Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 11: Dulce inicio 2/2
El humo del cigarro llenaba el interior del auto. Zhao Lian lo sostenía con calma entre los dedos, observando por la ventanilla cómo las luces de la mansión Chen se reflejaban a lo lejos.
En el altavoz, la voz de Jian sonaba cargada de sarcasmo.
—Hermano, deberías estar aquí. Esto es mejor que cualquier show. —Soltó una risa baja—. Tu sobrina acaba de lanzar una bomba y ahora la fiesta es un circo.
—Habla. —La voz de Lian salió seca.
—El señor Liang jurando que no pasó nada, la esposa gritándole en público, los invitados cuchicheando como hienas. Y la pequeña chica… llorando como si alguien la hubiera empujado desde un décimo piso.
Zhao Lian sonrió apenas, esa curva torcida que no llegaba a los ojos.
—¿Y Yuwei? —preguntó, entornando los ojos.
—Tranquila. —Jian volvió a reír, divertido—. Con una copa en la mano, mirando el espectáculo como si estuviera viendo teatro gratis. No sabes lo fría que se ve… Es hasta aterradora.
Lian apoyó el codo en la ventanilla y aspiró del cigarro, expulsando el humo despacio. Esa calma de ella lo intrigaba y lo irritaba al mismo tiempo.
—Consígueme todo sobre los Chen y sobre ese tal Liang —ordenó de pronto, con tono helado—. Si alguien se atreve a usar esto contra Yuwei, quiero tener cómo callarlos.
—Hecho. —La voz de Jian sonó firme, aunque aún con ese tinte relajado—. No puedo esperar a ver la cara de todos cuando entres.
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[POV' Yuwei]
El salón entero ardía en murmullos.
El señor Liang, rojo como un tomate, me señaló con el dedo.
—¡Mocosa insolente! ¿Cómo te atreves a difamarme delante de todos? ¡Eres una desvergonzada!
Sonreí, levantando la copa de vino como brindando con él.
—¿Difamarlo? Señor Liang, por favor… si lo único que hice fue confundirlo con su chófer. Ya sabe, como lo veía tanto esperando a Jiahui en la universidad, pensé que trabajaba en Uber.
Varias carcajadas se escaparon entre los invitados. El rostro de la Víbora se puso blanco de golpe.
—¡Eso es mentira! —chilló ella, fingiendo llanto—. ¡Yuwei, me quieres destruir!
Le guiñé un ojo con descaro.
—Ay, Jiahui, tranquila. Yo no dije nada… Solo conté lo que vi. Pero si quieres, puedo dar detalles: la cafetería donde siempre se veían, las bolsas de regalos que él mismo te llevaba al campus… ¿O prefiere que hable de los hoteles?
Los murmullos se convirtieron en exclamaciones. Algunas mujeres rieron tapándose la boca, otros hombres susurraban escandalizados.
El señor Chen, Yifei, se abrió paso entre los invitados. Su rostro estaba rojo de ira.
—¡Qué insolencia es esta! —rugió, señalándome con un dedo acusador—. ¡Vienes a mi casa a insultar a mis invitados, a crear disturbios frente a todos!
Su voz retumbó, y por un segundo el salón quedó en silencio.
La señora Chen lo apoyó enseguida, alzando la voz con desprecio.
—No quiero una nuera así. Una huérfana criada por un hombre solo, ¿qué podíamos esperar? Malagradecida, vulgar, incapaz de comportarse. ¡Nos avergüenzas a todos!
El rostro de Yifei se puso púrpura. Alzó la mano, dispuesto a abofetearme.
Los invitados contuvieron el aliento. Yo cerré los ojos un segundo, no de miedo, sino con ironía, como quien piensa: Estoy jodida.
Y entonces, la voz llegó.
Fría. Grave. Peligrosa.
—Atrévete a tocarla… y te arranco esa mano.
Abrí los ojos de golpe.
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El murmullo creció como un oleaje en el salón.
—¡Es Zhao Lian! —susurró alguien.
—El de la corporación de seguridad…
—Dicen que maneja una base privada, que hasta el gobierno lo consulta…
—Y dicen que está loco.
Las miradas se llenaron de miedo y fascinación. Era imposible no mirarlo. El traje negro a medida, la silueta alta e imponente, los pasos firmes que parecían retumbar en cada rincón. No necesitaba levantar la voz para ser el centro de todo; su mera presencia bastaba para helar la sangre.
Yuwei, lejos de parecer asustada, se cruzó de brazos. Una sonrisa ligera jugaba en sus labios, como si supiera que ya había ganado desde el momento en que él apareció.
El señor Chen, Yifei, bajó la mano al instante. La rabia se le congeló en el rostro, reemplazada por algo más fuerte: miedo. Tenía contratos millonarios con Zhao Lian, proyectos que podían desplomarse con una sola llamada suya. El sudor perló su frente.
—Lian… esto no es lo que parece —balbuceó, bajando el tono de voz.
Zhao Lian sonrió, una curva fría que no alcanzaba los ojos.
—¿No es lo que parece? —repitió, inclinando la cabeza con calma peligrosa—. Te vi a punto de golpear a Yuwei. Y a mi sobrina nadie la toca.
El señor Liang intervino, rojo de furia.
—¡Ella me difamó! ¡Una mocosa insolente que debería—
Lian lo cortó con un gesto de la mano, como si apartara una mosca.
—¿Difamación? —lo interrumpió, con la voz tan suave que resultaba aún más amenazante—. Entonces no tendrás problema en abrir tus cuentas bancarias. Tus viajes. Tus registros de hotel.
La sangre abandonó el rostro del empresario. Varias personas ahogaron un jadeo.
Zhao Lian se inclinó un poco, la mirada fija en él.
—Porque si descubro que Yuwei tenía razón… te vas a arrastrar de rodillas para suplicarme que no te destruya.
El silencio era sepulcral.
El señor Chen tragó saliva, intentando calmar la tensión.
—No queremos problemas…
Lian lo fulminó con los ojos.
—Los problemas ya los tienen. Y si vuelvo a ver un solo dedo levantado contra ella, contrato o no contrato… —la sonrisa se ensanchó, siniestra— yo mismo te lo corto.
Nadie se atrevió a replicar.
Yuwei lo observaba en silencio, con el corazón acelerado. Había visto al hombre protector, posesivo, incluso tierno en raros momentos… pero esta era la cara que la sociedad temía. El Zhao Lian sádico, el que nunca perdía una batalla, el que convertía cualquier lugar en su terreno.
Y en medio del caos, él se giró hacia ella, y por un segundo sus ojos se suavizaron apenas.
Lo suficiente para que ella entendiera: estaba ahí solo por ella.
El aire fuera de la mansión estaba más fresco, pero aún cargado con el murmullo de los invitados que seguían comentando lo ocurrido.
Yifan alcanzó a Yuwei en los escalones del vestíbulo. La tomó de la mano con brusquedad, los labios apretados en una sonrisa fingida.
—¿Ya te vas? —dijo entre dientes, molesto—. Me dejas solo con todo este desastre.
Antes de que pudiera jalarla hacia atrás, una mano más fuerte se interpuso. Zhao Lian sujetó la muñeca de Yifan y la apartó de un tirón.
—Tócala otra vez, y veremos si eres tan valiente sin el apellido Chen detrás. —Su voz fue baja, pero bastó para congelar el aire.
El silencio fue incómodo, hasta que una carcajada rompió la tensión.
—¡Brillante! —exclamó Jian, apareciendo justo detrás de ellos, todavía riéndose—. Yuwei, fue una obra de arte lo que hiciste allá dentro. Vi la cara de la señora Chen y casi me atraganto con el vino.
Los ojos de Yuwei se abrieron un poco, sorprendida. No lo conocía bien, apenas lo había visto de pasada alguna vez, y ahora lo tenía ahí, elogiándola como si fueran viejos amigos.
—¿Eh? —balbuceó, un poco avergonzada.
—¡En serio! —siguió Jian, con esa sonrisa descarada—. Mira que tener la sangre fría de soltar eso, frente a todos… ¡qué espectáculo! Ya entendí de dónde le viene a tu tío lo de armar caos en cualquier lugar.
Yuwei no pudo evitar reír bajito, llevándose una mano al rostro.
—No fue para tanto…
—¿Cómo que no? —insistió él—. Si hubiera un premio a “mejor escena de la noche”, te lo llevabas tú.
Zhao Lian lo miraba con el ceño apretado, como si cada palabra de su amigo lo irritara más.
—Ya basta, Jian.
—¿Qué? Solo digo la verdad. —El hombre alzó las manos, todavía divertido—. Déjala disfrutar, no seas aguafiestas.
Zhao Lian, en cambio, lo fulminó con la mirada. Un gesto bastó para dejar claro que su presencia le resultaba incómoda. Jian soltó una carcajada, levantó las manos en señal de paz y dio un par de pasos hacia atrás.
—Está bien, está bien… no interrumpo más.
Con esa sonrisa burlona aún en el rostro, se perdió entre la fila de autos aparcados.
El silencio volvió a caer.
Yuwei se giró hacia su tío. Su sonrisa se fue apagando poco a poco, reemplazada por un nudo en la garganta. Aún podía sentir en los labios el peso de aquel beso en el coche, brutal, arrebatado… y la forma en que él se marchó sin decirle nada después.
Sus ojos se encontraron un segundo. Los de él, oscuros, impenetrables. Los de ella, cargados de preguntas que no se atrevía a pronunciar.
La tensión se volvió insoportable.
Sin una palabra más, Zhao Lian le abrió la puerta del coche y esperó en silencio.
Yuwei bajó la mirada, respiró hondo y subió. El motor rugió, y la noche los envolvió camino a casa, con un silencio tan denso como todo lo que había quedado sin decir.