Desde hace mil años, una guerra silenciosa consume los reinos: las Bestias, criaturas feroces que prosperan en la oscuridad, buscan venganza contra las Hadas, cuya diosa, Madre Naturaleza, se atrevió a castigar a su propio dios, Némesis.
Esta guerra oculta una verdad mucho más profunda que la simple rivalidad.
Arthur, un lobo alfa nómada, ha viajado por años, prefiriendo la soledad y los placeres sin compromiso a la idea de una pareja destinada.
En el Reino de las Hadas,Titania creció en una cuna de oro que se convirtió en una sofocante prisión.
Una guerra que se desató hace mil años ha sobrevivido porque la verdad sobre su origen fue silenciada.
Cuando la inocencia se encuentra con la oscuridad, la línea entre el deseo y la destrucción se desdibujo.
Arthur y Titania están en el centro de un torbellino de intriga, magia y una atracción tan intensa que podría ser su perdición.
Libro final del Mundo de Reina Luna 🌙
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Princesa encadenada
Reino de las hadas
Titania estaba en la habitación de la Reina de las Hadas. La salud de la Reina Áine era tan delicada que Titania vivía con el peso de ese deber, solo sus preparados especiales lograban mantenerla estable.
—Gracias, Titania —dijo la Reina Áine.
Su piel era increíblemente pálida. Sus ojos, del mismo tono que los de Titania, carecían del brillo que poseía su hermana menor. El cabello rubio le caía sobre el cuerpo como una pesada manta.
—Es mi deber, para eso nací —respondió Titania, sin mostrar emoción alguna, ocultando todo tipo de sentimientos.
Las puertas se abrieron y, con paso firme, entraron Gin y Ethan. Eran dos de los caballeros más leales de la Reina, hombres cuya vida estaba atada al juramento de protegerla.
—¿Cómo se siente, Majestad? —preguntó Ethan, con una voz que, aunque sutil llevaba un innegable rasgo de ternura.
—Mejor. Lamento si los preocupé —respondió Áine. Se giró hacia su hermana con una dulce mirada—. Titania me ayudó, como siempre.
—Es su deber —dijo Gin al instante, mirando a Titania.
Tanto Gin como Ethan miraban a Áine con un respeto y una ternura evidentes. Pero cuando sus ojos se posaban en Titania, sus rostros se volvían fríos, casi desolados.
—Vaya a su recámara y por favor, no vuelva a escapar. Su Reina podría decaer por su negligencia —sentenció Ethan con una autoridad incuestionable. A pesar de ser una princesa de sangre, Titania no era tratada como tal.
Titania asintió, hizo una reverencia a Áine y salió. Apenas cerró las puertas de la habitación, los dos caballeros permitieron que la ternura regresara a sus ojos mientras miraban a su Reina.
—No sean crueles con Titania. Ella está sufriendo por mi culpa —pidió Áine, regalándoles una cálida sonrisa que apenas iluminaba su rostro pálido.
—No diga eso. Titania tiene el deber de cuidarla, así lo dictó el antiguo Rey —contestó Ethan, el más estricto de los tres caballeros. Aunque con Áine era demasiado tierno.
Áine negó con un gesto cansado, pero ya no insistió. Sabía que Ethan y Gin estaban unidos a ella por un pacto de lealtad hasta la muerte. Intentar cambiar su opinión sobre Titania sería inútil.
—¿Dónde está Xander? —preguntó, cambiando el tema.
—Se quedó a cargo de las funciones del reino —dijo Gin.
Áine asintió. Compartía una conexión profunda con los tres caballeros, incluido Xander, el mayor pues habían estado juntos desde la infancia.
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Titania caminó solo unos pasos hacia su recámara. Esta no estaba lejos de la de Áine, pues su deber era cuidarla incluso durante la noche. Se detuvo en seco frente a la puerta. Allí estaba él, un hombre de cabellos blancos y ojos azules claros.
—Titania. Nuevamente te escapaste, arriesgando la salud de tu Reina —dijo con esa voz ronca y varonil que siempre sonaba a reproche.
—Ya me disculpé —comentó Titania, su voz apagada, carente de cualquier brillo propio.
—¿Qué estuviste haciendo durante tu ausencia? Tardaste más que otras veces —comentó él, recorriéndola con la mirada.
Si bien Titania se escapaba con regularidad, nunca lo había hecho por un periodo tan largo como este.
—Me perdí en la libertad —respondió ella con una leve sonrisa, tan vacía que no conseguía mostrar emoción. Era un reflejo exacto de la vida que se veía obligada a llevar.
— Titania —siseó él, molesto por la respuesta.
—Xander —dijo ella, mencionando el nombre del tercer caballero, el protector más poderoso y estricto del reino.
Xander exhaló un suspiro, luchando por contenerse. Se apartó para que ella pudiera entrar en su recámara e inmediatamente, se dio la vuelta. Tenía que ir a ver a la Reina. Pero antes, dio órdenes terminantes a la guardia, debían asegurar que Titania no volviera a escapar.
La vida de la Reina Áine dependía totalmente de ella, de esos dones curativos que solo Titania poseía en todo el reino de las hadas.
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Titania entró en su recámara y caminó directamente hacia el balcón. La noche oscura caía sobre el reino.
La luna pocas veces se dejaba ver en el territorio de las hadas; ellas no veneraban a la Diosa Luna, pues su devoción era para la Madre Naturaleza. Sin embargo, incluso esa conexión se sentía rota. Hacía demasiados años que su bendición no se sentía sobre ellos, dejando un vacío frío en el corazón del reino.
—Libre... ¿Qué se sentirá serlo? —preguntó en un sutil susurro que apenas rompió el silencio.
Su nacimiento había sido una planificación fría. El hada más antigua lo predijo que la segunda princesa, Titania, sería la única capaz de salvar a Áine, la legítima heredera. Sus padres la habían concebido con un único propósito y ese era ser la cura de su hermana.
Su vida no le pertenecía a ella, era de Áine. Jamás podría ser libre. El difunto Rey lo había dejado explícito en su testamento. La vida de la princesa hada Titania le pertenecía a la Reina Áine por toda la eternidad. Un contrato cruel sellado desde la cuna.
—Eran como la oscura noche... —susurró, el recuerdo de los ojos profundos de aquel hombre en el bosque desdibujando su deber.
El corazón le latía con una fuerza inusual solo al pensar en él. Era una lástima, una triste y amarga certeza, que nunca podría volver a verlo. Ni siquiera estuvieron cerca, ni un solo centímetro, pero la imagen se había grabado a fuego en su memoria.
Titania caminó por su recámara mientras se despojaba de su ropa. Se detuvo frente al espejo, observando su reflejo. Su piel era blanca y tersa, y su largo cabello rubio caía hasta debajo de sus glúteos.
Ella era un hada, pero diferente a todos: un hada sin alas. Era la única en su especie. Quizá había nacido así porque, al tener una vida que no le pertenecía, no merecía la libertad que las alas representaban.
—Un hada sin alas. Una princesa encadenada —susurró con una tristeza profunda que apenas se atrevía a pronunciar.
En ese momento, solo una lágrima solitaria se atrevió a caer por su mejilla, marcando el silencio de su resignación.
Se secó la mejilla con el dorso de la mano y se obligó a dejar de mirar el reflejo del espejo, que solo le devolvía la imagen de su condena.
Titania se metió en el baño, dispuesta a tomar una larga inmersión. Mientras las esencias de sus flores silvestres favoritas se mezclaban con el agua de la tina, aquellos ojos oscuros que había visto en el bosque aparecieron en su mente.
Despertaron sensaciones que nunca había permitido que la alcanzaran.
Sus manos recorrieron su cuello, lentas, casi tímidas, descendiendo hasta sus senos. Los acariciaba y masajeaba con una suavidad inédita, imaginando que aquellos hermosos ojos oscuros la observaban. Un gemido apenas audible se escapó de sus labios
—¿Quién eres? —susurró, con la amarga certeza de que volver a verlo era una fantasía, algo imposible.
Llevó las manos a sus labios y los acarició con extrema ternura, delineando cada curva como si buscara el recuerdo de un toque que nunca ocurrió.
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En el reino oscuro donde las Bestias habitaban, el hombre que los gobernaba estaba sentado en su trono. La penumbra lo cubría, pero era evidente su profundo enfado; habían perdido a varios de los suyos a manos de los lobos.
—Mi señor, uno de ellos era diferente —dijo una de las Bestias sobrevivientes, arrodillado y temblando ante el trono.
Se obligó a continuar: —Había un extraño aroma en él... y nuestra fuerza fue superada en segundos
—No era un licántropo... —inquirió con su áspera voz, que cortaba el silencio como un cuchillo—. ¿Cómo es que un simple lobo derrotó a una docena de ustedes?
La pregunta se suspendió en el aire, pesada y cargada de ira contenida. El silencio que invadió el lugar no era solo vacío; era terror. Nadie tenía la respuesta, y los pocos que la intuían sabían que, sin importar lo que dijeran, no agradaría a su Señor.
—Búsquenlo y tráiganlo ante mí —ordenó, la voz resonando con autoridad indiscutible.
Aquel hombre tenía un extraño presentimiento. Algo lo estaba inquietando profundamente. Un simple lobo derrotando a una docena de Bestias era un imposible. Solo sería concebible si se tratara del Rey Supremo de los tres países. No, había algo más.
Necesitaba, con urgencia, tener ante sí a ese lobo que se había manchado las garras con la sangre de sus hermanos Bestias. Su captura no era una venganza; era la clave para entender esta anomalía.
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Titania despertó abruptamente, el aliento cortado. Acababa de salir de una pesadilla horrible.
En el sueño, un ser aterrador la perseguía. Lo más escalofriante era que nunca lograba verlo: la oscuridad lo mantenía oculto. Sin embargo, la presencia se sentía tan tangible y opresiva que eso bastaba para llenarla de un terror que le helaba la sangre.
—¿Quién eres? —susurró, con la voz temblorosa, la pregunta ahora dirigida a la oscura presencia de su pesadilla, no al hombre que la había cautivado.
El terror de la noche se sentía demasiado real para ser solo un sueño.