La Capo De La Camorra

Mía

Entro a la casa de mis padres, desanimada por el ultimátum de Alek, y me encuentro con cuatro personas sonrientes, que contrastan claramente con mi humor.

–¡Están comprometidos! –exclama mi mamá prácticamente saltando.

–¿Quiénes? –pregunto mientras tomo una copa de champaña de la mesa de centro.

–Gabby y yo –contesta Leo y mi boca cae abierta, botando un poco de champaña.

–No –digo.

–Lo estamos –declara mi hermano con una enorme sonrisa.

Ni siquiera cuando salió elegido senador sonrió tanto. Diablos, ni siquiera lo vi sonreír de esta manera cuando me ganaba en cualquier competencia que inventábamos para desafiarnos cuando éramos niños.

–¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? –pregunto sin entender nada–. Ayer eran amigos y hoy se van a casar –digo con escepticismo mirando a mi hermano.

–¡Mía Saviano! –me regaña mi madre–. Esa no es la manera correcta de reaccionar ante una noticia tan maravillosa.

–Pero…

–Pero nada –dice con firmeza–. No era un secreto para nadie que estos dos se aman profundamente –agrega ganándose una mirada extraña de Gabby–. Leo siempre ha estado loco por ti, cariño –declara mirando a mi nueva cuñada, quien tiene la boca tan abierta como yo.

–No fuimos buenos fingiendo, mi amor –le dice mi hermano a Gabby, haciéndola sonrojar.

Gabby sonríe nerviosa antes de tomar un buen poco de champaña.

–¡Por los novios! –dice mi papá alzando su copa.

Mientras chocamos las copas mi cabeza no deja de pensar que algo aquí no está bien. Me acerco a Leo cuando mamá obliga a Gabby a sentarse a su lado para comenzar a planificar la boda.

–¿Qué está pasando? –le pregunto en un susurro.

–Me voy a casar con la mujer que amo –responde con sinceridad.

–Hay algo más y lo sabes –devuelvo–. A mí no me puedes engañar como lo haces con mamá. Puedo ver a través de tus buenas intenciones.

–Hablamos otro día –masculla antes de sentarse al lado de Gabby y tomar su mano.

Idiota. ¿En qué problema se metió esta vez? Juro que no correré a rescatarlo como siempre lo hago.

–Tengo que ir a México –digo a la vez que me siento en uno de los sillones–. Ivanov quiere ver el proceso de empaquetado.

–Hablaré con Dante –dice papá de inmediato–. Te diré que día es el mejor.

–Tiene que ser esta semana. El ruso está impaciente –agrego sin poder ocultar el enfado en mi voz.

Mamá me mira y luego suelta una risita. Suspiro antes de meterme un pedazo de queso en la boca. Imagino que la comida ayudará a sentirme mejor si el alcohol no lo logra.

Ese maldito ruso ya está corrompiendo mis hábitos.

Espero al menos que con este viaje le entre en su dura cabeza que no estoy interesada. Con que uno de los dos lo crea me basta y me sobra.

*****

–¿Me vas a ignorar todo el vuelo? –pregunta divertido.

–Tengo mucho trabajo y gracias a tu última pataleta he tenido que reprogramar entregas y reuniones. Espero que estés contento –mascullo mientras tecleo en mi notebook.

–Muy contento –responde con voz ronca.

Me obligo a no mirarlo, pero, aunque no pueda verlo, sé que me está observando.

–Esta reunión no puede alargarse. Tengo que estar a primera hora mañana en Texas.

–Lo veremos –dice y sin poder evitarlo le lanzo una de las almohadas que la azafata nos facilitó.

–¡Serás imbécil! –mascullo–. No eres el dueño de mi tiempo, Ivanov.

–Tu reunión de mañana es con Ming –dice mientras cruza sus brazos detrás de su cabeza–. Pero el tuvo una emergencia esta mañana y esta volando a Beijing. Es una verdadera lástima, ¿no lo crees?

Me trago las ganas que tengo de lanzarme encima y golpearlo hasta quitar su estúpida sonrisa engreída.

–De todas formas, esto no nos debería tomar más de un par de horas. Tienen todo preparado para nosotros.

–Dante Messina y Francisca Guzmán –dice y silba–. El matrimonio que gobierna México y Centro América. Debo reconocer que siento curiosidad por conocerlos.

–Tú y todo el mundo –digo antes de concentrarme en la pantalla.

Alek mueve su pierna y la deja descansando contra mi muslo. El calor de su piel traspasa la tela de su jeans y mi falda, provocando un incendio en mi vientre. Maldito sea.

Trago el nudo que se formó en mi garganta y me obligo a seguir tecleando, pero estoy segura que gran parte de lo que estoy escribiendo es basura. Ivanov mueve su pierna y la roza contra la mía muy despacio, logrando que todos los vellos de mi cuerpo se ericen.

Puedo sentir su olor amaderado torturando mi nariz y su calor envolviendo mi cuerpo.

Lo odio. Juro que lo odio.

Bosteza y deja caer uno de sus brazos sobre mi asiento, y no conforme con eso, comienza a juguetear con mi cabello.

–Cierra ese notebook –ordena con esa voz que hace que todos los músculos de mi cuerpo se tensen deliciosamente.

Lo ignoro y continúo tecleando.

–Si sabes que estás escribiendo palabras sin sentido, ¿verdad? –pregunta mientras toma mi mentón y me obliga a mirarlo–. ¿Cuándo vas a aceptar que me deseas?

–Cuando llueva dinero –contesto y muevo mi cabeza bruscamente para que me suelte.

Cierro el computador y me quito mi cinturón. Me levanto y camino hacia el baño. Necesito refrescarme urgentemente.

En cuánto estoy en el minúsculo espacio mojo mi cara y cuello. Ese ruso sí que sabe cómo aumentar mi temperatura.

Miro mi reflejo y sonrío. Sí, sonrío.

El hombre es exasperante, pero algo en él me divierte. Quizá su insistencia o su cruda honestidad.

Ningún hombre me ha dicho tan claramente, como él, que me desea. Puede ser que la mayoría de los hombres con los que he estado me han temido por mi puesto, pero no Alek.

Me giro para salir, pero no logro abrir la puerta, ya que el avión comienza a moverse bruscamente. Escucho que el piloto anuncia que estamos con turbulencia y pide que nos coloquemos los cinturones.

Intento nuevamente abrir la puerta, pero Alek me empuja de vuelta al baño y cierra la puerta detrás de él.

–Ya basta de juegos –dice antes de coger mi rostro y besarme.