Ella necesita dinero desesperadamente. Él necesita una esposa falsa para cerrar un trato millonario.
El contrato es claro: sin sentimientos, sin preguntas, sin tocarse fuera de cámaras.
Pero cuando las cámaras se apagan, las reglas empiezan a romperse.
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Bienvenida a casa Sofía
...CAPÍTULO 22...
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...EMMA RÍOS...
Era el día en que le daban de alta a Sofía, y la mansión entera parecía haber cobrado vida desde temprano.
Susan corría de un lado a otro, revisando los últimos detalles del almuerzo de bienvenida.
Gisela y Abel se encargaban de coordinar a los trabajadores que colgaban cintas color pastel en la entrada, y yo… yo intentaba que mi corazón no explotara de pura emoción.
—¿Está todo listo en el jardín? —pregunté, entrando al comedor.
—Sí, señora —respondió Susan con una sonrisa—. El señor Blake pidió flores frescas, globos y una mesa de postres personalizada para Sofía. Hasta trajo un pastel con su nombre.
No pude evitar sonreír.
—Eso es muy de él.
Susan rió.
—Y no sabe cuánto insistió con la decoración de la habitación. Me hizo rehacer las cortinas tres veces porque “el tono de lavanda no era el exacto”.
—¿En serio hizo eso? —pregunté, sorprendida.
—Más de lo que imagina. Creo que el señor Blake está tan nervioso como feliz.
Y era cierto.
Leonardo llevaba toda la semana revisando cada detalle, asegurándose de que la habitación de Sofía fuera perfecta. Había hablado con ella mientras estaba internada, le había preguntado por sus colores favoritos, sus libros, sus gustos… y luego había mandado a hacer todo exactamente como ella lo había descrito.
Cuando salimos rumbo al hospital, el ambiente era casi festivo.
Leonardo iba al volante, con esa mezcla de serenidad y ansiedad que no sabía esconder.
—¿Crees que le guste? —preguntó de pronto.
—Leo, has convertido una habitación en el sueño de una adolescente. Le va a encantar.
Él sonrió sin apartar la vista del camino.
—No quería que se sintiera como una invitada. Quiero que… tenga un hogar de verdad.
No respondí. Me limité a mirarlo, sintiendo cómo algo en mi pecho se ablandaba.
A veces olvidaba que detrás de toda su fachada fría y arrogante, existía ese hombre que cuidaba de los suyos con devoción.
Cuando llegamos al hospital, Sofía nos esperaba sentada en una silla de ruedas, con una sonrisa tan grande que me dieron ganas de abrazarla de inmediato.
—¡Ya era hora! —exclamó al vernos—. Si me quedaba un día más aquí, me declaraba en huelga médica.
Leonardo soltó una carcajada.
—No te preocupes, princesa. Hoy te llevamos a casa.
—¿A casa? —repitió ella, con un brillo en los ojos.
—A casa —confirmé yo, arrodillándome frente a ella—. Y te advierto que Susan preparó una bienvenida que ni los reyes ingleses se imaginarían.
Sofía rió, emocionada.
—¿En serio? ¡No me digan que hay pastel!
—Hay pastel, helado, flores y probablemente el señor Blake vestido de mayordomo —añadí con dramatismo.
Leonardo puso los ojos en blanco.
—No exageres.
Pero cuando Sofía y yo nos miramos, ya estábamos riéndonos juntas.
El trayecto de regreso fue un ambiente de risas y anécdotas de mi hermana.
Sofía no podía dejar de mirar por la ventana, como si el mundo entero acabara de renacer para ella.
Cuando el vehículo se detuvo frente a la mansión, su expresión cambió por completo.
—Oh… —susurró, asombrada.
La casa, bañada por el sol del mediodía, parecía salida de una postal.
En la entrada, un cartel enorme decía “Bienvenida a casa, Sofía”, rodeado de flores y cintas de colores.
—¿Todo eso… es para mí? —preguntó con voz temblorosa.
Leonardo bajó del auto y se inclinó hacia ella.
—Todo eso y más.
Cuando cruzamos las puertas principales, el personal de la mansión empezó a aplaudir. Gisela se acercó con una sonrisa enorme, abrazándola con cuidado.
—Bienvenida, Sofi. Ya te extrañábamos sin conocerte.
Sofía rio entre lágrimas, abrumada. Y por un instante, tuve que tragar fuerte para no llorar también.
El almuerzo se sirvió en el jardín.
Susan había preparado una mesa larga con flores lilas, cupcakes decorados con mariposas y un pastel de dos pisos con el nombre de Sofía escrito en crema.
La risa de la adolescente se mezclaba con el sonido del viento y la música suave que Abel había puesto de fondo.
Todo era perfecto.
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—Ven, quiero mostrarte algo —le dijo Leonardo después del postre.
La tomó de la mano, y ambas lo seguimos hasta el segundo piso.
Cuando abrió la puerta de una de las habitaciones, Sofía se quedó completamente inmóvil.
—No puede ser… —susurró.
Las paredes eran color lavanda, el mismo tono que ella había mencionado que le encantaba, en el hospital.
Había estanterías llenas de libros, una cama amplia con cojines en tonos pastel, un escritorio decorado con luces tenues y un mural de constelaciones en el techo.
—¿Te gusta? —preguntó Leonardo.
Sofía se llevó una mano a la boca, conteniendo las lágrimas.
—¿“Gustarme”? ¡La amo! —exclamó lanzándose a abrazarlo—. ¡Es la habitación más hermosa que he visto!
Leonardo la abrazó con fuerza, riendo algo incómodo por el afecto físico.
—Me alegra que pienses eso. Lo hice con ayuda de Susan, pero la idea fue toda tuya.
Sofía se separó un poco y lo miró con los ojos brillantes.
—Gracias, Leo. Por todo.
Él acarició su cabello, con ese gesto torpe y tierno que le salía cuando no sabía manejar sus emociones.
Yo los observaba desde la puerta, con una sonrisa suave. Y no pude evitar pensar que esa escena era algo que necesitábamos todos: un pedacito de luz después de tanto caos.
Más tarde, mientras Sofía exploraba su habitación, Leonardo se acercó a mí en el pasillo.
—¿Qué opinas? —preguntó.
—Que hiciste algo increíble —respondí sinceramente—. No todos los días veo a Sofía tan feliz.
Él asintió, con una sonrisa tranquila.
—Ella merece todo eso y más. Ha pasado por demasiado.
—Sí —murmuré, mirándolo—. Pero tú también.
Por un instante, nuestros ojos se encontraron.
—No sé si me emocione de más con el tema de Sofía—dijo él finalmente, rompiendo el silencio— Lo siento.
—Claro que no—respondí con una pequeña sonrisa—. Hiciste un trabajo perfecto.
Él sonrió, y sin decir nada más, se giró para volver al jardín, dejando tras de sí una sensación cálida que me acompañó todo el resto del día.
Esa noche, cuando Sofía se quedó dormida rodeada de sus nuevos libros y su mural estelar, bajé las escaleras y me detuve un momento frente a la sala iluminada.
Leonardo estaba allí, sentado con un vaso en la mano, observando la nada con esa serenidad inusual.
Sin querer, sonreí.
Porque en medio de todo, esa casa llena de secretos y contradicciones, por fin… se sentía un poco más como un hogar.
qué terrible tener que lidiar con una persona, que se supone debe amarte y velar por tí, en cambio lo que recibes es pura miseria.
Bien dice la Biblia: "de la abundancia del corazón, habla la boca"........🤔
los golpes de la vida hacen madurar y formar otra perspectiva de la vida !!!!!.....🤔😌