BUSCANDO A MI LUNA

Narrador.

Al día siguiente…

La sala del trono en el castillo, adonde Kael la llevó, resultaba ser mucho más acogedora que el amplio salón donde se había enfrentado al Lobo Supremo. Contaba con grandes ventanas que dejaban ingresar la luz dorada del atardecer, muebles tallados en una madera oscura y un suave fuego que crepitaba en la chimenea. Allí, la esperaban dos figuras imponentes que captaron su atención de inmediato.

Él era alto, con la apariencia de un guerrero experimentado que ha luchado en muchas batallas y no ha perdido ninguna. Su cabello era oscuro, con solo algunas hebras plateadas, y sus ojos dorados se suavizaron al mirar a Elena. Junto a él, había una mujer de belleza tranquila que sonrió cálidamente. Su largo cabello negro como la noche caía en suaves ondas sobre sus hombros, y en sus ojos brillaba el mismo destello que Kael tenía al mirarla.

—Así que tú eres la elegida de mi hijo —dijo el rey en voz profunda, acercándose—. Bienvenida al centro del clan Occidens. Soy Lior, el padre de Kael.

Elena inclinó un poco la cabeza en un gesto de respeto, pero antes de poder hablar, la mujer la abrazó de manera inesperada.

—Y yo soy Amasia, su madre. ¡Finalmente has llegado!  —susurró emocionada—. No tienes idea de cuánto deseábamos este encuentro.

Elena, aún un poco nerviosa, dejó escapar una sonrisa. Esa mujer le hacía sentir… como en casa.

—Gracias por recibirme —logró pronunciar sinceramente—. No pensé que…

—Que no te cortáramos la cabeza al ver que eres humana —interrumpió Amasia con una risa suave—. No te preocupes, querida. La familia de Kael puede ser intensa, pero también sabe amar con pasión. Esta noche, en la cena, conocerás a todos: sus hermanos, sus cuñados, sus hijos. . .  todos vendrán a saludarte.

—¿Todos? —preguntó Elena, sorprendida al parpadear—. ¿Cómo es posible que lleguen tan rápido? Ella había escuchado que Kael tenia 10 hermanos y cada uno tenia su manada.

Kael sonrió, apoyando una mano en la parte baja de su espalda.

—Los lobos tenemos una conexión especial. Podemos comunicarnos mentalmente con los de nuestra especie. La distancia no importa. Solo hay que pensarlos, y ellos escucharán nuestra llamada.

—¿Y yo también podré hacer eso? —inquirió Elena, curiosa.

—Por supuesto —respondió Kael—. ¿Recuerdas a Derek, mi beta?

—Sí, claro.

—Perfecto. Cierra los ojos. Piensa en él. Concéntrate solo en su nombre… y llámalo.

Elena le hizo caso, cerrando los ojos con un poco de escepticismo. Respiró hondo y pensó en Derek, el hombre serio y reservado que no dejaba de mirarla desde su llegada.

—Derek —susurró en su mente.

Un instante después, la voz profunda del beta resonó claramente en su cabeza.

“¿Luna? ¿Necesitas algo? ”

Elena se sobresaltó y abrió los ojos, mirando a Kael con asombro.

—¡Funcionó! Me respondió. Estaba… en mi mente.

Kael rió, disfrutando de su sorpresa.

—¿Qué quieres que le diga?

—Que… que traiga mis cosas, por favor —murmuró.

Kael asintió.

—Díselo tú misma.

Elena volvió a cerrar los ojos.

—Derek, ¿serías tan amable de pedirle a Brisia que traiga mis cosas?

“Como tú digas, Luna.”

Cuando volvió a abrir los ojos, su cara mostraba una mezcla de asombro y alegría.

—Esto es maravilloso —susurró.

—Son las ventajas de pertenecer al mundo de los licántropos —comentó Kael, cruzando los brazos y mirándola con orgullo.

—¿Siempre has tenido esta habilidad? ¿Poder comunicarte con todos?

—Desde que era niño. Aunque no con todos. Solo con mi manada… y con los de mi sangre. Con mi luna, la conexión es aún más profunda.

Amasia los observaba con cariño desde el trono, sus ojos brillando de emoción.

—Son como llamas que se han estado buscando desde siempre —dijo—.  Elena, esta noche encontrarás a muchos que dudarán de ti. Algunos no creen en las antiguas profecías… otros desconfían de los humanos. Pero tú… —se acercó y le tomó las manos—. Eres mucho más que eso. Eres esperanza. Eres cambio.

Elena se quedó sin palabras. Por primera vez en días no sintió temor. No se sintió sola. Formaba parte de una familia, una manada, una historia que apenas comenzaba a entender.

Y aunque la noche prometía estar llena de desafíos y miradas escépticas, supo que tendría compañía para enfrentarlos.

*

*

El comedor del palacio no era tan gélido como Elena había pensado. A pesar de que los techos eran altos y los muros estaban hechos de piedra antigua, el ambiente estaba lleno de calidez, risas y olores que estimulaban el apetito. Una enorme mesa de madera, adornada con manteles bordados, se extendía hasta perderse en la penumbra de las antorchas.

Elena ingresó del brazo de Kael, luciendo un vestido largo de color marfil que le había prestado Amasia. Su cabello blanco caía como una cascada sobre su espalda. Se sentía un poco fuera de lugar, pero también aceptada.

Los hermanos de Kael ya estaban allí, cada uno con su estilo distintivo. Algunos se parecían a su padre, mientras que otros eran completamente diferentes. Había risas, empujones amistosos y hasta un vaso de vino derramado sobre la mesa. La tensión se desvaneció apenas cruzaron la puerta.

—¡Aquí viene el favorito de mamá! —bromeó uno de los hombres, levantando su copa.

—Y la única que ha logrado domarlo —añadió otro, guiñándole un ojo a Elena.

—¡Cállense, lobos viejos! —rugió Kael con una sonrisa torcida—. Si van a hacerme pasar vergüenza, al menos esperen a que llegue la comida.

Una risa general resonó en la habitación.

Amasia se levantó para dar abrazos a cada uno. Al llegar a Elena, la presentó con orgullo:

—Hijos, ella es Elena. La compañera de Kael, y su luna. Comportaos bien… al menos durante la cena.

Elena se sentó junto a Kael. En frente de ellos se hallaba el hermano mayor, Lucan. Era más robusto que los otros, con una mirada fría y una postura rígida. Su sonrisa nunca alcanzaba sus ojos.

—Entonces, tú eres la humana que fue marcada por mi hermano —dijo Lucan en un tono grave, mientras rompía un trozo de pan.

El lugar se quedó en silencio.  Todas las miradas se dirigieron hacia Kael, quien ya se estaba tensando.

—Ella es mi luna, Lucan. Te guste o no.

—Eso es lo que me inquieta —respondió Lucan, partiendo el pan en dos—. Que debemos confiar nuestro linaje a una…casualidad.

—No fue una casualidad —intervino Amasia con firmeza—. Fue la voluntad de la diosa.

Lucan bajó la mirada, pero no añadió nada más.

Kael tomó la mano de Elena por debajo de la mesa. Estaba fría. Ella le lanzó una mirada tranquila y susurró:

—Estoy bien.

Conversaciones empezaron a reanudarse. Pronto hablaron sobre antiguas batallas, alianzas de manadas, y de cómo uno de los hermanos perdió un duelo por fijar demasiado la vista en la hembra equivocada.

—Y tú, Elena —preguntó otro de los hermanos—, ¿te sabes manejar en la cocina? Porque Kael nunca aprendió y se muere de hambre sin madre cerca.

—Sé cómo sobrevivir con lo que haya… —respondió ella con picardía—. Aunque dudo que pueda controlar a una jauría como ustedes solo con sopa.

Risas estallaron por toda la mesa. Incluso Lucan esbozó una ligera sonrisa.

Kael miraba a Elena como si no pudiera creer lo que estaba observando. Con cada minuto que pasaba, ella se sentía más en su lugar. Era como si hubiera estado destinada a estar allí con ellos.

—Cuando terminemos la cena —dijo Lior, el padre—, quiero mostrarles algo. Es el momento de que Elena conozca el Salón de las Lunas.

Elena levantó las cejas, llena de curiosidad.

—¿Qué es eso?

—Nuestra historia —respondió Kael—. Un lugar sagrado al que solo pueden acceder los herederos y sus lunas.

—¿Y qué hay allí?

—Respuestas —dijo Amasia en voz muy baja—. Y muchas preguntas también.

La cena siguió de forma más ligera y cálida. Elena se reía, conversaba y escuchaba. Pero debajo de la mesa, Kael no soltaba su mano. Sabía que este instante de tranquilidad era solo un breve respiro… antes de que viniera la próxima tormenta.