Un Asesino Inocente

18 La mirada de Samir era turbia, y la sonrisa que esbozó era tenebrosa. Se dice que cuando un asesino prueba la sangre, siempre va a querer más. Y fue lo que dio a entender con su actitud. 

Ana también salió un poco enojada de esa oficina, y se podía ver en su caminar, pues sus tacones hacían ruido. Se nota que cada pisada la da con rabia, pero no todo es malo, pues al pasar nuevamente por el escritorio de su secretaria, vio un gran ramo de flores.

—Wow… qué bello que recibas flores, muchas felicidades, al parecer te quieren mucho. Pues sí, Ana es muy amigable cuando se lo propone. 

—¡Muchas gracias, señora! Pero no tengo una persona especial, tampoco son para mí. 

¡A no! Y entonces, ¿quién es la afortunada? Ella sonrió y miró a su alrededor. 

Para ella, las flores son un detalle de mucho amor, y como ella nunca lo ha experimentado, se alegra cuando alguien más lo vive. 

—¡Son para usted! La secretaría hizo que Ana borrara la sonrisa. 

Debe de haber un error, yo no…

La nota está aquí, pero no tiene remitente, es de un admirador secreto. O quizás del señor William. 

—¡William! Ana estaba por esbozar una carcajada, pero recordó su posición y la del señor William. 

—¡Puedes conseguir un jarrón con agua! Ana agarró las flores y las llevó a su oficina. Una vez que entró, puso el ramo en su escritorio y leyó la nota. 

—¡Las estrellas, brillan para iluminar el cielo oscuro, y tú eres como una de ellas, con tu luz iluminas mis noches de oscuridad!... en ese momento, dejó caer la nota y corrió a la ventana. 

—¡No puede ser! Esto no es posible. Quiso ver al mensajero; sin embargo, el hombre ya no estaba. 

¿Christian? Juro que escuche esto de él. Se dijo, al recordar algo más. 

¡Eres la luz que ilumina esta noche de oscuridad! Eso se lo había dicho la noche, cuando estaban en el punto más alto del acto sexual. 

—Esto es un juego… pensó anonadada. Christian está muerto, y esa noche solamente estuvieron ellos dos en esa habitación. 

Confundida, caminó de un lado a otro, mientras su mirada estaba puesta en el ramo de flores. 

—¡Ana, no te dejes confundir! Puede ser que las flores las haya enviado… 

Ella detuvo el paso y quiso agarrar el teléfono, pero se contuvo, al parecer, se arrepintió. —¡William no pudo ser! Además, si le cuento esto pensará que estoy loca, cuando le dice que lo había visto, no me creyó. 

Esa tarde, William había pasado al jardín de infantes, donde estaba Mathias. Y mientras esperaba que saliera, recibió un mensaje, y al leerlo, curvó levemente sus labios hacia arriba. 

¿Sucederá algo? Su guardaespaldas lo vio sonreír sarcásticamente. 

—¡Nada de qué preocuparse! El viejo quedó mudo por un rato; sin embargo, decidió romper el silencio cuando preguntó algo muy íntimo a su hombre.

¿Crees que una señorita de veintitantos años, se enamore de un anciano? 

El día era algo frío, no obstante, el guardaespaldas se hidrataba con una botella de agua, de la cual escupió un trago al escuchar la pregunta del viejo. 

Por supuesto, si habla de la señora Ana Lucía, ella es muy sencilla, la puede enamorar con detalles y un poco de paciencia. Evidentemente, el guardaespaldas tenía que apoyar al viejo y darle su buen consejo. 

—¡Señor William, señor William! El niño soltó la mano de su mentora y corrió hacia el viejo.

—Mira, mi insignia, tuve dos estrellas, las recibí por contestar correctamente, hubieran sido tres, pero Yaya se me adelantó. El pequeño señaló a uno de los niños. 

—¡Bueno, eso nos deja de aprendizaje, que debemos estar más alertas, la próxima vez levantas la mano con más rapidez, porque estoy seguro de que sabrás la respuesta! El viejo mostró mucha confianza en aquel niño. 

—Eso ni lo dudes—. En ese momento el niño se adelantó al vehículo, pero los ojos de William se enrojecieron de coraje. Mathias tenía la camisa sucia, al parecer lo habían arrastrado por el suelo. 

—¿Quién demonios lo hizo? La voz del anciano retumbó en el lugar. 

—¡Señor, no es para tanto! La mentora supuso que ya se había percatado del incidente que tuvo el niño.  

¿Qué no es para tanto? Señorita, ¿sabes quién soy? Soy William Montalbán, el mismo que con tan solo un chasquido, puede desaparecer este instituto.

—¡Señor Montalbán, fue un accidente! Yaya no quería... Déjeme a mí. La mentora excusaba al niño, y de la nada apareció una joven muy engreída y arrogante. 

—¡Mira, viejo, mi hijo no hizo nada malo! 

La dama que interfirió no fue muy bien vista por el viejo. ¿Quién demonios eres? Quiten esta cacatúa de mi vista. William se veía muy molesto. 

Sí, me tocan, se verán con el alcalde, yo soy su esposa y Yaya es su hijo. La joven se sintió respaldada por el puesto que desempeña su marido. 

—¡El alcalde! Muy bien. William asintió varias veces mientras hablaba, luego cogió el teléfono que le entregó uno de sus hombres, y de inmediato se escuchó desahogar. 

—¡Jon Bracamontes! Lo quiero ahora mismo dando una conferencia de prensa, dile que renuncia a su cargo, de lo contrario, hoy mismo dormirá debajo del puente que cruza la ciudad. 

Evelyn, la esposa del alcalde, retrocedió unos pasos. 

—¡Ese anciano es William! William Montalbán, y lo has ofendido. La mentora le susurró al oído. 

—¡Dios celestial! ¿Qué he hecho? Jon me dará el divorcio, perderé mis lujos, mi estatus y mi dignidad. Pensó la joven, cuán soberbia había disminuido. 

—Señor, le pido mil disculpas. La joven titubeó al notar que alrededor había varios padres viendo su espectáculo. Pero así era ella, le gustaba llamar la atención y gritar que era la esposa del alcalde.

Una vez que William terminó la llamada, dirigió la vista a la señora y dijo. —¡William Montalbán no da segundas oportunidades!