Luigui Cardona hijo adoptivo de Cardona el encargado de la mafia Italiana.
Enamorado de Emma Greco Alvarez una de las hijas menores de Giacomo Greco y Soledad Alvarez .
Emma es la menor de las trillizas y es la última de los hijos de esta familia .
Es la más parecida en la forma de ser a Soledad pero tiene la fuerza , fortaleza de Giacomo.
Enamorada de Luigui en la cual le declara su amor a él siendo rechazada , eso le rompe el corazón a la pequeña Emma , pero no le impide después de cinco años aprovechar la situación y obligarlo a casarse con él así cumpliendo las palabras que le dijo ese día.
Luigui aceptará ese gran amor que siente por Emma desde el primer día en que la conoció .
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CAPITULO 12
Emma observó con satisfacción cómo Rebeca salía de su oficina con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Estaba molesta, eso era evidente, y probablemente estaba agotada de lidiar con ella. Pero a Emma no le preocupaba. Sabía perfectamente que Rebeca terminaría haciendo su trabajo, aunque fuera con ganas de estrangularla.
Suspiró y bajó la mirada a la carpeta que tenía entre sus manos. La abrió con delicadeza, como si dentro guardara un tesoro. En cierto modo, así era. Cada página contenía información detallada sobre los desfalcos en los hoteles Greco Lombardi, una red de robos silenciosos que habían drenado cientos de miles de euros en los últimos meses.
Recorrió las hojas con la vista y sus labios se curvaron en una sonrisa gélida.
—Son unos miserables ladrones… —murmuró, sus dedos tamborileando sobre el escritorio—. Y todo apunta a que Luigui es el culpable… No puedo perder estos papeles.
Sabía que Luigui no era realmente el culpable. Era un idiota, sí. Un hombre que se negaba a verla como mujer, que seguía tratando como si fuera una niña, como aquella niña que alguna vez corrió tras él en la mansión de los Greco. Pero no era un ladrón. Solo era un líder demasiado confiado, alguien que había bajado la guardia en el peor momento.
Se reclinó en su silla, dejando escapar un suspiro. Tenía que jugar bien sus cartas. Esto no solo era una oportunidad para demostrarle a Luigui que ya no era la niña que recordaba, sino también para ponerlo en deuda con ella.
Justo cuando su mente tejía posibles escenarios, la puerta de su oficina se abrió de golpe.
Emma parpadeó y su concentración se fue por la borda.
—Papá —exclamó al ver entrar a Giacomo.
Su padre no dijo nada al principio, simplemente avanzó hasta sentarse frente a ella con una expresión seria, casi fría. Su postura, firme y dominante, le recordó por qué todos temían a Giacomo Greco.
Emma cruzó los brazos y levantó la barbilla, preparándose para el inevitable sermón.
—Dime, Emma, que no vas a meter en problemas a Luigui todo por tus locuras, hija.
—Yo no estoy haciendo nada malo, papá. Al contrario, voy a salvar el pellejo de tu ahijado.
Tomó la carpeta y se la extendió. Giacomo la tomó sin dejar de mirarla, luego comenzó a leer con el ceño fruncido. Con cada página que pasaba, sus facciones se endurecían más.
Cuando terminó, su mandíbula estaba tensa y su mirada oscurecida por la ira.
—No puedo creer esto… —murmuró, pero en cuestión de segundos, su paciencia se agotó—. ¡No puedo creerlo! Ese contador y esa secretaria son unos ladrones.
Golpeó la mesa con la palma abierta, haciendo que algunos papeles se hayan desordenado por completo.
—Lo peor es que Luigui es un imbécil —gruñó Giacomo, clavando su mirada en su hija—. No parece el líder de la mafia italiana.
Emma sonrió, divertida por la reacción de su padre. Era exactamente lo que había esperado.
—Ahora dime, ¿qué pretendes al tener toda esta información? ¿Ser su heroína?
—Sí y no —respondió ella con una sonrisa perversa.
Giacomo entrecerró los ojos.
—No puedo creerlo… —suspiró, pasándose una mano por el cabello negro.
Emma observó cómo su expresión cambiaba. Ya no era solo enojo, sino algo más. Algo que delataba que conocía demasiado bien la forma en que ella pensaba.
—Vas a sacar provecho de la situación —murmuró finalmente.
Emma inclinó la cabeza, sin molestarse en negarlo.
—¿Por qué no?
Su padre negó con la cabeza, su mirada oscureciendo aún más.
—Eres igualita a tu madre.
Se puso de pie, tomando la carpeta con él.
—Hija, no quiero que Luigui sufra demasiado. Conozco la sangre de los Álvarez… Hasta que no obtienen lo que quieren, no descansan.
Emma le sostuvo la mirada con una media sonrisa, observándolo salir de la oficina.
Lo sabía. Y no tenía la menor intención de descansar.
Esa misma noche, Emma se encontraba en su apartamento, sentada en el sofá con un vaso de vino en la mano. Frente a ella, su tablet mostraba imágenes de las pruebas que tenía contra los empleados corruptos de Luigui.
El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos.
—¿Qué pasa, Rebeca? —respondió con desgano.
—El escándalo estalló —anunció su hermana, casi sin aliento—. Los medios ya tienen la información y están publicando todo.
Emma sonrió.
—Perfecto.
—Luigui está furioso. En estos momentos viaja para Cancún y el tío Cardona te busca, quiere respuestas.
—Que me busque. Estoy en casa.
Colgó sin más y tomó otro sorbo de vino, disfrutando del sabor agridulce de su victoria.
Ella no tuvo que esperar mucho. Menos de media hora después, el timbre sonó con insistencia.
Con calma, Emma se levantó y fue a abrir la puerta.
Cardona estaba ahí, con el ceño fruncido y la mirada llameante.
—¡Emma! —bramó al entrar sin ser invitado—. ¿Qué demonios hiciste?
—Lo que debía hacer —respondió ella, cruzándose de brazos—. Acabo de salvar de un escándalo aún mayor a tu hijo, tío.
—¿Salvarlo? ¿Filtrando la información a la prensa? —gruñó él, avanzando hasta quedar frente a ella—. No me jodas, Emma.
—Si no lo hacía, tu hijo seguiría con esos estafadores en nuestra empresa. Ahora, al menos, tenemos la excusa perfecta para deshacernos de ellos sin marcharnos las manos.
Cardona cerró los ojos por un segundo, respirando hondo para controlar su temperamento.
—¿Por qué lo hiciste realmente? —preguntó con voz más baja, pero no menos peligrosa—. No me vengas con la historia de la heroína.
Emma sonrió, alzando una ceja.
—Digamos que ahora me debe un favor Luigui.
Cardona soltó una risa seca, sin humor.
—Sabía que había una trampa.
—No lo llames trampa, llámalo… oportunidad.
El silencio se extendió entre ellos, cargado de electricidad.
Cardona la miraba como si intentara descifrarla, como si no entendiera en qué momento la niña que conocía se había convertido en esa mujer que no temía jugar con fuego.
Emma se acercó lentamente, alzando una mano hasta rozar el cuello de su camisa.
—Ahora dime, tio, ¿vas a aceptar que lo ayude o prefieres seguir viendo y que siga siendo un idiota tu adorado hijo?
Él le sujetó la muñeca con firmeza, su respiración entrecortada.
—Eres un peligro, Emma.
—Siempre lo he sido —susurró ella.
Sus miradas chocaron, y por primera vez, Emma vio en los ojos de Cardona la preocupación por Luigui .
Finalmente, él acepto dejar todo en las manos de Emma.
Y ella no iba a desaprovechar ni un segundo conseguiría lo que quería ...
Continuara ...
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