Emma lo tenía todo: un buen trabajo, amigas incondicionales y al hombre que creía perfecto. Durante tres años soñó con el día en que Stefan le pediría matrimonio, convencida de que juntos estaban destinados a construir una vida. Pero la noche en que esperaba conocer a su futuro suegro, el mundo de Emma se derrumba con una sola frase: “Ya no quiero estar contigo.”
Desolada, rota y humillada, intenta recomponer los pedazos de su corazón… hasta que una publicación en redes sociales revela la verdad: Stefan no solo la abandonó, también le ha sido infiel, y ahora celebra un compromiso con otra mujer.
La tristeza pronto se convierte en rabia. Y en medio del dolor, Emma descubre la pieza clave para su venganza: el padre de Stefan.
Si logra conquistarlo, no solo destrozará al hombre que le rompió el corazón, también se convertirá en la mujer que jamás pensó ser: su madrastra.
Un juego peligroso comienza. Entre el deseo, la traición y la sed de venganza, Emma aprenderá que el amor y el odio
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Capítulo 22
Robert
El Lexus ruge suave mientras avanzo por las calles húmedas de París. El volante se siente firme en mis manos, pero mi atención está dividida. Emma va en el asiento del copiloto, con la espalda recta y el ceño fruncido. Está así desde que salimos del hotel.
De reojo, observo lo que hace: primero se pasa la mano por el cuello, luego abre su pequeño bolso y saca un espejito redondo. Apenas se mira, sus ojos se agrandan y un gesto de alarma se apodera de su rostro. Rápidamente, rebusca en el mismo bolso y extrae maquillaje, cubriendo con destreza las pequeñas marcas que anoche le dejé.
Me obligo a mantener la vista en la carretera, pero no puedo evitar que una sonrisa se me curve en los labios. Satisfecha. Esa es la palabra. Las marcas son mías y verla tan desesperada por ocultarlas solo aviva mi ego.
Ella me descubre sonriendo y, con un bufido, me da un golpe suave en el hombro.
—¿De qué te ríes?— Me lanza una mirada furiosa, como si yo fuera el culpable de su apuro. Y si, claro que lo soy.
—¿Por qué tanto pánico?— Pregunto con calma, disfrutando de su reacción.
Sus ojos se agrandan más todavía, como si mi pregunta la obligara a enfrentar un pensamiento que preferiría mantener enterrado.
—No tienes idea— Responde, exhalando aire con desesperación. —No quiero ni imaginar lo que pensarán mis padres después de haber estado desaparecida todo el día de ayer. Por lo menos les pude mandar un mensaje para que estuvieran tranquilos… o ya tendría a toda la policía francesa buscándome.
Mi risa brota sin permiso y sigo sin apartar la vista del camino.
—Mientras estés conmigo, nada malo te va a pasar— Le aseguro, y es la única verdad que me permito regalarle.
El sonrojo tiñe sus mejillas. Aparta la mirada hacia la carretera, como si quisiera huir de mis palabras.
El silencio dura apenas un instante. De pronto, gira el rostro hacia mí, y la miro un segundo más de lo que debería. Lo suficiente para que la sangre se me acumule de golpe en la entrepierna. Ese vestido que lleva abraza sus curvas con una precisión letal, marcando el contorno de sus pechos con una claridad que me tienta a punto de frenar el coche y tomarla aquí mismo.
Respiro hondo, vuelvo la vista al frente y aprieto el volante. No me lo está poniendo fácil.
—No me lo preguntaste— Dice de pronto. —Pero no tienes que preocuparte. Uso la inyección trimestral. No voy a aparecer de pronto con una sorpresa.
Asiento despacio, sin soltar el aire que se me acumula en el pecho.
—Bien— Murmuro.
Pero lo cierto es que no me importa. Nunca pensé en eso mientras me hundía en ella, nunca me detuve a considerarlo, cuando me corrí en su interior innumerables veces ayer. Y ahora que lo dice, la idea tampoco me alarma. De hecho… resulta extrañamente soportable. Quizás incluso más que eso. La posibilidad de dejar una huella mía en ella, de una manera imposible de borrar, no me parece tan mala.
Muerdo el interior de mi mejilla y me obligo a seguir conduciendo, pero la idea se queda conmigo, reptando en mi mente, más peligrosa que cualquier deseo carnal.
\*\*\*
El motor se apaga y el silencio nos envuelve un segundo antes de que abra la puerta. El aire fresco me golpea el rostro mientras rodeo el Lexus y abro la puerta del copiloto. Emma está nerviosa, lo noto en la forma en que aprieta el bolso contra el regazo y se muerde el labio. Me dedica una sonrisa tímida, como si quisiera despedirse rápido y salir corriendo de esta escena. Se inclina apenas hacia mí, buscándome con los labios.
No le doy el gusto. Me aparto lo justo, y en lugar del beso, le ofrezco mi mano. Ella me mira, confundida, pero yo no la dejo dudar y le tomo la suya. Sin darle tiempo a protestar, empiezo a caminar con ella hacia la casa.
—¿Qué crees que estás haciendo?— Me pregunta en voz baja. Sus pasos se vuelven más cortos, intentando frenar el avance.
—Quiero conocer a tus padres— Respondo con calma, como si fuera lo más lógico del mundo.
—No, no, no…— Se planta de golpe frente a mí, con su cabello agitándose por el movimiento y los ojos muy abiertos. —Eso no va a pasar.
Una sonrisa se me escapa, lenta y provocadora.
—¿Por qué?— Inquiero, avanzando medio paso hacia la puerta, sabiendo que la desesperación se refleja en cada gesto suyo.
—Porque mis padres no van a entender lo que sucede…mucho menos la diferencia de edad entre nosotros— Su voz tiembla, pero se esfuerza por sonar firme.
Doy un paso más, cerrando la distancia entre nosotros hasta dejarla acorralada contra la barandilla del porche. Mis ojos buscan los suyos, la observo batallar entre el enojo y la vulnerabilidad.
—¿Te da miedo que tu padre se entere que ahora tienes otro "papi"?— Uso el mismo tono de voz bajo que ella.
La expresión de Emma es un espectáculo en sí misma. Se queda sin aire, con los labios entreabiertos y obersevandome como si no pudiera creerlo, buscando una respuesta que no llega. La satisfacción me recorre como un veneno dulce. La he dejado sin palabras.
Pero antes de que pueda disfrutarlo más, la puerta se abre con un chirrido. Una mujer con porte hogareño y ojos atentos, aparece en el umbral. Su mirada pasa de Emma a mí y luego vuelve a su hija, esperando explicación.
Emma intenta reaccionar, pero la voz le sale entrecortada:
—Ma, él es…
No la dejo terminar. Extiendo mi mano con naturalidad para saludar a su madre.
—Soy Robert Falcone— Digo con un tono seguro. —El jefe de su hija.