Traicionada por su propia familia, usada como pieza en una conspiración y asesinada sola en las calles... Ese fue el cruel destino de la verdadera heredera.
Pero el destino le concede una segunda oportunidad: despierta un año antes del compromiso que la llevaría a la ruina.
Ahora su misión es clara: proteger a sus padres, desenmascarar a los traidores y honrar la promesa silenciosa de aquel que, incluso en coma, fue el único que se mantuvo leal a ella y vengó su muerte en el pasado.
Decidida, toma el control de su empresa, elimina a los enemigos disfrazados de familiares y cuida del hombre que todos creen inconsciente. Lo que nadie sabe es que, detrás del silencio de sus ojos cerrados, él siente cada uno de sus gestos… y guarda el recuerdo de la promesa que hicieron cuando eran niños.
Entre secretos revelados, alianzas rotas y un amor que renace, ella demostrará que nadie puede robar el destino de la verdadera heredera.
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Capítulo 17
El hospital estaba sumido en una tensión casi insoportable. Desde el intento frustrado de ataque la noche anterior, Serena Valente se mantenía en estado de alerta permanente. Guardias armados circulaban por los pasillos, y cada sombra parecía esconder una amenaza. Pero incluso en medio del miedo, había algo nuevo en su corazón: la certeza de que Cássio Lacerda estaba a punto de volver. Los susurros de él, débiles, casi arrancados desde un abismo, aún resonaban en su mente. "Serena... estoy volviendo..."
Ella no se había apartado de su lado desde entonces. Le tomaba la mano, observaba cada movimiento, cada temblor involuntario en los párpados. Había horas en que creía enloquecer, pero bastaba oír el bip firme del monitor para recomponerse. Él estaba luchando. Y, esta vez, no luchaba solo.
Aquella mañana, cuando la primera luz atravesó la ventana de la habitación, Serena sintió los dedos de él moverse con más fuerza. El corazón se le disparó. Se acercó, con los ojos fijos en su rostro. Los párpados temblaban de nuevo, pero esta vez no se abrieron por un instante solamente. Lentamente, como si pesaran toneladas, comenzaron a elevarse.
—Cássio... —lo llamó, con la voz embargada de emoción—. Abre los ojos. Estoy aquí.
Él parpadeó, los ojos turbios abriéndose con dificultad. El mundo aún era un borrón, pero su primera visión fue el rostro de ella, bañado en lágrimas.
—Serena... —murmuró, con la voz ronca, pero real, viva.
Ella se cubrió la boca, un sollozo escapándosele. Cayeron lágrimas sobre la mano de él, que ahora la apretaba con más fuerza. —Has vuelto —el risa nerviosa mezclada con el llanto hizo su voz casi inaudible—. ¡Has vuelto para mí!
Antes de que pudiera perderse en la emoción, la puerta se abrió con violencia. Dos hombres irrumpieron en la habitación, armados, con los rostros cubiertos. El ataque que tanto temía había finalmente llegado.
—Se acabó su tiempo —dijo uno de ellos, con el arma apuntada directamente a Serena.
Ella se levantó de inmediato, colocándose frente a la cama de Cássio como un escudo humano. —Si quieren llegar hasta él, van a tener que pasar por mí primero.
El hombre rió con desprecio. —Es exactamente lo que pretendemos.
Pero antes de que el disparo fuera hecho, una voz firme resonó por la habitación, sorprendiendo a todos.
—Disparen... y estarán muertos antes de salir de aquí.
Era Cássio. Su voz aún débil, pero cargada de una autoridad que parecía incendiar el aire. Los hombres se congelaron por un instante, sorprendidos. Serena miró hacia atrás, incrédula. Él no solo había abierto los ojos: estaba consciente, lúcido, despierto.
Con esfuerzo, Cássio intentó erguir el cuerpo. Aún debilitado, pero los ojos ardían con la llama del hombre que, en el pasado, había destruido imperios por venganza. —Salgan —dijo, con la mirada fija en los invasores—. O verán de lo que soy capaz incluso después de meses en coma.
El silencio duró pocos segundos, hasta que guardias armados irrumpieron en la habitación, respondiendo a la alarma activada. Los invasores fueron inmovilizados en segundos, arrastrados hacia fuera a gritos. La habitación volvió al silencio, quebrado solo por la respiración acelerada de Serena y el bip constante de las máquinas.
Ella se volvió hacia Cássio, con el corazón disparado. Él respiraba con dificultad, el cuerpo aún frágil, pero la mirada era la misma que recordaba de la infancia: intensa, indomable.
—Tú... despertaste —dijo, casi sin creer.
Él alzó la mano con esfuerzo y tocó su rostro, limpiándole una lágrima. —Escuché cada palabra tuya... todos estos días. Fuiste tú quien me trajo de vuelta, Serena.
Ella agarró la mano de él contra su rostro, llorando en silencio. —Pensé que te perdería... otra vez.
—Nunca —respondió, firme—. No esta vez.
El reencuentro, sin embargo, no les dio tiempo para descanso. Augusto entró en la habitación minutos después, con el semblante grave. —Necesitamos sacarlos de aquí inmediatamente. Los primos están desesperados. El ataque de hoy fue solo el comienzo. Hay rumores de que planean algo aún mayor, una ofensiva final contra ustedes dos.
Cássio cerró los ojos por un instante, reuniendo fuerzas, y cuando los abrió nuevamente, había fuego en su mirada. —Que vengan. Esta vez, no voy a asistir en silencio.
Serena sujetó su mano con fuerza, encarando a Augusto. —Ellos no saben lo que han hecho. Al intentar matarlo, lo han traído de vuelta.
Aquella noche, ya a salvo en un ala aislada, Serena apoyó la cabeza sobre el pecho de Cássio, escuchando los latidos de su corazón, tan fuertes y reales. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no cargaba el peso sola.
—La guerra va a ser peor ahora —dijo ella, en un susurro—. Pero contigo aquí, sé que vamos a vencer.
Él la besó en la frente, un gesto simple, pero que incendió cada pedazo de ella. —Juntos, Serena. Hasta el fin.
Y mientras la oscuridad aún se agitaba del lado de afuera, tramando el contraataque más brutal, Serena Valente y Cássio Lacerda sabían que el verdadero juego había apenas comenzado.