Mariana siempre fue una joven independiente, determinada y llena de sueños. Trabajaba en una cafetería durante el día y estudiaba arquitectura por las noches, y se las arreglaba sola en una rutina dura, viviendo con sus tíos desde que sus padres se mudaron al extranjero.
Sin embargo, su mundo se derrumba cuando decide revelar un secreto que había guardado por años: los constantes abusos que sufría por parte de su propio tío. Al intentar protegerse, es expulsada de la casa y, ese mismo día, pierde su trabajo al reaccionar ante un acoso.
Sola, hambrienta y desesperada por las calles de Río de Janeiro, se desmaya en los brazos de Gabriel Ferraz, un millonario reservado que, por un capricho del destino, estaba buscando una madre subrogada. Al ver en Mariana a la mujer perfecta para ese papel —y notar la desesperación en sus ojos—, le hace una propuesta audaz.
Sin hogar, sin trabajo y sin salida, Mariana acepta… sin imaginar que, al decir “sí”, estaba a punto de cambiar para siempre su propia vida —y la de él también.
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Capítulo 2
Capítulo 2 – Propuesta Irresistible
Gabriel entró con Mariana inconsciente en su apartamento de la Zona Sur, un lugar que guardaba para los días en que quería huir del mundo. Frente al mar, ventanas de vidrio del suelo al techo, silencio absoluto. Era allí donde se permitía recordar que era solo un hombre, y no el imperio que había construido.
La colocó con cuidado en el sofá y corrió a buscar un vaso de agua. Cuando volvió, ella comenzaba a despertar, con la mirada perdida, asustada.
—¿Estás bien? —preguntó, de rodillas frente a ella.
—¿Dónde... dónde estoy?
—En seguridad. Te desmayaste en la calle. Pensé que era mejor traerte aquí. Ya iba a llamar a un médico, pero... —dudó— parece que solo necesitabas comer.
Ella asintió, avergonzada. Se recostó en el respaldo del sofá, el estómago revuelto no solo por el hambre, sino por la angustia.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, observando cada detalle de su rostro cansado, pero bonito.
—Mariana —respondió con la voz ronca.
—Gabriel —dijo, ofreciéndole la mano—. ¿Quieres darte un baño? Tengo ropa limpia aquí, si quieres. Después preparo algo para que comas.
Ella dudó, pero la mirada de él era serena. No había malicia. No había prisa.
Minutos después, ya bañada y vistiendo una camiseta de él que casi le llegaba hasta las rodillas, Mariana apareció en la cocina improvisada del apartamento.
—Puedes sentarte —dijo él, sirviendo una sopa caliente, pan y zumo natural. Ella comió despacio, como quien no quería parecer desesperada, pero Gabriel se daba cuenta de todo.
Aquella chica estaba rota. Y, aun así, había algo en ella que lo atrapaba.
Después de la cena, los dos se sentaron en el sofá. Ella contó todo lo que había sucedido. El silencio reinó por algunos minutos, hasta que él soltó la pregunta.
—Mariana... ¿puedo hacerte una propuesta?
Ella frunció el ceño, desconfiada.
—¿Qué tipo de propuesta?
—Un acuerdo. Un contrato. Llevo algún tiempo buscando... una mujer para ser vientre de alquiler. Ya he pasado por varias entrevistas, perfiles, agencias. Ninguna parecía la correcta. Pero tú...
—¿Yo?
—No tienes idea de lo perfecta que eres para esto.
—No sé qué decir —susurró ella, conteniendo la respiración.
—Pareces sola y me dijiste que perdiste el empleo. Podría ofrecerte estabilidad, confort... y un millón de reales al nacer el bebé.
Ella abrió los ojos como platos.
—¿Un millón...?
Él asintió.
—El contrato es claro. Vivirás aquí durante toda la gestación. No tendrás contacto con el niño después del parto. Y, sí... el bebé será hecho de forma natural.
—Natural... —repitió ella, casi sin voz—. ¿Quieres decir...?
—Sí. Sexo. Sin romanticismos. Sin complicaciones. Sin involucramiento emocional. Ni tú por mí, ni tú por el bebé.
Ella se mordió el labio, inquieta. Su cuerpo temblaba. Y, por fin, explotó.
—¿Tienes idea del día que he tenido? —los ojos se llenaron de lágrimas—. Fui expulsada de casa por denunciar a mi tío, que me abusaba desde hace años. Me llamaron mentirosa. Me despidieron del trabajo porque me defendí de un asqueroso. Yo... no tengo nada, Gabriel. ¡Nada!
Él no dijo una palabra. Solo se levantó, fue hasta la mesa de centro y volvió con un sobre.
—Aquí está el contrato. Léelo con calma. No tienes que decidir ahora, lo siento mucho por ti y por todo lo que has pasado, pero quiero ayudarte. Quiero que pienses en esto como un acuerdo. Un nuevo comienzo.
Ella tomó el sobre con las manos temblorosas.
—¿Y si no consigo... no desconectarme? —susurró—. ¿Y si me encariño con el bebé? ¿O... contigo?
Gabriel la miró profundamente a los ojos.
—No puedes. No debes. Esto no es una historia de amor, Mariana. Es un contrato. Nueve meses. Y después... cada uno sigue su vida.
Ella bajó los ojos, sintiendo el peso de aquella decisión engullir cualquier duda. Era frío, era directo. Pero... era la única oportunidad que tenía.
Y en aquel momento, entre el miedo y la necesidad, Mariana firmó el destino con sus propias manos.