El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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Brebaje del infierno
Sofía
Después del quinto intento, y solo porque dejé el sonido de un corazón latiendo reproduciéndose en mi celular, puedo alejarme de la pequeña sin que despierte.
Suspiro aliviada y comienzo a retroceder hacia la puerta de salida, sin hacer ruido.
Una vez en la puerta, la abro y la cierro muy despacio y me quedo escuchando, con mi oreja pegada a la puerta, para verificar que la bebé sigue dormida.
Cuando estoy convencida bajo las escaleras corriendo y recorro la casa buscando a la señora Anna, la encuentro en la cocina, tarareando una canción.
–Guau –exclamo al mirar la enorme cocina–. Este es el sueño de cualquier nona.
Anna ríe. –Sí. Tus pertenencias están en la habitación de al lado.
Asiento distraída mientras paso la mano por la enorme isla de la cocina de mármol. Cerca de una de las ventanas hay un sencillo, pero práctico mueble blanco que está cubierto por pequeños maceteros con un sinnúmero de hierbas que se usan para cocinar.
–Huele delicioso –digo acercándome a un macetero que tiene albahaca. Hundo mi nariz en ella y suspiro.
–¿Necesitas algo? –pregunta Anna distrayéndome de mi trabajo de sabueso con las hierbas.
–Sí, hay que comprar cosas para la bebé.
–Dame una lista y lo tendrás.
–Quisiera comprar yo las cosas, no depender de nadie.
–No puedes salir sin autorización.
–Lo sé, pero existen las aplicaciones, ya sabes como Amazon, Ebay, etc.
La señora Anna se limpia las manos con un mantel y se gira para mirarme antes de hablar: –Tendré que hablar con el señor para ver si puedo pasarte una tarjeta de crédito.
–Ah, y otra cosa, ¿cómo se llama la bebé?
Anna hace un gesto de molestia. –No tiene nombre.
–¿Qué? –pregunto temiendo que escuché mal.
–El padre aun no decide el nombre.
–Pero no podremos llamarla bebé toda la vida, tiene que tener un nombre.
–Lo sé, pero Gabriele está muy ocupado en estos momentos.
–¿Tan ocupado como para no darle un nombre a su hija?
–Cuidado, jovencita, estás hablando de tu Capo.
Mierda.
–Lo sé, lo siento, es solo que… la pequeña necesita un nombre –insisto con mal humor.
Me entrega un papel. –Los horarios de comida y la receta para la fórmula según el pediatra que la revisó. Espero tengas suerte en intentar alimentarla, a nosotras no nos recibe mucho, y lo que recibe lo vomita.
–Pobre pequeñita –me lamento.
–Ya va a ser la hora de su biberón, prepáralo e intenta alimentarla, no la fuerces, la puedes ahogar –dice apuntando uno de los muebles aéreos de la cocina.
–Sí, señora –digo y camino hasta donde me indica. Abro la puerta y hay todo lo que necesito.
Coloco un poco de agua a hervir mientras lavo bien el biberón y el chupete de éste. Luego leo la hoja que me entregó la señora Anna cuidadosamente y luego verifico que en el envase de la fórmula diga lo mismo. Ambos concuerdan.
Preparo en el biberón la mezcla de la leche en polvo con los milímetros de agua indicados. Una vez batida la dejo enfriar un poco, no quiero quemar a la pequeñita.
Cuando creo que está lista la pruebo y tengo que correr para escupir el contenido sobre el lavaplatos.
–¡Sabe horrible! –acuso mientras toso con fuerza–. No le daré eso a la bebé, ahora entiendo por qué no quiere tomarla.
–Es lo que indicó el pediatra.
–Sí, pues no creo que lo siguiera recomendando si se atreviera a probar este brebaje del infierno.
–No puede ser tan malo –dice cogiendo la mamadera y probando un poco.
Sonrío al ver que también escupe en el lavaplatos. –Tienes razón, no podemos darle esto.
–Claro que no, sabe a agua sucia.
–¿Qué hacemos entonces?
Pienso un poco antes de responder: –Creo que debe ser la pequeña que elija su fórmula, debemos comprarle de todas las marcas que existan y darle a probar. Ella nos hará saber cuál le gusta.
–No lo sé, mi Capo me dijo que siguiera las instrucciones del pediatra.
–Solo llámelo. Es su hija, tiene derecho a comer bien, yo hablo con él.
–Gabriele es un hombre… difícil. No puedes llegar y llamarlo, no si no hay una buena razón.
–Pero tenemos una buena razón. La bebé no está comiendo, y no soy pediatra, pero sí sé que un bebé que no come se muere.
–Tienes razón –dice sacando su celular del bolsillo de su pantalón.
Comienza a escribir rápidamente.
–Pensé que lo llamaría.
–Y lo haré, pero primero necesito su permiso.
Pongo los ojos en blanco. –Iré a ver a la pequeña –digo–. Tiene que decirle que es una urgencia.
–Lo haré.
Vuelvo a la habitación y la pequeñita está con los ojos abiertos, pero no está llorando. Creo que le gusta el sonido de un corazón latiendo.
–Hola, preciosa. Tengo lista tu comida en la cocina, pero sé que no te gusta. Estamos tratando de solucionar eso.
Su frente se arruga y comienza a hacer sonidos de irritación.
–Lo sé, cielo, yo también estoy indignada –digo antes de cogerla y pegarla a mi pecho.
Beso su cabecita y hundo mi nariz en su cabello. Huele mejor que las hierbas de la cocina, y que cualquier perfume que haya probado alguna vez.
Camino con ella en mis brazos con dirección a la cocina, sin dejar de mecerme.
–¿Qué haces con la niña aquí? –pregunta la señora Anna asustada.
–Estoy dándole un recorrido por su hermosa casa, y tiene hambre supongo que intentaré darle el biberón.
–El Capo no ha autorizado que la bebé salga de su habitación.
–¡Es su hija, no una prisionera! –reclamo indignada.
–Él es muy estricto.
Pongo los ojos en blanco. –No voy a mantener a una bebé encerrada, no me importa que no lo haya autorizado. Además, no creo que sea algo tan importante como para necesitar su autorización.
–Ay, Sofía. Admiro tu preocupación por la niña, pero el Capo es el amo y señor, no solo de esta casa y de su hija, también de nosotras y tenemos que hacer lo que él diga.
Vuelvo a poner los ojos en blanco, logrando que la señora Anna sonría a su pesar.
Su teléfono suena y lo mira de inmediato.
–Ya me autorizó a llamarlo.
–Pues hágalo –digo ansiosamente.
Hay un par de cosas que necesito aclarar con el Capo.