En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Un mes de agonía
La boda fue una ceremonia magnífica, llena de pompa y solemnidad. Los trajes, las joyas, los cánticos, todo era perfecto. Sin embargo, algo estaba roto dentro de mí. Mi corazón no estaba con Astrid, no podía estarlo. Mi mente, mi cuerpo, todo clamaba por Einar, y aunque me veía obligado a sonreír, mis ojos solo buscaban al hombre que amaba.
La noche que debía haber sido nuestra, mi noche de bodas, fue postergada por mi salud. Desde que nos casamos, me sentía cada vez más enfermo. La sensación de vacío era insoportable. Mi cuerpo temblaba, mi corazón palpitaba con fuerza, y no había forma de calmar ese ardor que me quemaba por dentro. Había días en los que no podía dormir, otros en los que no podía comer, y mi mente comenzaba a distorsionar la realidad.
Al principio, pensé que era solo estrés por los eventos recientes, la boda, la obligación con Astrid, pero cuando el dolor se intensificó y empecé a ver sombras moverse por las paredes, supe que algo mucho más profundo estaba ocurriendo.
Una tarde, mientras me tumbaba en mi cama, temblando de fiebre, mi madre entró con una expresión preocupada.
—Leif, te ves muy mal —dijo, sentándose a mi lado y tocando mi frente—. Estás ardiendo.
—No puedo dormir —le respondí en un susurro, mi voz apenas audible—. No puedo... pensar en nada más. Todo me da vueltas.
Mi madre llamó a uno de los sirvientes para que trajera al médico. Unos minutos después, el doctor entró en la habitación, un hombre de rostro serio, pero con ojos compasivos.
—Su Alteza, ¿cómo se siente? —preguntó, tomando mi pulso y observándome detenidamente.
—Me siento… extraño —murmuré, tratando de encontrar las palabras correctas—. No sé si es fiebre, o si… simplemente estoy perdiendo la razón.
El doctor suspiró y se inclinó un poco más cerca de mí, su tono grave.
—Lo que está experimentando no es una enfermedad común, Su Alteza. Los síntomas son propios de una impregnación… una impregnación que se produce entre un Alfa y un Omega. —Su mirada pasó de mi rostro al de mi madre, y luego volvió a mí—. Cuando un Omega se impregna, puede experimentar una serie de reacciones físicas y emocionales intensas. Los síntomas tienden a empeorar con el tiempo, y no sólo se limitan a fiebre o mareos. Pueden incluir alucinaciones, trastornos alimenticios, falta de sueño.
Mi madre se quedó en silencio, claramente preocupada, pero no sabía cómo reaccionar. Yo, por mi parte, me sentía como si el mundo estuviera girando demasiado rápido a mi alrededor.
—¿Por qué no me lo dijeron antes? —pregunté con un suspiro, mi voz llena de angustia.
—Usted no estaba en sus cinco sentidos para entenderlo, Su Alteza —dijo el médico, con tono respetuoso—. Pero es necesario que se trate esto con urgencia. Necesita ver al Alfa que lo impregnó.
Mi madre me miró, asustada.
—Leif, ¿es cierto lo que está diciendo el médico? ¿Einar...?
Asentí con lentitud, mis ojos vidriosos por la fiebre.
—Lo necesito. —Era todo lo que podía decir.
El médico hizo una pausa, observando mis ojos con seriedad.
—Lo que necesita es estar cerca de él, pero esto no es algo que pueda tratarse simplemente con la presencia de un Alfa. Necesita un tratamiento. La herida es profunda, Su Alteza. El Alfa tiene que estar presente para curarlo.
En ese momento, mi madre salió de la habitación apresuradamente, y yo me quedé allí, sintiéndome atrapado. Mi mente solo pensaba en Einar, y la sensación de estar lejos de él solo aumentaba mi dolor.
Esa noche, los murmullos de los sirvientes y los nobles llegaron hasta mis oídos. Podía escuchar sus voces a través de las gruesas paredes del palacio, pero todo se sentía distante, como si estuviera bajo el agua. Mi madre había hablado con el rey, y al día siguiente, me encontré con una sorpresa.
Astrid, la princesa, estaba de pie frente a la puerta de mi habitación. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de duda y frustración.
—Leif, ¿cómo te sientes? —preguntó, con su tono frío pero con una pequeña chispa de preocupación.
Miré a mi esposa, mi corazón pesando más que nunca.
—No me siento bien —respondí, incapaz de mentir.
—¿No estás emocionado por nuestra boda? —Su voz sonó como una reprimenda, pero también había un atisbo de inseguridad.
—No... —mi respuesta fue dura, directa. No podía seguir con la farsa.
Astrid se quedó en silencio un momento, observándome, y luego dio un paso hacia mí.
—Leif, si necesitas ver a Einar, puedes hacerlo. Mi padre y mi madre lo han permitido.
El alivio que sentí al escuchar esas palabras fue tan grande que casi me derrumbé. Sin embargo, la incertidumbre seguía nublando mis pensamientos. Astrid lo decía en parte porque sentía que era lo mejor para mí, pero ¿era eso suficiente? ¿Podría algún día encontrar paz entre mis dos mundos?
La puerta se abrió y mi madre entró, seguida del rey. Ambos me miraban con preocupación.
—Leif, has sufrido demasiado —dijo mi madre, su voz temblando—. Hemos hablado con Astrid, y ella ha aceptado que veas a Einar. Necesitas descansar, y él es la única persona que puede calmarte.
El rey asintió gravemente, su rostro más suave de lo que esperaba.
—Tienes mi palabra, Leif. Einar no será castigado por esto. —Hizo una pausa y se acercó—. Lo único que te pido es que lo hagas con cautela. No olvides tus responsabilidades.
Yo asentí, sintiendo que, por primera vez en semanas, una pequeña chispa de esperanza encendía mi pecho. Pero aún quedaba un largo camino por recorrer. Y Einar, mi Alfa, sería el único que podría ayudarme a encontrar la paz que tanto anhelaba.