Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.
Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.
Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.
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Capitulo: 9
La mañana amaneció tranquila en la mansión ducal. El sol bañaba los pasillos de mármol con destellos dorados y el aire estaba impregnado con el aroma de pan recién horneado. La niña, vestida con un delicado vestido celeste adornado con encajes, caminaba lentamente hacia la biblioteca. Desde que había decidido cambiar su destino, los libros se habían convertido en su refugio secreto.
Mientras avanzaba por el pasillo, escuchó los cuchicheos de dos sirvientas.
—Mírala, parece tan dócil ahora —dijo una con desprecio.
—Hmph, seguro finge. La pequeña señorita siempre será una víbora —respondió la otra.
Las palabras le atravesaron el corazón como cuchillas invisibles. Había soportado insultos antes, en su otra vida y en esta, pero en el cuerpo frágil de una niña, todo dolía más. Bajó la mirada, intentando ignorarlas, pero sus pasos se volvieron inseguros. No se dio cuenta de que el cordón de su zapato estaba suelto, y en un instante tropezó.
—¡Ah! —exclamó, cayendo de rodillas contra el suelo frío.
Las sirvientas no se movieron para ayudarla; en cambio, se miraron con desdén. Pero antes de que pudieran decir algo más, una voz profunda y firme resonó en el pasillo.
—¿Se atreven a reírse de la hija de un duque?
El hermano mayor apareció, alto y con porte impecable, su mirada oscura como una tormenta. Las sirvientas palidecieron y se inclinaron de inmediato.
—¡N-no, joven señor, jamás lo haríamos…!
—Fuera de mi vista —ordenó él con un tono que no admitía réplica.
Las mujeres huyeron sin mirar atrás. La niña lo observó desde el suelo, sorprendida. Esperaba burla, indiferencia… pero en cambio, él se inclinó y le tendió la mano.
—Levántate. No deberías andar distraída, te harás daño. —Su voz sonaba fría, pero la fuerza con la que sostuvo su mano pequeña fue firme y segura.
El corazón de la niña latió con fuerza. Ese gesto, aunque disfrazado de severidad, era protección.
Más tarde, en la biblioteca, el segundo hermano ya la esperaba, sentado con varios libros abiertos frente a él. Levantó la vista y frunció el ceño al verla entrar con una leve herida en la rodilla.
—Otra vez torpe. Si no aprendes a cuidar tus pasos, serás una vergüenza en los bailes de sociedad —comentó con dureza.
Ella apretó los labios, intentando no responder con rabia. Se sentó frente a él en silencio, pero el muchacho empujó un frasco de ungüento hacia ella.
—Úsalo. Si una cicatriz queda en tu pierna, te lo reprocharán toda la vida.
La niña lo tomó, sorprendida. Su hermano no la miraba directamente, fingía estar absorto en sus notas matemáticas, pero sus palabras habían sido un consejo disfrazado de reproche.
Mientras aplicaba el ungüento con cuidado, comprendió algo: sus hermanos no eran crueles sin motivo. Su frialdad era una máscara, su dureza un escudo. No sabían cómo mostrar ternura, pero en sus acciones se escondía un afecto que pocos podrían reconocer.
Esa noche, de regreso en su habitación, se acercó al espejo. Sus ojos grandes y oscuros reflejaban la confusión que llevaba dentro.
—Dicen que soy la villana… —susurró—. Pero mis hermanos… ellos no me odian, ¿verdad? Solo… no saben cómo demostrar lo que sienten.
Apoyó la frente contra el cristal, dejando escapar un suspiro.
—Quizás… quizás no estoy tan sola como creía.
La luna entraba por la ventana, bañando su pequeña figura en una luz plateada. Por primera vez desde que había despertado en este mundo, sintió un atisbo de calidez, tenue pero real, latiendo en lo profundo de su corazón.