoció a Renata, una joven rebelde y brillante en la universidad, quien le enseñó a confiar en sí misma. Juntas, desarrollaron NeuroLink, una tecnología revolucionaria capaz de conectar mentes humanas para compartir pensamientos y emociones en tiempo real. Decididas a demostrar su valía, patentaron el proyecto en secreto y amasaron una fortuna que mantuvieron oculta para protegerse de quienes siempre las subestimaron.
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Renata, la Luz en la Oscuridad
El campus universitario siempre estaba lleno de vida: estudiantes corriendo de un lado a otro, charlas animadas en los pasillos y un bullicio constante en la cafetería. Sara, como siempre, caminaba tranquila, con los audífonos puestos y la mente ocupada en ideas para el proyecto. Sin embargo, no pudo evitar sonreír ligeramente al ver a Renata en su mesa habitual, haciendo gestos exagerados para llamarle la atención.
Renata estaba en una misión imposible: intentar equilibrar tres vasos de café en una mano mientras agitaba la otra para saludarla.
—¡Sara! ¡Ven rápido! gritó, ignorando las miradas curiosas de los demás estudiantes.
Sara apuró el paso, aunque sabía que Renata no tenía reparos en llamar la atención. Cuando llegó, Renata le entregó uno de los cafés con una sonrisa triunfal.
—Aquí tienes, genia. Necesitas cafeína si vamos a salvar al mundo con nuestra tecnología.
Sara tomó el vaso y arqueó una ceja.
—¿Salvar al mundo? Apenas estamos terminando el primer prototipo.
Renata se encogió de hombros.
—Detalles, detalles. ¿Sabías que los grandes inventos de la humanidad comenzaron como ideas locas?
—¿Ah, sí? preguntó Sara, entretenida.
—Claro. Mira a Einstein. ¿Qué crees que pensó la primera vez que se le ocurrió la teoría de la relatividad? "Renata, necesitas dormir más", seguro respondió, adoptando una expresión dramática.
Sara no pudo evitar reír. Era imposible no hacerlo con Renata. Siempre tenía una broma lista, una ocurrencia absurda que lograba arrancarle una sonrisa incluso en los días más complicados.
—No sé qué haría sin ti admitió Sara mientras se sentaba frente a ella.
—Probablemente morirías de aburrimiento respondió Renata sin dudarlo, levantando su vaso en un gesto de brindis. A tu salud, futura millonaria.
Mientras tomaban el café, Renata comenzó a contarle una de sus historias llenas de humor. Esta vez, hablaba sobre un chico en su clase que había intentado impresionarla construyendo un "robot bailarín" que apenas podía mantenerse en pie.
—Te juro, Sara, parecía una mezcla entre un espantapájaros y un robot de los años cincuenta. Casi me muero de la risa cuando empezó a moverse como si tuviera calambres.
Sara se reía tanto que tuvo que apartar el café para no derramarlo.
—¿Y qué le dijiste?
—¿Qué crees? Le dije que estaba impresionante... para un juguete de tres dólares.
Ambas rieron hasta que sus caras se pusieron rojas, ignorando las miradas curiosas de los demás. Por un momento, Sara olvidó las inseguridades que la habían acompañado durante años. Con Renata, todo parecía más ligero, más fácil.
—Sabes, Renata, deberías ser comediante en lugar de ingeniera comentó Sara cuando finalmente recuperó el aliento.
Renata se recostó en su silla, adoptando una pose teatral.
—Lo he considerado, pero el mundo no está listo para mi genialidad. Además, si me hago famosa, ¿quién te sacará de tu rutina monótona?
Sara negó con la cabeza, sonriendo. Renata siempre tenía una respuesta, siempre encontraba una manera de hacerla sentir especial, incluso cuando ella misma no lo creía.
Pasaron el resto de la tarde trabajando en su proyecto. Sara se encargaba de los detalles técnicos, mientras Renata aportaba ideas creativas que, aunque a veces parecían descabelladas, solían abrir nuevas posibilidades.
—Imagina esto dijo Renata de repente, con los ojos brillando de emoción. Cuando este proyecto triunfe, compraremos una isla. Una isla solo para nosotras, con playas de arena blanca, cocos frescos y conexión a internet de alta velocidad.
Sara levantó la vista de su pantalla, incrédula.
—¿Conexión a internet?
—Por supuesto. ¿Cómo vamos a trabajar en nuestra próxima idea revolucionaria sin internet?
Sara rió nuevamente. Renata tenía un talento especial para convertir cualquier conversación en algo inesperado y divertido.
Al final del día, mientras guardaban sus cosas, Renata miró a Sara con seriedad, algo poco común en ella.
—Sara, eres brillante, ¿sabes? Este proyecto no sería lo mismo sin ti.
Sara bajó la mirada, incómoda con el cumplido.
—Tú también eres increíble, Renata. Siempre sabes cómo hacerme sentir mejor.
Renata sonrió y le dio un ligero golpe en el brazo.
—Por eso estamos juntas en esto. Somos un equipo invencible, amiga.
Mientras caminaban juntas hacia la salida del campus, Sara se dio cuenta de cuánto significaba Renata para ella. En un mundo que a menudo se sentía frío y solitario, Renata era su luz, su recordatorio de que no estaba sola.