Issabelle Mancini, heredera de una poderosa familia italiana, muere sola y traicionada por el hombre que amó. Pero el destino le da una segunda oportunidad: despierta en el pasado, justo después de su boda. Esta vez, no será la esposa sumisa y olvidada. Convertida en una estratega implacable, Issabelle se propone cambiar su historia, construir su propio imperio y vengar cada lágrima derramada. Sin embargo, mientras conquista el mundo que antes la aplastó, descubrirá que su mayor batalla no será contra su esposo… sino contra la mujer que una vez fue.
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CAPÍTULO 12. Desde las alturas.
Capítulo 12
Desde las alturas.
El bar Luxor brillaba como una joya en medio de la noche. Las luces de neón bailaban entre los espejos, los cristales tintineaban con cada brindis, y la música, sensual y embriagadora, sonaba con fuerza en cada rincón del local.
Desde la cima del recinto, en la exclusiva sala VIP imperial, Giordanno Lombardi cerraba un trato millonario con inversionistas suizos.
Vestido con un traje negro de corte impecable, copa en mano, mantenía su postura dominante, calculadora, y fría. Hasta que escuchó un nombre, una risa.
—¿Issabelle? —dijo Gabrielle, sonriendo con sorna mientras miraba hacia abajo por la baranda de cristal—. ¡Tiene que ver esto, jefe! Creo que su pequeña Mancini ha decidido celebrar a lo grande esta noche.
Giordanno frunció el ceño y se levantó con brusquedad, derramando parte del contenido de su copa.
Se acercó con pasos tensos al borde del balcón. Abajo, entre luces cálidas y copas vacías, Issabelle Mancini reía junto a Sofía y un grupo de modelos que parecían sacados de una revista.
La vio. Riendo, bebiendo, con las mejillas sonrojadas por el alcohol y los ojos brillantes de una euforia momentánea.
La blusa de mezclilla y ese overol Jens realzaba su figura con descarada naturalidad, y sus labios curvados en una sonrisa amplia, lo desarmaron por completo.
Pero fue cuando uno de los hombres se inclinó hacia ella, murmurándole algo al oído y desatando otra carcajada de Issabelle, que algo dentro de Giordanno estalló.
Golpeó el puño cerrado contra el borde de la barandilla.
El autocontrol se le escurrió como arena entre los dedos.
—No sabía que eras el tipo de hombre que arde de celos por una mujer, jefe —comentó Gabrielle, con el tono burlón de quien ya anticipa el caos.
Giordanno no respondió, ni siquiera volteó a mirarlo. Descendió las escaleras de dos en dos, sin escuchar palabras. El mundo desapareció para él. No había tratos, no había cifras. Solo estaba ella... y esos hombres a su alrededor.
Cada paso era una declaración de guerra a lo desconocido que empezaba a crecer en su pecho.
Cuando llegó al salón VIP donde Issabelle estaba rodeada de copas, risas y testosterona, su mera presencia detuvo la música del ambiente. No literalmente, pero sí en la mente de quienes lo vieron llegar.
Había algo feroz, magnético y casi salvaje en su andar.
—Fuera —dijo sin levantar la voz, pero con la autoridad suficiente para que los modelos retrocedieran al instante.
Uno intentó objetar, pero bastó con una mirada de Giordanno para que comprendiera que estaba jugando en una liga muy distinta.
Issabelle, sorprendida por la repentina dispersión de sus acompañantes, parpadeó y trató de ponerse de pie. No lo logró.
Tropezó con sus propios pies y, antes de caer, fue atrapada por unos brazos fuertes y firmes que la sujetaron contra un pecho cálido y vibrante.
—Giordanno... —susurró, con voz tierna y sus ojos casi cerrados.
Él tragó saliva. Tenerla tan cerca, tan vulnerable, tan suya por un instante… lo paralizó.
Su perfume lo envolvió como un lazo, dulce, embriagador. El roce de su mejilla contra la de él le provocó un escalofrío que le bajó por la espalda como una corriente eléctrica.
—Estás ebria —murmuró, con la mandíbula tensa.
—Y tú estás celoso —replicó Issabelle con una sonrisa insolente, aunque la voz se le quebraba por dentro.
Giordanno la apretó un poco más, sin poder evitarlo. Su cuerpo reaccionaba antes que su cabeza. No podía soltarla. No quería.
—No tienes idea de lo que provocas —confesó entre dientes, con un tono que rozaba lo salvaje—. ¿Es este tu nuevo juego, Issabelle?
«"¿Hacerme perder la cabeza?"», pensó.
Ella apoyó la frente en su pecho, respirando hondo. Inhalando su perfume.
Su corazón golpeaba como un tambor desbocado. Quizás por el alcohol, quizás por él. Tal vez por ambos.
—No estoy jugando —murmuró, casi arrastrando las palabras—. Estoy sobreviviendo.
La respuesta desarmó a Giordanno por completo. La vulnerabilidad en esas palabras, dicha con esa voz rota, lo traspasó como una daga.
Se inclinó hacia su oído, y con voz ronca, apenas audible por sobre la música, susurró:
—Ven conmigo.
—¿A dónde? —preguntó, haciendo un contacto visual casi electrizante.
—Donde nadie más pueda verte así —respondió en un susurro ahogado. Con su mano derecha apretó su cintura, atrayéndola más contra su pecho y, con la otra mano, apartó un mechón de cabello de su rostro—. Donde solo yo te vea reír... y llorar, si hace falta.
Ella apartó su mirada, desorientada, vencida.
La intensidad de su mirada la desnudaba. No física, sino emocionalmente. Era como si le arrancara la coraza que tanto trabajo le había costado construir.
—No quiero volver a romperme —dijo, su voz apenas audible.
—Entonces déjame ser el que te reconstruya —respondió él, con una súplica escondida tras su voz firme.
Sin esperar respuesta, la cargó en brazos. Ella no se resistió. Todo a su alrededor daba vueltas y lo único que ahora le resultaba estable eran los brazos de ese hombre.
Se aferró a su cuello como si el mundo entero pudiera desmoronarse bajo sus pies, pero él estuviera firme.
Gabrielle, aún en la cima, observaba la escena con los ojos bien abiertos.
—Dios mío... —murmuró, divertido—. El Rey ha caído ante los encantos de una plebeya. ¡Jaah! Las cosas que tienen que ver mis ojos.
Bajó al living después de despedirse de los socios y fue en búsqueda de Sofía, aquella hermosa chica a la que encontró casi dormida en un sillón, su sonrisa fue dulce, cautivadora.
Gabrielle, trató de mantenerse enfocado en el camino al estacionamiento mientras la llevaba recostada en su hombro, pero su perfume, la respiración cálida de Sofía en su cuello lo estaba haciendo desvariar.
—Jefe ¿Ahora qué haremos con ellas? —preguntó Gabrielle, aún con la chica a cuestas.
—Súbela al vehículo. Las llevaremos a casa.
—¿A sus casas, o a su casa, señor?
—Solo Súbela —respondió Giordanno, sin dar más detalles.
—¡Qué viva la soltería! —Sofía gritó eufórica de repente—, pero mi soltería, porque tú —señaló a Issabelle—. Ya te flechaste con el bomboncito que te lleva en sus brazos.
Gabrielle soltó una a leve sonrisa. Mientras que Issabelle, casi dormida, se acurrucaba en el pecho de Giordanno, con sus mejillas rojas como par de manzanas.
De pronto, un vehículo Audi descapotable se frenó bruscamente frente a ellos. Enzo Milani estaba allí. Furioso.
Ver a su esposa en brazos de otro hombre le hirió el ego.
Issabelle levantó su cabeza al oír el estruendo de los frenos del vehículo, mientras que Giordanno la bajó lentamente.
Enzo bajó del vehículo, su mirada desafiante se fijó en Giordanno. Y en la manera en que Issabelle se mantuvo aferrada a su cuello.