Dos jóvenes de la misma clase social, pero con diferentes personalidades. Se verán envueltos en una difícil situación. Ambos serán secuestrados, para beneficios de otros. ¿Qué pasará con ellos? ¿Lograrán salir ilesos luego de pasar un proceso traumático? Los invito a leer
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Capitulo 14
Madolyn no contestó, quizás lo culpaba a él de sus desgracias.
“Maldición, maldita sea”, exclamó Edgar.
Él estaba verdaderamente enojado, lleno de rabia, y no imaginó que las circunstancias se pondrían peor. Un rato después, todo lo que le puso el doctor empezó hacer efecto. Su cuerpo comenzó a sentir calor, y un deseo desmedido por tener relaciones sexuales. Trataba de bloquear las sensaciones que estaba experimentando, pero su esfuerzo era inútil.
Su rostro se turnó rojo, al igual que sus ojos azules, sus venas eran notorias debido al flujo de sangre recorriendo su cuerpo a toda velocidad, y su masculinidad era firme e implacable. Había perdido el control de sus acciones, estaba totalmente poseído. Se movía más de lo normal y las cadenas hacían un fuerte ruido.
Desesperado y comprendiendo lo que le habían hecho, gritó en voz alta. “No. Maldición. Hijo de puta. Te voy a matar”
Madolyn lo miró asustada y sin saber qué estaba pasando. Aunque, él parecía otro hombre y evidentemente no estaba en sus cabales.
— ¿Qué tienes?— preguntó con estupor.
— Nada.— contestó sin más.
Edgar quería dejar de sentir el ardor en su cuerpo, quería pensar en otra cosa que no fuera tener sexo. Lamentablemente, todos sus pensamientos se reducían a una sola cosa, poseer a una mujer.
Observó minuciosamente a Madolyn, era la primera vez que la miraba con morbo, con deseo ardiente, con lujuria y con unas ganas incontrolables de poseerla. Su mente le gritaba que se acercara a la joven. Rápidamente, se acercó a ella y la sujetó por la diminuta bata que llevaba puesta.
— No. Suéltame.— le gritó ella e intentó pegarse a la puerta para que él no la alcanzara, pero no tuvo éxito. Él la sujetó con fuerza por la cintura y la tiró a la cama. Se le subió encima y la agarró por ambos brazos.
— Por favor, no lo hagas. — pidió ella, él la calló sus labios con un beso rudo.
Mientras ella le gritaba que la dejara, él ejercía toda su fuerza sobre ella, únicamente buscaba satisfacer sus inquietantes deseos. Le tocó cada parte de su cuerpo, estaba a punto de hundirse en su interior cuando la escuchó hablar.
— Edgar, me lo prometiste.
Madolyn tenía lágrimas en los ojos, y sus mejillas rojas. Él bruscamente se alejó de ella, y entró al baño. Como si de un lobo herido se tratara, gritó tan fuerte que todos en la cabaña escucharon sus llantos. “No, malditos. Desgraciados. A”. Eran llantos desgarradores, era una culpa y un dolor rompiendo su ser. Ver a Edgar, sumido en un profundo abismo, era desconcertante, ya que él mantenía la calma en todo momento.
Alondra escuchó su voz y una sensación de culpabilidad y arrepentimiento se apoderaron de ella.
— No lo vas a hacer. El muy imbécil. Tengo que buscar otro método.— dijo Samuel. Alondra volteó el rostro para disimular su tristeza.
Las horas pasaron dándole paso a un nuevo día. Edgar pasó la noche en el baño, sentado en el retrete. Trató de satisfacer sus deseos con sus propias manos, pero nada era suficiente.
Madolyn no pudo dormir, la sensación de que Edgar se acercaría a ella era espeluznante. Cada vez que escuchaba el sonido de las cadenas, se estremecía de miedo. No obstante, sabía él que actuó bajo los efectos de una droga, de todo modo, no le perdonaría haber intentado abusar de ella.
Edgar salió del baño y casi no podía caminar, le dolían los tobillos por el esfuerzo que ejerció. Volvió a su esquina y ahí permaneció en silencio.
Madolyn se puso de pie para ir al baño, minutos después salió y miró a Edgar con desdén. Él notó las marcas que le había hecho en el cuello, y en las manos. Se sintió un miserable, esa conducta era impropia de él.
Edgar no la quería mirar, volteó el rostro y cerró los ojos.
Por otro lado, Samuel y Alondra tenían una acalorada discusión. Él quería someter a Edgar a torturas y ella se negaba a ese acto de barbarie. Ambos tenían que buscar otra alternativa.
Tras varios días de la desaparición de Madolyn, su madre estaba sumida en depresión. El señor Parker se hacía el fuerte para reconfortar a su amada esposa, pero su dolor era inmenso como el mar.
En la mansión Lewis, el ambiente era más calmado, ya que, Samuel se encargaba de hacerle creer a Natalia que Edgar estaba bien. Que estaba con Alondra y que en unos días volvería a casa.
Se aproximaba la noche. Ni Madolyn, ni Edgar, probaron alimentos en todo el día. Tampoco decían nada, y les costaba respirar.
Madolyn repetía las escenas de la noche anterior y sus ojos se llenaban de lágrimas. Tenía en su mente, que en cualquier momento entrarían esos hombres armados a abusar de ella. Y lo que pasó con Edgar, la tenía al borde de un colapso nervioso.
— Estuviste a punto de violarme, infeliz.— le gritó Madolyn, mirando sus marcas.
Edgar cerró los ojos, ahora podía entender con claridad lo que deseaba su primo. — Lo siento.
— ¿Lo siento? Reverendo imbécil.
Edgar, con mucha aflicción, y con la voz apagada, le dijo.— Señorita, me dieron un afrodisíaco y lo van a volver a hacer. No sé si la próxima vez me puedas contener. Y créame, prefiero morir antes de hacerle daño. Anoche fue la peor noche de mi vida.
Madolyn trató de calmarse, pero su corazón acelerado y los nervios, hacían que cada parte de su cuerpo temblara.
— ¿Por qué tu primo te quiere hacer daño?— preguntó, respirando, exhalando y mirándolo fijamente.
— Por varias razones. Somos los dueños de las petroleras Lewis, y yo soy el encargado del manejo de todas ellas. Mi abuelo, antes de morir, dejó a mi primogénito como su heredero. Soy el que maneja la fortuna de mi familia. Supongo que Samuel no soporta que yo tenga el control de todo. Él quiere que abuse de ti, para vengarse, por lo que le hice cuando abusó de una empleada de la mansión.