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Un Hogar En El Apocalipsis

Un Hogar En El Apocalipsis

Status: En proceso
Genre:Sci-Fi / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Cami

El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.

Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.

Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.

NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

24

Durante dos días completos, Valery fue una sombra entre los árboles.

El primer día, Luka la miró partir con los ojos muy abiertos, una pregunta muda en ellos. Ella se arrodilló frente a él, su voz era baja pero firme.

—Debo estar segura, Luky. Debo saber cada uno de sus movimientos como si fueran los míos. Así no fallaremos.

El niño asintió, tragando saliva. La cueva, su nuevo "hogar", se sentía enorme y vacía sin ella.

Esos dos días no fueron solo observación; fueron una inmersión total. Valery no solo memorizó horarios, sino que aprendió a leer el lenguaje corporal del campamento. Vio cómo el hombre del hombro herido bebía más cada tarde, cómo su mirada se volvía vidriosa y su lengua más suelta. Vio cómo las mujeres se agrupaban lejos de los hombres para comer, intercambiando miradas cargadas de un resentimiento silencioso. Aprendió que el joven de la pistola, se mordía las uñas hasta hacerse sangrar cuando creía que nadie lo miraba. Cada pequeño detalle era una pieza de inteligencia, un punto de presión que podría explotar. La cicatriz en la mejilla del nuevo líder no era lo único que lo delataba; su tendencia a rascarse la nuca cuando estaba inseguro, el modo en que su voz se quebraba ligeramente al dar una orden que podía ser desobedecida. Eran humanos. Demasiado humanos. Y su humanidad, con todas sus debilidades y miserias, sería su perdición.

Valery regresaba con el crepúsculo, agotada pero con los ojos brillando de una fría lucidez. Mientras compartían una cena silenciosa a la luz de una linterna velada, le contaba a Luka, no con un tono de cuento, sino como un general reportando a su único subalterno.

—El de la cicatriz se para siempre en la misma roca para dar órdenes. El joven de la pistola evita mirar a los otros. Los vigilantes cambian de turno cuando el sol está en lo más alto y otra vez cuando se oculta. Son criaturas de hábito, Luky. Y los hábitos hacen a la gente predecible. Los hábitos los matarán.

En la fría soledad de su puesto de observación, Valery había perfeccionado su plan hasta la obsesión. Había identificado el punto exacto en el camino del bosque donde el follaje era más espeso y el terreno descendía bruscamente, un lugar perfecto para una emboscada donde los cuerpos podrían rodar fuera de la vista con facilidad. Había calculado el arco de tiro desde los arbustos del río hasta el puesto del vigilante nocturno, teniendo en cuenta la brisa que solía levantarse del agua al anochecer. Incluso había notado que los bidones de gasolina no estaban todos llenos; uno de ellos, el más cercano a la carpa del líder, contenía solo un resto, suficiente para crear una antorcha inicial pero no una explosión masiva. Esto alteraba ligeramente su enfoque: tendría que asegurarse de que el fuego se propagara con la leña y las telas de las carpas, usando la gasolina como acelerante inicial en puntos clave. Su mente, una vez enfocada en salvar vidas, ahora diseccionaba la logística de la aniquilación con una precisión aterradora.

El segundo día, la rutina de Valery fue idéntica. Ocultarse en la zona rocosa al amanecer, inmóvil durante horas, los binoculares pegados a sus ojos. Memorizó cada bostezo, cada discusión, cada momento de descuido. Confirmó que el patrón de los vigilantes era constante. Vio dónde guardaban las armas más valiosas, qué carpas usaban para dormir la mayoría y cuál era la ruta exacta que tomaban para ir al río.

Esa segunda tarde, fue testigo de un altercado. El hombre herido, ebrio y iracundo, enfrentó al nuevo líder, acusándolo de incompetencia por no haber ido a buscar venganza por la muerte del antiguo jefe. "¡Allá fuera hay una niña que nos ha partido en dos y tú aquí escondido como una rata!", había gritado. El líder de la cicatriz había enrojecido, pero no supo responder con contundencia. La disputa terminó con un puñetazo contra una carpa y el hombre herido alejándose tambaleándose. Valery sonrió, un gesto breve y sin calor. La división no era solo una posibilidad; era una realidad que crecía como una gangrena. Su plan no solo aprovecharía su desorganización, sino que alimentaría esa misma división. La desaparición de la patrulla sería interpretada por el hombre herido como una prueba de la debilidad del líder. El asesinato del vigilante avivaría el fuego de la paranoia, haciendo que se volvieran unos contra otros. Su venganza no sería solo física; sería psicológica. Quería que su mundo se desmoronara desde dentro antes de que las llamas acabaran con los restos.

Esa segunda noche, al regresar, no hubo informe. En su lugar, Valery sacó la escopeta de su padre y comenzó a limpiarla con un cuidado meticuloso. El sonido del trapo sobre el metal era el único ruido en la cueva. Luka la observaba, entendiendo el significado de ese ritual.

—¿Mañana? —preguntó el niño, su voz un susurro en la penumbra.

Valery alzó la mirada, y en sus ojos no había duda, ni miedo, solo una determinación absoluta, tallada en los dos días de paciente observación.

—Mañana —confirmó, con la simpleza de quien anuncia la lluvia.

Antes del amanecer, realizó una última revisión de su equipo. No solo la ballesta y la escopeta. Afiló su cuchillo de caza hasta que el filo pudo cortar el aire. Revisó cada flecha, asegurándose de que las plumas estuvieran intactas y las puntas firmemente sujetas. Llenó su cantimplora hasta el tope y preparó un pequeño paquete con vendas, alcohol y la última jeringa de morfina del botiquín de su padre. No planeaba resultar herida, pero la arrogancia era un lujo mortal. También preparó una bolsa para Luka: agua, comida para tres días y la pistola con una sola bala en la recámara. "Si no he vuelto en tres días", le dijo, su voz perfectamente calmada, "tomas esto y sigues el arroyo cuesta abajo. No mires atrás. Encuentra un lugar más lejano y escóndete. Sobrevive". Luka asintió, sus pequeños dedos acariciando la fría metal de la pistola. No hubo lágrimas. Solo la aceptación de un futuro posible donde estaría completamente solo. Esa noche, Valery no durmió. Permaneció sentada en la entrada, sintiendo el peso del reloj de su padre en su bolsillo, cada tic-tac un recordatorio del tiempo que se le había robado y del tiempo que estaba a punto de reclamar.

Mientras Luka se acomodaba para dormir, Valery se sentó a la entrada de la cueva, mirando la oscuridad del bosque. Su plan no era solo un acto de venganza; era una cirugía. Una eliminación precisa y sistemática.

Su mente repasó cada paso una última vez:

Aislamiento (Amanecer): Esperaría a la primera patrulla que salía a cazar o explorar. Dos hombres, siempre los mismos. Los interceptaría en un punto ciego del camino, lejos del campamento. La ballesta sería su herramienta; el silencio, su aliado. Sin cuerpos que encontrar, solo una desaparición. Eso sembraría la primera semilla de inquietud.

Terror (Segunda Noche): Con la desaparición de la patrulla corriendo como un rumor por el campamento, ella actuaría. Desde la zona de arbustos junto al río, usando la oscuridad como un manto, eliminaría al vigilante del flanco este durante su solitario turno nocturno. Una flecha limpia. Un cuerpo que sí encontrarían al amanecer, frío y sin explicación. Que el miedo se convirtiera en pánico.

Aniquilación (Tercera Noche): Cuando la paranoia estuviera en su punto máximo, cuando estuvieran mirando hacia las sombras con los nervios de punta, llegaría el fuego. Usaría la leña que ellos mismos apilaban y los bidones de gasolina, colocados estratégicamente cerca de las carpas principales y del depósito de armas. Una conflagración que no solo quemaría, sino que atraería a toda criatura hambrienta en kilómetros a la redonda hacia el caos y los gritos.

No dejaría nada. Ni un rastro de ellos. Solo cenizas y un silencio elocuente.

El bosque, en la quietud previa al alba, parecía contener la respiración. Valery cerró los ojos un momento, no para rezar, sino para visualizar cada movimiento, cada transición entre la sombra y el ataque. Se vio a sí misma deslizándose entre los árboles, la textura de la corteza bajo sus dedos, el crujido específico de la hojarasca que debía evitar. Su plan era un mecanismo de relojería, y ella era el péndulo que lo pondría en movimiento. No había espacio para la emoción, solo para la ejecución. Una calma mortal se asentó sobre ella, un manto pesado y familiar. Esta no era la chica que soñaba con ser médica; era el instrumento de una justicia primitiva y necesaria. El mundo había retrocedido a una ley simple: matar o morir. Y ella había elegido vivir, costara lo que costara.

Al amanecer del tercer día, Valery se puso en pie. Se ajustó la correa de la ballesta en el hombro y metió el reloj de su padre en el bolsillo. Se giró hacia Luka, que la observaba con una seriedad que partía el alma.

—Hoy Comienza —dijo, sin adornos—. Quédate. Sobrevive.

—Sobrevive tú también —respondió el niño, con un eco de su propia frialdad.

Valery asintió una vez y se deslizó entre las ramas que camuflaban la entrada.

El cazador había terminado de observar.

Ahora comenzaba la cacería.

1
Paola Zamorano Rossel
muy bueno y muy bien escrito
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