Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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Dudas
Emma
–Mierda –dice Mel cuando le termino de contar lo que acaba de pasar entre Renji y yo.
Cubro mi rostro con la enorme toalla que me facilitó abu cuando volví a la casa.
–No sé qué voy a hacer –digo y me dejo caer sobre la cama de mi antigua habitación.
–¿Dónde está?
–No lo sé, supongo que sigue en el lago con Dylan –mascullo debajo de la toalla–. Me gustaría poder retroceder el tiempo –me quejo.
Mel quita la toalla de mi cara y eleva una ceja. –¿De verdad te gustaría cambiar lo que pasó?
Pienso en la sensación de los labios de Renji sobre los míos, en el calor y la fricción perfecta de sus movimientos. Pienso en ese suave eco, de lo que creo, es deseo, que comencé a sentir cuando acarició mis nalgas. Una sensación tan extraña como nueva. Por primera vez no hubo dolor, solo sensaciones.
Y está lo de las voces. Renji pudo apagar las asquerosas voces de los monstruos que gobiernan mis pesadillas. Esas voces que pensé que nunca podría apagar.
–¿Cómo se siente el deseo? –pregunto curiosa.
Mel se sienta a mi lado y suspira. –Es una sensación poderosa, y peligrosa si no sabes controlarlo. El deseo es lo que te empuja hacia adelante, a cumplir tus metas, pero también es lo que te orilla hacia la locura y la obsesión. Es un arma poderosa.
–Sé cómo se siente el deseo de mejorar. Lo he sentido desde que tuve a Dylan en mis brazos, he sentido ese empuje que te obliga a no bajar los brazos, y continuar, aunque estés cansada –digo y lucho contra un sonrojo–. Me preguntaba cómo se sentía el deseo sexual.
Mel me mira extrañada. –Pensé que deseabas a Renji, que por eso acabaste en la cama con él hace cinco años.
–Lo quería para mí, pero no lo deseaba. Lo encontraba atractivo y quería hacerlo sentir bien, pero ahora, después de lo que acaba de pasar entre nosotros, me preguntaba…–callo y comienzo a juguetear con mi cabello, tratando de calmar mis nervios–. Me preguntaba si es posible para alguien como yo sentir deseo.
Mel toma mi mano y me sonríe. –Eres una mujer joven, con hormonas y piel, por supuesto que puedes sentir deseo, Emma. No trates de convencerte de que no puedes.
Me muevo en la cama y me acuesto sobre mi vientre, curiosa y ansiosa por terminar con mis dudas.
–Sentí calor, mucho calor –empiezo–. Mi piel hormigueaba, pero de una forma agradable, no como lo hacía después de una golpiza. La sensación de sus dedos acariciando mi piel causaron un incendio en mi interior. Y sus labios y su lengua solo hicieron que todo se sintiera más real, más vívido –Vuelvo a girarme y toco mi vientre–. Los músculos alrededor de mi vientre se tensaron y juro que podía sentir como la sangre corría hacia mis pechos y mi…–callo y niego con mi cabeza–. Es patético, ¿no lo crees?
–¿Patético?
–Que una chica como yo no sepa identificar si lo que siente es deseo.
Mel ríe divertida. –Lo sabes, Emma. Lo que describiste es exactamente lo que se siente cuando deseas a alguien.
–¿Estás segura? –pregunto sorprendida.
–Más que segura. Me dio calor solo escucharte –dice y comienza a mover su mano cerca de su rostro, como si se tratara de un abanico–. Y no estás siendo justa. Mi ginecóloga me dijo que todavía no puedo tener sexo –agrega haciendo una mueca de disgusto.
Me rio. –Lo siento –digo sin poder ocultar mi entusiasmo–. Eso quiere decir que puedo sentir deseo.
–Claro que puedes –devuelve–. Y puedes hacer que los demás lo sintamos también.
Muerdo mi labio, tratando de recordar como se sintieron los dientes de Renji raspando mi mentón y mordisqueando mis labios.
Suelto un gemido frustrado. No sé si podré volver a sentirme así.
Mel me golpea. –Ya basta –me ordena–. Me estás poniendo muy cachonda.
–¿Cachonda? –pregunta Conor divertido, sorprendiéndonos.
–Justo el hombre que necesitaba ver –dice mi amiga, levantándose de la cama demasiado rápido para una mujer que acaba de tener una bebé–. Necesito que me consientas esta tarde. Lo necesito demasiado –insiste.
Les lanzo la toalla húmeda. –Fuera de aquí. No quiero saber nada de las cosas que hacen para consentirse –digo y cubro mis oídos como si fuera una niña.
Conor sale con una enorme sonrisa en su rostro, abrazando a su mujer, quien luce ansiosa.
En cuánto estoy sola mis pensamientos vuelven a Renji.
Renji.
Renji.
Es todo lo que veo cuando cierro los ojos.
Su voz ronca es todo lo que puedo escuchar.
Y la sensación de su piel contra la mía es todo lo que puedo sentir.
¿Es correcto sentirse así? ¿Tan exaltada y ansiosa?
¿Me sentiré solo yo así o él también está experimentando algo parecido?
Suelto un grito frustrado. Odio tener tantas dudas y ninguna certeza. Y tampoco tengo claro si me gusta sentirme así, tan necesitada por su toque.
¿Qué pasará si vuelvo a besarlo y las voces vuelven? ¿Qué pasará si llevo las cosas demasiado lejos y no puedo detener sus avances?
Me hice un juramento a mí misma, me juré que nunca volvería a ceder ante los deseos de otros. Me juré que nunca más volvería a soportar ese horrible dolor por nadie. Me juré que nadie volvería hacerme daño nunca.
¿Pero y ahora?
–¡Aquí está mi mami!
Me giro al escuchar el grito de mi pequeño, quien corre y se lanza contra la cama.
Sonrío y beso su naricita. –Tomaste mucho sol, mi cielo –digo mientras acaricio su mejilla sonrojada.
–Papi me estaba enseñando a nadar, mami. Aprendí a flotar y Colin dice que pronto podremos tener competencias de nado, ¿no es genial, mami?
Beso su frente. –Claro que sí, cielo. Pero recuerda que tenemos que volver, no estamos de vacaciones.
–Pero papi me aseguró que podemos volver el próximo fin de semana y tomarnos unos días de vacaciones –dice sorprendiéndome–. Por favor, mami. Nunca hemos tenido unas vacaciones.
Acaricio su nariz con la mía. –Hemos ido a Coney Island –le recuerdo.
–Lo sé, fue divertido, pero quiero volver aquí. Quiero aprender a nadar y papi dijo que me enseñaría.
–¿Dónde está papi? –pregunto curiosa.
–Aquí.
Levanto mi mirada y siento como mi rostro se sonroja al ver a Renji en el umbral de la puerta, vistiendo solo sus pantalones. Está descalzo y todavía hay gotas de agua recorriendo cada músculo de su impresionante torso. Es una imagen preciosa y tentadora como el infierno.
–¿Qué les pasa a tus ojos, mami?
La pregunta de mi hijo me devuelve al ahora. –¿Mis ojos?
–Sí, están más oscuros y raros –responde tomando mi rostro y mirando mis ojos más de cerca.
–Creo que tu mami tiene hambre, hijo –dice Renji haciendo que mi rostro enrojezca más.
–Mami también tomó sol, ¿verdad, papi? –le pregunta a Renji, quien asiente–. También tiene su rostro rojo.
Amo a mi hijo con todo mi corazón, pero en este momento no me molestaría si la tierra nos tragara a ambos.
Al menos la vergüenza que siento en este momento acabaría.
Dylan golpea mis mejillas. –Mami, papi me dijo que yo y Colin podemos hacer una pijamada esta noche, que la tía Mel y el tío Conor nos cuidaran.
–¿Y qué haré yo? Cuidarte es mi trabajo, pequeño hombrecito.
Renji entra a la habitación y se sienta en la cama. –Tú y yo tendremos una cita esta noche –declara.
Sus ojos posesivos están pendientes de los míos, obligándome a obedecer, a ceder. Mi piel comienza a hormiguear nuevamente como lo hizo cuando sus manos estaban sobre mi cuerpo, instándome a responder.
Asiento y una hermosa sonrisa rompe el rostro de Renji.
Dylan no heredó su sonrisa solo de mí, también lo hizo de su padre. Ambos tienen el poder de hacerme feliz con tan solo verlos sonreír.
Esta noche espero tener alguna de las respuestas que tanto necesito.