La Obsesión Del Jefe De La Mafia

Damián

Papá entra con cuidado a mi despacho. Mira todo el desastre a mis pies, pero no dice nada. Imagino que no he sido la mejor compañía este último mes.

–Quizá Salvatore tiene razón, ella no merece esto –empieza, pero se detiene cuando ve la expresión en mi rostro.

–¿Qué le hubieses dicho a la persona que te dijo lo mismo de mamá?

Sus ojos dorados, iguales a los míos, se nublan con dolor. Sé que papá sigue amando a mi madre. Sé que su segunda esposa fue una imposición de su padre, y sé que nunca ha podido quererla y que solo sigue con ella porque es lo que el abuelo quería.

–No es lo mismo. Tu madre era mi esposa. La conocía desde que éramos unos niños. Tú apenas conocías a esa mujer. Ni siquiera sabes su verdadero nombre –dice y me hundo en la silla.

El dolor y la ira luchan por el dominio dentro de mi pecho cuando recuerdo el día que encontré a Kate Miller, una anciana de setenta y ocho años, que vive en Colorado.

Kate no existe.

Pero la mujer que invade todos mis pensamientos es real y la extraño con cada segundo que pasa.

–Puede ser una policía.

Pongo los ojos en blanco. –No lo era.

–¿Cómo explicas el pasaporte falso?

Recuerdo a mi caprichosa preciosa y sonrío con tristeza. –Debe ser la hija de alguien con mucho dinero. Tiene toda esa vibra de la hija consentida de un empresario del petróleo.

–Ya investigaste todas las fortunas del petróleo, y no hay nada –dice sonando cansado.

–Esa mujer volvió, ¿no? –pregunto ya que el hastío de papá siempre está relacionado con mi madrastra.

–Está en la cocina volviendo loca a Iris. Y no llegó sola –agrega con cuidado–. Su sobrina se quedará con nosotros una temporada.

Arrugo mi ceño. –Nadie me preguntó.

–Ya sabes cómo es Irene –devuelve–. Nunca consulta nada. Adara tendrá que obedecer las reglas de la casa.

Pienso en esa malcriada y suelto un suspiro. No creo que lo haga. Esa mujer cree que el mundo le debe algo por existir, es igual de desquiciante que su tía.

–Yo me encargo –digo y papá deja caer los hombros.

Sé que Irene es un dolor persistente en su costado, pero se siente demasiado culpable para hacer algo al respecto. Y es esa culpabilidad que siente, el verdadero poder que tiene Irene en nuestras vidas.

–Tienes que dejarla ir, hijo. Acabará contigo si no lo haces –dice cuando me levanto con intención de ir a la cocina para ayudar a Iris y alejarla de ese par de egoístas.

Aferro el pomo de la puerta de mi despacho sin saber qué decirle a mi papá. Cómo puedo decirle que, inexplicablemente, con cada día que pasa me siento más cerca de ella. Como si hubiere un lazo que me une a ella y tirara con más fuerza cada día, como si pudiera sentir su anhelo en cada partícula de mi cuerpo como si fuera el mío. Que la marca de ella en mi cuerpo es indeleble.

Que la extraño.

–Ella es mía –declaro, porque hay cosas que simplemente no puedo explicar.

Las escucho antes de llegar a la cocina.

–Adara no comerá las porquerías que preparas, Iris. Mi sobrina está acostumbrada a comer platillos hechos por los mejores chefs del mudo, no las asquerosidades que tú llamas comida.

–Comida francesa –declara Adara con soberbia–. La mejor comida del mundo.

–Deberías haber hecho ese curso que exigí. Mi marido es demasiado indulgente contigo, pero no olvides quién manda en esta casa y quién paga tu sueldo –sisea–. Puedo ponerte de patitas en la calle cuando se me dé la gana.

Entro a la cocina. –Sí. No olvides quién manda en esta casa, Irene –siseo y mi madrastra enfurece. Sus ojos oscuros brillan con todo el resentimiento que es capaz–. Huele delicioso, Iris, como siempre.

La hermosa mujer frente a mis ojos me sonríe. Sus ojos azules se iluminan con amor cuando avanzo hasta ella y dejo un beso en la cima de su cabeza.

–¿Tienes hambre, cariño? –me pregunta mientras ordena mi camisa como la madraza que es–. Salvatore está por llegar.

–Lo esperaré –le respondo con una sonrisa antes de dirigirme a mi madrastra–. Esta es mi casa –le recuerdo–. No puedes traer a nadie sin mi autorización.

–Adara es familia –devuelve con insolencia–, y esta es mi casa.

–No es mi familia –le aclaro–. Y esta casa es del jefe y ese soy yo.

–Tu abuelo dijo…

–Está muerto –siseo furioso. Odio cuando esa mujer menciona a mi abuelo, porque estoy seguro que se lo follaba para conseguir todo lo que consiguió, y esa es la única mancha y error de juicio de mi abuelo. Un error que nunca podré perdonar.

¿Qué hombre se folla a la esposa de su hijo?

Irene se levanta. –Como sea –dice sacudiéndose su cabello–. Adara se quedará, porque es lo que tu abuelo quería para ti.

–¿Perdona?

–Tienes que casarte –dice–. Tienes treinta y cinco años, necesitas un heredero y Adara es la indicada…

Me dirijo a Iris mientras sigue hablando. –Cenaré en mi despacho. La compañía de esta noche se me hace insoportable –digo, logrando que Iris sonría–. Tú y Salvatore pueden acompañarme. Deja que papá se haga cargo de sus cargas –suelto antes de salir, ignorando a esa mujer como siempre lo he hecho.

Tengo cosas más importantes de las que preocuparme. Cosas como el paradero de la misteriosa mujer que tiene mi corazón en su poder.