Emma lo tenía todo: un buen trabajo, amigas incondicionales y al hombre que creía perfecto. Durante tres años soñó con el día en que Stefan le pediría matrimonio, convencida de que juntos estaban destinados a construir una vida. Pero la noche en que esperaba conocer a su futuro suegro, el mundo de Emma se derrumba con una sola frase: “Ya no quiero estar contigo.”
Desolada, rota y humillada, intenta recomponer los pedazos de su corazón… hasta que una publicación en redes sociales revela la verdad: Stefan no solo la abandonó, también le ha sido infiel, y ahora celebra un compromiso con otra mujer.
La tristeza pronto se convierte en rabia. Y en medio del dolor, Emma descubre la pieza clave para su venganza: el padre de Stefan.
Si logra conquistarlo, no solo destrozará al hombre que le rompió el corazón, también se convertirá en la mujer que jamás pensó ser: su madrastra.
Un juego peligroso comienza. Entre el deseo, la traición y la sed de venganza, Emma aprenderá que el amor y el odio
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Capítulo 1
El tintinear de las copas se mezcla con las risas y el murmullo del restaurante. Estamos todas reunidas alrededor de la mesa, nuestras voces compitiendo con la música suave de fondo, pero nada puede opacar el brillo que emana Katy. Ella sonríe de oreja a oreja, casi temblando de emoción cuando alza la mano y deja que la luz atrape el anillo que acaba de mostrarnos.
—¡Dios mío, Katy, es precioso!— Exclama Ana, llevándose las manos al rostro como si hubiera visto una joya de museo.
Yo también sonrío, con las mejillas ardiendo de pura ilusión. El anillo brilla, sí, pero lo que me atrapa no es la piedra en sí, sino lo que significa. Una promesa, un futuro, un sueño convertido en realidad. Katy habla atropellada, contándonos cada detalle de como Daniel se arrodilló en medio del parque, frente a la fuente que siempre fue su lugar favorito, y yo siento que el corazón me late al mismo ritmo que el de ella mientras recrea la escena.
—Yo no paraba de llorar— Dice entre carcajadas, mientras juguetea con la sortija.
Todas reímos, emocionadas, y en ese instante me descubro preguntándome como sería si fuera yo la que estuviera mostrando un anillo.
Respiro hondo. La idea me sacude con fuerza, pero no me resulta ajena. De hecho, llevo semanas pensando en eso. Tengo veintisiete años, un buen trabajo como diseñadora gráfica en una empresa que me inspira y me reta, y junto a mí… está Stefan. El hombre al que elegí, con quien he compartido tres años de mi vida y a quien todavía miro con la misma fascinación con la que lo vi la primera vez.
Recuerdo ese día como si fuera una escena pintada en óleo: la galería estaba llena de cuadros modernos, colores intensos y sombras dramáticas, pero todo desapareció cuando lo vi a él. Tan correcto, educado, con una sonrisa cálida y una voz profunda que parecía querer envolverte en confianza. Me habló de arte, de viajes, de sueños y lo hizo con un detalle tan dulce —acomodándome un mechón de cabello detrás de la oreja cuando se soltó mientras yo me inclinaba a observar una pintura— que no me quedó de otra más que derretirme sin remedio.
Lo que empezó con miradas tímidas y conversaciones largas terminó, meses después, en la relación más hermosa que he tenido. Tres años juntos, tres años de detalles, de flores inesperadas, de notas en mi bolso con frases que aún guardo como tesoros. Él es guapo, sí, pero lo que me enamoró de verdad fue su forma de hacerme sentir única, como si yo fuera lo más importante de su mundo.
Ahora que ambos hemos terminado nuestros estudios, que él se ha incorporado a la empresa de su padre y yo he dado un gran paso profesional, siento que ya nada se interpone en el siguiente gran capítulo de nuestras vidas. Me muero de ganas de comenzar una nueva vida junto a él, de que llevemos nuestro amor al siguiente nivel.
—Quizás sea asi, ¿no Emma?— Me dice Laura, dándome un codazo. —Tú serás la próxima, ¿cierto?
Río, pero mi pecho se llena de una tibieza que me delata. ¿Y si tiene razón?
Porque en las últimas semanas he notado a Stefan… extraño. Más callado, más distante, como si escondiera algo. Estoy preocupada desde entonces, pero ahora, escuchando a Katy, todo cobra otro sentido. Tal vez él está tramando una sorpresa, quizá algo tan grande como un anillo escondido en una pequeña cajita de terciopelo.
Miro de reojo mi teléfono, apoyado al lado de la copa de vino. La pantalla sigue apagada, sin mensajes ni llamadas, y una punzada de inquietud me recorre. Desde ayer no me ha llamado ni respondido nada, lo cual es raro en él.
Le vuelvo a dejar un mensaje corto, casi casual, solo para saber si está bien.
Cuando vuelvo a alzar la vista, Katy sigue hablando de los preparativos, de cómo lo contaron a sus padres, de lo feliz que está. Yo también sonrío, y mientras acaricio disimuladamente la superficie fría de mi copa pienso que tal vez Stefan está, en este mismo momento, buscando un anillo.
La idea me provoca un escalofrío dulce, uno de esos que recorren la espalda como un secreto demasiado grande para guardarlo. Vuelvo a mirar el celular, sonrío para mí misma y lo dejo a un lado. Ahora quiero enfocarme aún más en lo que dice mi amiga. Después de todo, este podría ser el preludio de mi propia historia.
***
La noche se siente tibia cuando cierro la puerta de mi departamento y aún tengo la sonrisa pintada en los labios por la reunión con mis amigas; la felicidad de Katy es contagiosa y yo sigo imaginándome cómo sería si algún día fuera yo quien mostrara un anillo en mi dedo. Dejo el bolso sobre la mesa, me quito los zapatos de tacón y, antes de siquiera cambiarme de ropa, reviso mi celular. Nada.
Suelto un suspiro. Llevo todo el día intentando hablar con Stefan, y el silencio empieza a incomodarme. Marco otra vez, convencida de que esta vez sí responderá. El timbre suena… y entonces escucho su voz.
—Hola.
Me quedo inmóvil, aliviada. —¡Por fin! ¿Estás bien? Me tenías preocupada, Stefan.
—Sí… estuve ocupado— Su voz suena cansada, como si llevara todo el día corriendo con mil cosas en la cabeza. —Mi padre regresó al país.
Mis ojos se abren como platos y una sonrisa enorme se dibuja en mi cara. —¿En serio? ¡Eso es maravilloso! Entonces… ¿por fin podré conocerlo?
Hace tiempo que deseo ese momento. En tres años de relación nunca tuve la oportunidad de ver a su padre, siempre estaba viajando y ausente. Quiero darle la bienvenida como corresponde, que sepa lo importante que su hijo es para mí.
—Stefan…— Digo entusiasmada antes de que el pueda decir algo. —Si a tu padre le parece bien, yo podría preparar una cena aquí, en mi casa. Los tres juntos. ¿Qué dices?
Silencio. Apenas escucho su respiración al otro lado de la línea. Finalmente responde con la misma pesades:
—Te veo esta noche a las ocho.
Nada más. Ni emoción, ni reproches, ni detalles. Me quedo con el teléfono pegado a la oreja incluso después de que cuelga, pero mi corazón late fuerte y ansioso, como para sobrepensar su cortante actitud. Quizás está agotado, pienso, quizás su mente está en mil cosas ahora mismo y es mejor no molestarlo. Lo que importa ahora es que en unas horas podría estar cenando con el hombre más importante de su vida.
Y quiero que todo sea perfecto.
Me pongo manos a la obra. Recojo el departamento hasta que cada rincón brilla, coloco velas y preparo un menú que me hace sentir orgullosa. Cocino como si cada plato fuera una declaración de amor, imaginando las sonrisas que veré después, la aprobación del padre de Stefan, el brillo en los ojos de mi novio al sentirse orgulloso.
Cuando me arreglo, elijo con cuidado un vestido elegante pero sobrio en color champane. Nada ajustado, cubierto hasta por debajo de las rodillas y con mangas largas. A Stefan le gusta que use este tipo de atuendos. El maquillaje lo coloco justo y el cabello lo mantengo atado bastante sencillo. Quiero que mi primera impresión hable de respeto, de calidez y de amor.
El reloj marca las ocho y cinco cuando escucho la puerta abrirse. Es Stefan. Lleva la llave que le di meses atrás y entra sin anunciarse, como siempre lo hace. Salgo de mi habitación y el corazón me da un vuelco.
—Hola, amor— Me acerco a él y, como de costumbre, intento besarlo.
Pero él gira el rostro y lo esquiva.
Me quedo paralizada, con el beso suspendido en el aire. Mi mirada se desplaza hacia la puerta, esperando ver a alguien más detrás de él.
—¿Dónde está tu padre?— Pregunto, sonriendo aún.
Stefan me mira sin expresión.
—No vendrá.
Siento que algo se quiebra en mi pecho.
—¿Cómo que no vendrá? ¿Por qué?
Él respira hondo, pesado.
—Porque no… y yo tampoco me quedaré.
Frunzo el ceño, confundida. Miro la mesa impecable, los platos calientes, las velas encendidas. Todo se me vuelve irreal.
—No entiendo— Susurro. —¿Qué quieres decir? Es viernes, siempre te quedas el fin de semana.
Stefan se pasa una mano por el cabello y me clava los ojos con frialdad. —He venido por dos cosas. La primera es que mañana alguien pasará a recoger las cosas que tenga en este lugar y la segunda…— Se detiene un segundo, y en ese instante siento que el aire me falta. —Es para decirte que no quiero continuar más con esta relación. Ya no quiero estar contigo.
Me quedo helada, incapaz de reaccionar. El ruido de las velas crepitando en la mesa es lo único que me recuerda que el mundo sigue girando.
—¿Qué?— La palabra se me rompe en la garganta. —¿Estás… terminando conmigo?
Él asiente, sin pestañear.
La rabia me sube como fuego.
—¡Dime por qué! ¡Merezco una explicación, Stefan!
Sus labios se curvan en una mueca amarga.
—Me aburrí de ti— Es lo único que se limita a decir.
Sin una caricia, sin un beso, sin una sola mirada de arrepentimiento, se da la vuelta y se marcha, dejándome sola, de pie, frente a una mesa que ahora parece un monumento cruel a mis ilusiones.
Y yo me derrumbo en silencio, segura de que todo lo que creía estable acaba de desmoronarse en un abrir y cerrar de ojos.