Leonardo Salvatore, un empresario italiano/español de 35 años, ha dedicado su vida al trabajo y a salvaguardar el prestigio de su apellido. Con dos hijos a su cargo, su concepto del amor se limita a la protección paternal, sin haber experimentado el amor romántico. Todo cambia cuando conoce a Althea.
Althea Salazar, una colombiana de 20 años en busca de un nuevo comienzo en España para escapar de un pasado doloroso, encuentra trabajo como niñera de los hijos de Salvatore. A pesar de sus reticencias a involucrarse emocionalmente, Althea se siente atraída por Leonardo, quien parece ser su tipo ideal.
¿Podrá su amor superar todo? ¿O el enamoramiento se acabará y se rendirán?
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Parte 19
Althea
—¡Mía! —Dice Pablo mientras me abraza con fuerza y mira a su papá, quien no duda en soltar una carcajada fuertemente. Muchas personas nos empiezan a observar.
—Por ahora —Le responde a su hijo, dándole un beso en la frente antes de dirigirse hacia los invitados. Los pocos que escucharon esa declaración nos observan el resto de la tarde.
Era incómodo, porque habían pasado muchas cosas desde que se mostró un poco más de la familia. El cumpleaños de Matteo había sido la gran sensación, ya que el pequeño tenía un gran carisma y una foto de él con su pastel indicando los años que estaba cumpliendo dio la vuelta a toda Europa.
También se había hecho pública una foto mía con los dos niños, la cual había estado en algunos círculos de Europa. Incluso habían preguntado mi nombre, pero nadie conocía mi apellido, lo que facilitó pasar desapercibida. En mis redes sociales tenía mis fotos, pero todo era privado, por lo que no sabían demasiado de mí.
Eso no significaba que pudiera mantenerlo así por mucho tiempo, ya que ahora esos empresarios y empleados que estaban aquí buscaban cualquier cosa para que yo revelara algo de mi vida privada y se pudiera filtrar.
Lo único por lo que rezaba era que la información no llegara a Latinoamérica, ya que tendría muchos problemas y no estaba preparada para eso actualmente.
Mi relación con Leonardo se había vuelto algo que jamás había experimentado. Nunca se había insinuado, nunca me había propuesto tener algo más, y mucho menos me había obligado a nada. Él me consentía en todos los caprichos posibles, incluso con la loca idea de festejar los cumpleaños de sus hijos. Decidí hacerlo sencillo, pero si quería hacerlo un poco más grande en el próximo cumpleaños de Matteo, no hubo ninguna queja.
Había dos cosas que habían cambiado en la mansión Salvatore: todos creían que yo sería la mujer de Leonardo, y yo no estaba segura de eso. ¿Podría hacerlo? Me sentía usada durante mucho tiempo, y todavía sentía que no era digna de un hombre tan guapo como Leonardo. Incluso una parte de mi cabeza sigue pensando lo mismo, sin embargo, él siempre trata de hacer lo posible para que deje de pensar así.
—Señorita Althea, ya es hora de cantarle el cumpleaños —Me dice una de las empleadas que estaba atendiendo las mesas. Asiento con una sonrisa.
—Gracias por avisarme —Camino hacia el inflable que le habíamos puesto a los niños. Allí veo a Pablo acostado mientras siento cómo las personas saltan.
—Pablo —Lo llamo, y no pasan ni dos segundos para que se levante del inflable y trate de caminar hacia mí.
—¡Dejen de saltar! —Grita el mini Salvatore para que su hermano pueda salir. Cuando llega, se ríe y salta para que lo cargue.
—Gracias, Matt —Le mando un beso y se ríe—. Vamos a cantarle el cumpleaños a Pablo, ¡vamos! —No pasan ni cinco segundos para que todos los niños me sigan emocionados por cantarle el cumpleaños.
Camino despacio para que los más pequeños puedan seguirme el paso. Ya estaban preparando todo con el pastel, de dos pisos, solo por la cantidad de invitados.
En el cumpleaños de Matteo había sido casi igual, solo que la temática había sido de su película favorita, Cars. Supongo que tenía que ver con que su papá trabajara en ese mundo también. Cuando les mostré a mi familia el pastel tan grande que le habían hecho, mi madre siempre había soñado con algo así para nuestros cumpleaños, pero nunca se había podido debido a los recursos escasos.
Cuando cumplí 21 años en un país que no conocía tanto, que no sabía nada de este mundo, lloré todo el día porque extrañaba a mi familia. Leonardo no sabía cómo consolarme, entonces ideó llamarlos por videollamada para que me cantaran el cumpleaños, porque para mi mamá no era cumpleaños sin un bendito pastel. Lloré el doble porque los extrañaba demasiado. Incluso mis hermanos se pusieron a llorar conmigo, porque me hacían falta, mis tontos hermanos que siempre me sacaban canas estaban llorando conmigo.
Luego de cuadrar mi mente, ubico a Pablo al lado del pastel y me pongo a su lado para empezar a cantar. Poco a poco, las personas se van uniendo. Pablo no puede evitar reír a carcajadas y aplaude al mismo tiempo que nosotros, o eso intenta.
—¡Uno! —Llamo con la mirada a Leonardo, quien no tarda en llegar a mi lado para ayudar a soplar la vela. Matteo salta emocionado.
—¡Feliz cumpleaños, hermanito! —Lo miro unos segundos y sonrío. No hay duda de que había unido mucho a estos dos hermanos en un año. Se querían tanto que me sentía feliz de que así fuera.
—Muchas gracias por venir hoy. Sé que tienen muchas cosas más importantes que asistir al cumpleaños de un pequeño que tal vez en cinco años no los recordará, pero yo sí lo haré —Leonardo empieza a agradecer a las personas—. Para cada niño les hicimos un pequeño recuerdo del día de hoy. Espero que puedan aceptarlo.
Otra cosa que había vuelto gracias a mí había sido los recuerdos. Nosotros dábamos algo sencillo y fácil, pero mi querido jefe había sacado todo por la ventana y les daría un regalo muy especial a las niñas y otro a los niños. Para las niñas, sería una muñeca de 50 centímetros, y para los niños, un carro de carrera a control remoto.
Yo, sin dejar de lado mi origen latino, había buscado un montón de lugares con promociones y, después de negociar, nos habían dejado todo eso más barato. También le había sugerido a Leonardo que podríamos comprar un poco más y regalarlo en lugares que no tuvieran recursos.
Ese día, Leonardo me había sentado en su silla de la oficina y me había dado un montón de besos diciendo que era lo mejor que le había pasado en la vida.
—Mamá —Pablo suelta como si nada mientras Leonardo entrega los regalos. Las personas nos miran de forma más intensa, y al más pequeño, al sentir eso, me abraza para cubrir su rostro.
Era la primera vez que Pablo hablaba. Había aprendido a decir "papá" porque me había esforzado mucho en enseñarle quién era su papá. Jamás habíamos pensado que podría decir esa palabra, mucho menos a mí.
Sentí cosquillas al escucharlo. ¿Estaba feliz porque los hijos de mi jefe me decían así? No sé, pero quería aprovechar ese momento y lo abracé.