Los hijos menores de Luriel y Anahí deberán enfrentar el peso de sus decisiones, aunque eso signifique destrozar sus corazones para proteger a su gente. El amor tal vez, no pueda cambiarlo todo.
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El amor que quiero
Itatí estaba acostada en la cama que había sido de Anahí en la casa de Irupé. Cuando Itatí le pidió permiso a Luriel para quedarse allí, todos hicieron silencio como esperando una justificación, pero cuando le dijo que Pitá no había estado durante varios meses y que se merecía poder quedarse con su familia, todos voltearon a ver a Pitá.
No movió ni siquiera un musculo de sus facciones. La miraba a ella, intensamente como siempre hacia cuando estaba molesto.
Itatí no se atrevía a desviar la mirada del cacique, el gran Luriel no la asustaba, pero Pitá si... tenía la capacidad de lastimarla y ella debía protegerse, porque sabía que la estaba castigando, pero absolutamente todo tenía un límite y ella no era ninguna tonta como para no reconocerlo.
Cuando Mario e Irupé decidieron ir a su casa, Itatí se levantó con rapidez y Pitá dijo fuerte mientras también se incorporaba.
Yo los acompaño... – ni siquiera miró a su padre cuando la tomó de la mano y comenzó a dirigirse hacia la puerta
Pitá... – lo llamó Luriel, pero solo se detuvo – no tardes que tenemos que hablar... – lo vio asentir y luego seguir caminando llevando un poco a las apuradas a Itatí.
Irupé tardó un poco en juntar sus moldes y todos sonreían porque sabían perfectamente que estaba haciendo tiempo para darles un poco de intimidad... de todas maneras no era el tiempo suficiente como para que pasara algo grave entre ellos.
Cuando llegaron al camino, Pitá se detuvo de pronto y la estiró hacia su pecho, la besó con ímpetu, con frustración, con todos los sentimientos negativos que podía reconocer en ese mismo momento. Le hacía sentir vulnerable su proximidad y la única manera en que podía percibir que tenía el control era sometiéndola con dureza. Itatí no lo rechazaba, aunque tampoco le podía seguir el ritmo de sus besos. Cuando Pitá la mordió en el labio inferior, solo se contrajo por el dolor y un gemido brotó de su garganta... pero Pitá no dejo de besarla hasta que sintió un gusto metálico en su boca.
Se retiró lo suficiente como para poder ver la sangre y no pudo evitar ver la lagrima que corría por su mejilla. Debía disculparse..., pero no dijo absolutamente nada. Le acaricio con el pulgar sobre el labio lastimado y luego hizo lo mismo con el rastro que la lagrima había dejado.
Se que te lastimo... – comenzó a hablar pensando que ella no lo entendía – pero no lo puedo evitar... trato de olvidarme de todo, pero es más fuerte el recuerdo y vuelve a mi para atormentarme...
Mba'e piko ajapo ko'ágã reñe'êma chéve upe ñe'ême. (¿Qué hice ahora que me hablas en esa lengua?) – dijo Itatí en un susurro
Me torturas... – dijo mientras la tomaba nuevamente del rostro y la besaba esta vez con ternura entre frase y frase – quiero tocarte... besarte... saborearte... pero me vigilan todo el tiempo... es frustrante...
Entonces Itatí hizo algo que no esperaba, le tomó las manos que le aferraban el rostro y se las bajó, le acarició con dulzura el rostro, la mejilla, le pasaba los suaves dedos sobre las cejas, sobre el ángulo de la mandíbula, sobre la línea del cuello y el pecho hasta posar su mano sobre el corazón que latía completamente desquiciado.
Eme'ê chéve oportunidad rohayhu haguã... (Dame la oportunidad de amarte...) – susurró mientras se puso en puntas de pie y lo besó con suavidad en la mejilla cerca de la boca - Ndajeruréi ndéve cherayhu haguã... (no te estoy pidiendo que me ames...) – repetía los besos con extremada lentitud - tahechauka ndéve nde añoite repoko hague cherehe... nde añoite apokoseha... rohayhu Pitá... ndaikatúiramo jepe cherayhu gueteri... eme'ẽnte chéve oportunidad... (déjame demostrarte que solo tú me has tocado... que solo a ti te quiero tocar... Yo te amo Pitá... aunque tú no me puedas amar aún... solo dame la oportunidad...)
Siguió besándolo con suavidad, aún tenía la mano sobre su corazón y podía sentir además de sus latidos la respiración que se agitaba más con cada segundo, no la tocaba, sus brazos yacían lánguidos a sus costados. No porque no quisiera abrazarla, sino porque sus abuelos se estaban acercando y lo estaban viendo.
Las palabras de Itatí resonaban en su mente, pero dio un paso atrás para alejarse de ella y evitar que lo siguiera tocando. Afortunadamente aún tenía puesto los vaqueros de la ciudad, porque con los pantalones indígenas no podría esconder el efecto que ella le provocaba.
Los estábamos esperando – dijo mientras le tomaba la mano a Itatí y volvía a encaminarse hacia la casa de sus abuelos
Itatí lo miraba frecuentemente, pero Pitá estaba inmutable, pareciera como si la confesión de sus sentimientos en lugar de agradarle, le estuvieran molestando.
Irupé y Mario los observaban con preocupación, no parecía que fuera bien la relación de su nieto e Itatí. Pero era consciente que ella era una jovencita dulce y delicada y que si la situación era mala seguramente se debía a su propio nieto.
Llegaron a la casa y el saber que tenía que despedirse se le estaba dificultando aún más de lo que se imaginaba. Quedó parado sin soltarle la mano, esperó que su abuelo, abriera la puerta y los miró entrar, pero antes de alejarse de la puerta, escucho la voz de su abuela:
Pitá... tu padre te espera... – su voz era fría, dándole a entender que quería que Itatí ingresara a la casa
Dame solo 5 minutos abuela... – dijo mientras le aferraba un poco más fuerte la mano a Itatí
Solo 5 minutos... – repitió con el mismo tono duro
Pitá resopló enojado. Luego trató de relajar la tensión del cuello haciendo movimientos semicirculares, pero no consiguió relajarse en lo más mínimo. Le exasperaba que toda su familia actuara como guardiacárceles con él. Ella era la que lo había engañado, pero todos lo vigilaban a él, a su propia sangre... y eso lo ponía de más mal humor todavía.
Levantó una mano y acarició con ternura la mejilla de Itatí. Ella lo miraba directo a los ojos y aunque tenía unas incontrolables ganas de llorar, todavía se mantenía estoica bajo el escrutinio que le estaba haciendo en ese mismo momento.
Remolesta piko ha'e haguére ndéve mba'éichapa añeñandu nderehe...? (¿Te molestó que te dijera lo que siento por ti...?) – preguntó Itatí asustada y cuando no obtuvo respuesta agregó – cheperdona... ndoikomo'ãvéima... (perdóname... no se va a volver a repetir...)
Su voz estaba a punto de quebrarse, los ojos se empecinaban en llenarse de lágrimas que no podía contener, así que solo bajó la cabeza avergonzada.
Pitá miró rápidamente hacia la casa para saber si su abuela lo estaba mirando y luego la empujó suavemente hacia un costado de la puerta. La fue llevando contra la pared y la comenzó a besar posesivamente, presionó su cuerpo contra el de ella para que lo pudiera sentir. Itatí ya sabía lo que era sentirlo apasionado. Su cuerpo irradiaba un calor magnético, no podía evitarlo, cada centímetro de su piel ansiaba poder sentirlo, cuando él la tocaba como había comenzado a hacer en ese mismo instante, ella dejaba de pensar. El sabor a las pitangas aún estaba en su boca y conocía tan bien el aroma de su piel, que estaba segura que podría reconocerlo entre cientos de hombres.
Pitá había encendido en ella, un deseo irrefrenable, un deseo que, a pesar de su corta edad, parecía que siempre la había acompañado. Cuando su mano comenzó a levantar el ruedo del vestido, la memoria de su cuerpo se activó, comenzó a arquearse para pegarse más a su torso, ansiaba que la tocara, ansiaba sentir su boca que la recorría como lo había hecho antes de desmoronarse toda su ilusión.
Con él no se sentía ni tímida, ni cohibida y eso precisamente era lo que le daba inseguridad a Pitá, pero, aunque trataba de disimular la oleada de sensaciones que él le provocaba, su cuerpo se revelaba e instintivamente lo buscaba.
Cuando un suave gemido salió de su boca al sentir su mano sobre su intimidad, Pitá se detuvo completamente, le bajo el vestido mecánicamente y se separó de ella un paso.
No me interesa si me amas o no... – la voz era más ronca de lo que se esperaba – me interesa que me complazcas en la cama... no quiero una mojigata como esposa principal... seguramente alguna de las otras esposas que voy a tener, va a darme el amor que quiero...
Hablaba en la lengua de los blancos, sin percatarse que, con cada palabra, un dolor inmensurable se apoderaba de Itatí y se instalaba peligrosamente en su alma.
Iporãve reike. (Sera mejor que entres) – dijo malhumorado y ella solo asintió.
Seguía cabizbaja cuando se giró hacia la puerta y con paso titubeante ingresó a la casa y cerró la puerta tras de sí.