Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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Medicina
Renji
–¿Te gusta tu desayuno, cielo? –le pregunta Emma.
Dylan asiente con la boca llena de panqueques de chocolate.
–Agradécele a tu papá –le dice a nuestro hijo–. Fue muy temprano a comprarlo para ti.
Dylan me mira, pero de inmediato desvía la mirada. –Gracias, señor –dice y se siente como una puñalada a mi corazón.
Mi pequeño todavía me tiene miedo.
–¿Tenemos que ir hoy a la oficina, mami? –pregunta en un susurro.
–Claro que tenemos que ir, mami tiene que trabajar.
–Hoy tengo una reunión, pero podemos imprimir más edificios esta tarde –ofrezco con una sonrisa.
–No, gracias. Hoy jugaré con mis legos.
Emma me mira con una sonrisa triste y sé que no será fácil recuperar la confianza de mi hijo.
–¿Te gustaría ir a comer papitas hoy? –pregunto, desesperado por recuperar a mi pequeño.
–No, gracias. Hoy quiero almorzar con mami.
Emma se arrodilla al lado de Dylan y acaricia su mejilla.
–Hijo, tu papá lamenta mucho lo que pasó ayer. No quiso asustarte, estaba molesto porque te ama y no quiere que nadie te lastime.
Dylan me mira de reojo y luego vuelve a mirar a su mamá. –Si no quería lastimarme, ¿por qué me gritó? –susurra.
Maldita sea, como duele esto.
–No quise gritarte Dylan y tampoco quise asustarte –le explico–. ¿Puedes mirarme? –le pido. Está frente a mí, pero no me ha mirado ni una sola vez–. Por favor.
Sus preciosos ojos miran los míos y en ellos puedo ver decepción y miedo.
Nunca me perdonaré esto.
–Debes tenerme paciencia, hijo. Estoy aprendiendo a ser papá y es lo más difícil que me ha tocado aprender hasta ahora. No hay un manual que pueda descargar e instalar en mi cerebro. No existe el programa criandoadylan 2.0 –digo.
Mi pequeño sonríe y Emma suelta una risita.
–Te amo y lastimarte es lo último que quiero hacer.
–¿Me amas? –pregunta en un susurro.
–Claro que sí –respondo de inmediato–. Y no solo porque seas mi hijo. Eres el niño más inteligente y amable que he conocido, y me siento muy orgulloso de ser tu padre.
–Y el más hermoso –agrega Emma besando la mejilla de Dylan, sacándole una sonrisa.
–Y el más hermoso –concuerdo–. Lo siento mucho.
–¿Prometes no volver a gritar? –pregunta ladeando su carita como su madre suele hacerlo.
–Lo prometo.
La tensión en sus pequeños hombros se desvanece y luego me sonríe.
–Iré a comer papitas contigo –dice y yo siento como si me hubiese ganado la lotería–. Y también podemos seguir imprimiendo edificios.
Me levanto y me acerco a su lado. –¿Puede papi recibir un abrazo?
Dylan estira sus bracitos y yo lo tomo en mis brazos. Sé que pronto crecerá y no querrá que nadie lo levante, pero espero que ese momento tarde en llegar. Tener a Dylan en mis brazos es una de las mejores sensaciones que existe.
Beso una de sus mejillas.
–Gracias por darme otra oportunidad –susurro.
–Yo también te amo –susurra de vuelta.
Lo abrazo unos segundos más antes de volverlo a su silla.
Mi pequeño me perdonó.
Emma me guiña un ojo y sé que me gustaría que ella pudiera perdonarme algún día. Sé que cree que fue su culpa, pero fue mía.
Saber que lastimé su corazón se siente igual de mal que saber que lastimé a mi hijo.
Es curioso, nunca me importó el daño que pudiera ocasionar en otros, pero hay algo demasiado mal con lastimar a personas como Emma y mi hijo.
Supongo que es momento de rectificar.
–Lo que hablamos sobre Tokio –digo y puedo ver como Emma se tensa–. No volveré a mencionarlo. Encontraré la forma de viajar lo más seguido que pueda.
Emma sonríe, viéndose tan relajada y hermosa, que es casi doloroso contemplarla.
Su celular interrumpe y Emma contesta de inmediato al ver que se trata de Melanie.
La escucho celebrar y sé que la hija de Conor ya nació.
Mi celular vibra dentro de mi pantalón. Abro la aplicación de mensajes y hay una foto de un adorable bebé con el pelo tan rojo como el de su madre.
Escribo un rápido mensaje para felicitar a los orgullosos padres, al igual que mis amigos lo hacen.
Me acerco a Dylan y le enseño la foto. –La hermanita de Colin ya nació.
Me quita el celular y se acerca lo más que puede a la foto.
–Es muy pequeñita y bonita –dice con una sonrisa preciosa–. Ya quiero verla. ¿Podemos verla? –me pregunta.
–Déjame hablarlo con tu mami primero –contesto cautelosamente.
No volveré a tomar una decisión que involucre a Dylan sin consultarlo con Emma primero.
–Mami, ¿podemos ir a visitar a mi tía Mel? –le pregunta Dylan en cuánto Emma termina la llamada.
–Me encantaría, pero los pasajes son muy costosos.
–¿Tienes libre este fin de semana? –le pregunto.
–Si puedo dejar todo listo este viernes, sí.
Sonrío. –Yo puedo ayudarte con tu trabajo–digo entusiasmado.
–Yo también –dice Dylan de inmediato.
–Si quieren ir a visitar a Conor, podemos ir en mi Jet –ofrezco.
–¿Tienes un Jet? –pregunta mi hijo y yo asiento–. ¿Eres millonario? –vuelve a preguntar sujetando su rostro con ambas manos, sorprendido.
–¡Dylan! –exclama Emma molesta–. No puedes ir preguntándole esas cosas a las personas.
–Pero no es cualquier persona, es mi papi.
Sonrío mientras Emma niega con su cabeza, divertida.
–Tengo dinero –respondo.
–¿Cómo para comprar un Jet? –pregunta asombrado.
–Dylan, basta –ordena Emma y luego me mira–. No quiero gastar tus recursos y tiempo.
–Yo también quiero visitar a mi amigo y me encantaría que me acompañaran.
–No lo sé –empieza Emma, pero Dylan se sube a la silla y abraza a su madre.
–¡Di que sí, mami! –le ruega–. Quiero jugar con Colin y conocer a su hermanita.
Emma le sonríe a nuestro hijo, y luego le besa la mejilla. –Está bien.
Dylan comienza a saltar sobre la silla, celebrando.
–Voy a viajar en un avión, mami –dice entusiasmado–. Seré valiente y no miraré hacia abajo. –Comienza a saltar nuevamente–. Ya quiero ir.
–Falta poco –le digo y lo tomo de su cintura y lo vuelvo a sentar en su silla, asustado de que pueda caer.
–Faltan dos días –se queja impaciente.
–Piensa en todos los edificios que podremos imprimir –le recuerdo.
–Eso es cierto –reconoce y luego suspira–. Trataré de ser paciente –agrega sonando como todo un adulto.
Emma besa la cima de la cabeza de Dylan. –Así se habla, mi pequeño hombrecito –lo felicita y luego acaricia su nariz con la de Dylan, haciendo sonreír a nuestro hijo.
Al mirar la escena frente a mis ojos, una parte dentro de mí, oscura y lastimada, comienza a sanar. Duele. Como una herida cuando le lanzan alcohol, pero sé que mejorará y finalmente el dolor cesará.
Ver a Emma y a Dylan felices está sanando las partes dentro de mí que pensé que nunca sanarían. Esas partes que pensé que gangrenarían, provocándome una muerte lenta y dolorosa, pero me equivoqué.
Ellos son la medicina que necesitaba.
