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PERTENECES A MI

PERTENECES A MI

Status: Terminada
Genre:Completas / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Deanis Arias

Perteneces a Mí

Una novela de Deanis Arias

No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…

Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.

Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.

Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.

Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.

NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 17 – Más allá del deseo

Las paredes del apartamento parecían más frías que nunca. Ayleen caminaba descalza, sin rumbo, el eco de las últimas palabras de Eiden repitiéndose en su cabeza como un mantra envenenado:

“No soy tuyo. Ni de nadie.”

Se había enfrentado a traidores, a mafiosos, a asesinos… pero nunca había sentido el filo de una amenaza tan íntima, tan personal. Porque Eiden no era una posesión. Nunca lo fue. Pero había sido suyo en un sentido que no sabía cómo nombrar.

Y ahora se le escapaba entre los dedos.

Marcó su número.

Timbre.

Buzón.

Otra vez.

Nada.

Tiró el teléfono sobre el sofá con rabia contenida. Helena, que estaba en la cocina, la observaba sin atreverse a decir nada.

—Habla —dijo Ayleen sin mirarla.

Helena dejó la taza y cruzó los brazos.

—¿Qué esperabas que pasara?

—¿Qué insinúas?

—Que no puedes moldearlo para siempre. Cambió por ti, sí… pero ahora camina por sí mismo.

Y tú no estás acostumbrada a compartir el poder.

Ayleen se volvió lentamente.

—No es poder lo que quiero.

—Entonces admítelo:

Lo quieres a él.

Pero también quieres que te pertenezca.

El silencio fue la única respuesta.

Samantha estaba en el gimnasio privado del campus, vestida con leggins oscuros y una chaqueta ligera. Mientras hacía abdominales frente al espejo, no dejaba de pensar en Eiden. No por amor. No por culpa.

Sino por oportunidad.

—Ya no es débil —murmuró entre jadeos—. Ahora es deseado.

Y cuando los hombres saben que pueden elegir…

las mujeres como Ayleen comienzan a temblar.

Sacó su celular. Marcó un número que tenía meses sin usar.

—Necesito una cena privada con Baltazar Rivas. Hoy.

Dile que tengo información sobre su hija…

y su chico nuevo.

Ayleen recibió el mensaje a las 7:43 p.m.

“Lo vi en el restaurante del centro. No estaba solo.”

No tenía firma. No tenía contexto. Solo una foto. Difusa. Pero suficiente. Eiden, sentado frente a una mujer de cabello largo, piel clara, sonrisa discreta. No era Samantha. No era nadie conocida. Pero lo que la foto capturaba no era escándalo.

Era algo peor:

intimidad.

El estómago de Ayleen se tensó como una trampa cerrándose. Su primer impulso fue marcarle, pedir explicaciones. Su segundo, salir a buscarlo.

Pero lo que hizo fue peor.

Se vistió con un vestido negro ajustado, escote justo, labios rojo vino.

Si iban a jugar a romperse… ella no iba a perder con elegancia.

Baltazar estaba sentado en una sala privada del restaurante más exclusivo del centro. Frente a él, Samantha, segura, cruzada de piernas, sosteniendo una copa de vino que no bebía.

—¿Y por qué debería escucharte?

—Porque yo no quiero destruir a Eiden.

Solo quiero… devolverlo a donde pertenece.

Lejos de tu hija.

—¿Y por qué me ayudarías?

Samantha apoyó la copa con suavidad.

—Porque tú no quieres que Ayleen se ablande.

Y yo no quiero que Eiden se endurezca del todo.

Baltazar sonrió.

—Estás hablando de manipular sentimientos.

—Estoy hablando de equilibrar el tablero.

Él la estudió durante unos segundos, como si estuviera considerando si matarla o aliarse con ella.

—Haz tu jugada —dijo al fin—.

Pero si pierdes… no me hables nunca más de Eiden.

Ni de mi hija.

Eiden llegó al apartamento pasadas las nueve. Ayleen lo esperaba en la sala, sentada con una copa de vino. El vestido hablaba por ella antes de que dijera palabra.

Él se detuvo, sorprendido. Sonrió apenas.

—Te ves… distinta.

—¿Te gusta?

—Siempre me gustas.

Ella se levantó. Caminó hacia él. Lo miró de arriba abajo.

—¿Dónde estuviste?

—Dando un paseo. Pensando.

—¿Con alguien?

Eiden dudó medio segundo. Pero no mintió.

—Sí. Una amiga. Solo hablamos.

Ayleen apretó la mandíbula. Se acercó más.

—¿Y hablaste de mí?

—No. Hablamos de mí.

—¿Y te hizo sentir… libre?

Él bajó la mirada. Luego la sostuvo con firmeza.

—Sí.

Ella lo abofeteó. Suave. Lento.

No por odio. Por impotencia.

Y luego lo besó con fuerza. Como si al tocarlo pudiera borrar cada palabra.

Pero él no correspondió de inmediato.

Los labios de Ayleen seguían sobre los suyos. Su cuerpo pegado, su perfume envolviéndolo como una prisión lujosa. Pero Eiden no correspondía por impulso… sino por duda.

Ella lo sintió. Sintió la frialdad en sus manos, la rigidez en sus hombros. El beso que no regresaba con la misma hambre.

Se separó apenas unos centímetros.

—¿Ya no me deseas?

Eiden tragó saliva.

—Te deseo tanto… que a veces me ahoga.

—¿Entonces qué pasa?

—Que no sé si me deseas a mí…

o a la idea de tenerme bajo control otra vez.

Ayleen retrocedió como si la hubieran golpeado.

—Eso no es justo.

—Tampoco lo es que me preguntes con quién estuve… como si tu amor viniera con grilletes.

Ella lo miró. Herida. Desnuda de orgullo.

—No puedo perderte.

—Entonces deja de pelear conmigo cada vez que no me obedeces.

Silencio.

Y en ese silencio, ambos entendieron algo devastador:

El amor no era el problema.

Era el miedo.

El miedo a perder el poder.

El miedo a que el otro eligiera no quedarse.

Eiden suspiró. Caminó hacia la puerta del dormitorio.

—Me quedo esta noche. No porque me lo pidas.

Sino porque aún quiero intentarlo.

Ella no respondió. Solo asintió.

Y esa noche, hicieron el amor sin palabras.

Fue lento. Doloroso. Intenso.

Como dos cuerpos que se aman,

pero cuyas almas… ya no caminan al mismo ritmo.

Al día siguiente, Samantha recibió un mensaje de Baltazar.

“Funciona.

No te detengas aún.”

Ella sonrió.

Y marcó un nuevo número.

—Inícialo. Ya saben quién es el blanco.

Del otro lado, una voz respondió:

—¿Y si ella lo protege?

—Entonces caerán los dos.

1
Yesenia Pacheco
Excelente
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