En el imponente Castillo de Lysandre, Elaria, una joven reina de 20 años, gobierna con determinación desde que la tragedia golpeó su familia. Tras la inesperada muerte de su madre años atrás, Elaria asumió el trono bajo la tutela de su padre, el rey Aldred. Aunque ha demostrado ser una líder firme y justa, su vida ha estado rodeada de aislamiento y deberes, lejos de los ojos curiosos del reino. Todo cambia cuando el rey decide abrir las puertas del castillo para un gran baile, invitando a familias nobles y plebeyas a una noche de celebración. Lo que parece un intento de reconciliarse con su pueblo pronto se convierte en caos, pues un grupo de infiltrados entra al castillo con la intención de robar las joyas de la corona. En medio de la confusión, Elaria se encuentra cara a cara con uno de los ladrones: un joven atractivo y enigmático cuyos ojos parecen revelar más secretos que intenciones maliciosas. Aunque debería detenerlo, algo en ella no lo hace.
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Capítulo 11
Un fuerte sonido me sacó de mi sueño, un golpe seco, seguido de pasos y un murmullo ininteligible. Intenté ignorarlo, pero no pasaron ni cinco segundos cuando volvió a suceder. Ahora era más fuerte. Luego sentí un ligero sacudón en el hombro. No reaccioné. Después de todo, si lo ignoraba, tal vez se cansaría.
Pero, por supuesto, no tuve tanta suerte.
—Elaria. —La voz de Kael resonó en la habitación, pero aún así lo ignoré, cubriéndome la cabeza con las mantas. Escuché un suspiro. Y entonces, un grito.
—¡Elaria!
Me incorporé de golpe, con el corazón acelerado y la cabeza aún adormilada.
—¡Oye! ¿Qué diablos te pasa? —le espeté, frotándome los ojos mientras trataba de enfocar su rostro.
Kael estaba de pie junto a la cama, con los brazos cruzados y una sonrisa que dejaba entrever que estaba disfrutando más de lo que debería.
—Ese no es un vocabulario digno de una reina, ¿sabes?
Bufé, tirándome nuevamente sobre la almohada.
—Ya no soy una reina. ¿No quedó claro ayer? —respondí con desdén, cubriéndome otra vez con la manta.
Kael soltó una risita, y con un movimiento rápido, tiró de las mantas, dejándome completamente expuesta al frío de la mañana.
—Pues si ya no eres una reina, entonces puedes levantarte como cualquier plebeya. Vamos, arriba.
—¿Qué te pasa? —me quejé, intentando recuperar las mantas, pero él las mantenía fuera de mi alcance con facilidad—. ¡Déjame dormir!
—¿Dormir? —repitió, levantando una ceja—. ¿Acaso no duermes en el palacio?
—Sí, pero al menos me levantan a horas razonables. —Me giré para mirarlo, visiblemente molesta—. ¡Es demasiado temprano!
Kael se inclinó ligeramente, mirándome con una expresión burlona.
—Bienvenida al mundo real, Elaria. Aquí no hay criadas que te sirvan el desayuno en la cama ni campanas que anuncien la hora de levantarse. Levántate ya, tenemos cosas que hacer.
—¿Qué cosas? —gruñí, intentando no perder la poca paciencia que me quedaba.
—Más ropa nueva, provisiones, y tal vez un poco de entrenamiento. —Kael enumeró las actividades con los dedos, mientras yo seguía protestando mentalmente.
—¿Entrenamiento? —me incorporé parcialmente, mirándolo con incredulidad—. ¿Qué clase de entrenamiento?
—El tipo de entrenamiento que necesitas si piensas sobrevivir fuera de ese castillo de cristal al que llamabas hogar. —Su tono era más serio esta vez, y algo en sus palabras me hizo quedarme callada por un momento.
Finalmente, suspiré, resignándome.
—Está bien, pero no vuelvas a gritarme así.
Kael se encogió de hombros con una sonrisa.
—Despertarte amablemente no funcionó, ¿verdad?
Lo miré con el ceño fruncido mientras me levantaba de la cama y buscaba las botas que me había dado. Kael, satisfecho, salió de la habitación mientras murmuraba algo sobre "reinas perezosas".
El día apenas comenzaba, y ya estaba segura de que sería largo.
Me miré en el pequeño espejo que había en la habitación. El vestido sencillo que ahora usaba contrastaba demasiado con lo que solía llevar en el castillo. Sentí un nudo en el estómago al recordar todo lo que había dejado atrás.
Suspiré, saliendo de la habitación para encontrar a Kael, quien me esperaba sentado en una silla junto a la puerta, limpiando algo que parecía una pequeña daga.
—¿Por qué siempre pareces tan ocupado con tus cosas? —pregunté mientras me acercaba, aún medio adormilada.
Él levantó la vista, esbozando una media sonrisa.
—Es cuestión de costumbre. En este mundo, si no estás preparado, te conviertes en presa fácil. —Levantó la daga para examinarla antes de guardarla en su cinturón—. Ahora, vamos, tenemos un día ocupado.
Lo seguí fuera del lugar en el que habíamos pasado la noche. Las calles estaban tranquilas, y el aire fresco de la mañana me ayudó a despertar un poco más. Observé a las pocas personas que ya estaban fuera: mujeres que llevaban grandes cestas, niños que corrían descalzos y algún que otro hombre con herramientas, probablemente dirigiéndose a trabajar.
—¿Qué vamos a hacer primero? —pregunté, tratando de mantenerme a su ritmo.
—Ropa. —Kael señaló hacia un pequeño mercado al final de la calle—. Aunque ese vestido es mejor que el que traías ayer, todavía no es lo suficientemente práctico.
—¿Práctico para qué? —fruncí el ceño, mirándolo de reojo.
—Para moverte sin parecer que estás a punto de dar un discurso real. —Se burló, sin disimular su sonrisa.
Cuando llegamos al mercado, me sorprendió la variedad de puestos. Había desde ropa sencilla hasta armas y herramientas. Kael se detuvo frente a un puesto que tenía pantalones, camisas y chaquetas de cuero.
—¿Pantalones? —pregunté, horrorizada, al darme cuenta de lo que estaba eligiendo.
—Claro. No puedes escalar muros ni correr por los bosques con un vestido. —Kael tomó un par de pantalones y una chaqueta, entregándomelos para que los probara.
Me miré los pantalones con resignación y, sin muchas opciones, me dirigí al pequeño probador improvisado detrás del puesto. Cuando salí, me sentía extraña, como si llevar pantalones fuera un acto de rebelión en sí mismo.
Kael me miró de arriba abajo, asintiendo con aprobación.
—Eso está mejor. —Se giró hacia el vendedor y pagó las prendas antes de entregarme una mochila pequeña—. Toma, guarda esto ahí. No podemos cargar tanto dinero visible.
—¿Por qué llevas tú mi dinero? —pregunté, mirándolo con desconfianza.
—Porque si lo llevas tú, lo perderás. O te lo robarán. —Respondió con un tono burlón, caminando hacia otro puesto.
—¿Y qué sigue ahora? —pregunté, siguiéndolo.
—Armas. —Kael se detuvo frente a un puesto lleno de cuchillos, dagas y pequeñas espadas—. Si quieres sobrevivir fuera del castillo, necesitarás defenderte.
Lo observé, sintiendo un escalofrío. Este mundo que Kael conocía era completamente diferente al mío. Mientras él examinaba las armas, comencé a darme cuenta de que no estaba preparada para lo que me esperaba fuera de mi antigua vida.
—Elaria, ¿qué prefieres? —Su voz me sacó de mis pensamientos.
Lo miré, viendo cómo sostenía una pequeña daga con un mango decorado.
—¿Tengo que llevar eso? —pregunté, insegura.
—Sí. Y más vale que aprendas a usarlo. —Kael me entregó la daga antes de caminar hacia otro puesto.
Sujeté el arma con manos temblorosas, preguntándome en qué me había metido.
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