Cristóbal Devereaux, un billonario arrogante. Qué está a punto de casarse.
Imagínatelo. De porte impecable, a sus 35 años, está acostumbrado a tener el control de cualquier situación. Rodeado de lujos en cada aspecto de su vida.
Pero los acontecimientos que está a punto de vivir, lo harán dar un giro de 180 grados en su vida. Volviéndose un hombre más arrogante, solitario de corazón frío. Olvidándose de su vida social, durante varios años.
Pero la vida le tiene preparado varios acontecimientos, donde tendrá que aprender a distinguir el verdadero amor. Y darse la oportunidad de amar libremente.
Acompañame en está nueva obra esperando sea de su agrado.
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visita inesperada
Dichas estas últimas palabras por Leonora se levantó, de dónde estaba sentada, caminó elegantemente hacia la puerta Henry la siguió y antes de que Leonora le pudiera abrir, Henry abrió la puerta dándole paso a la elegante mujer, Leonora se detuvo por un momento.
-- Debes mantenerme informada de todo lo que suceda. --
Para Leonora Lucía significa más fuego, que miedo. Una voluntad que ni el dolor ni la humillación han podido doblegar. Y un hijo que, por primera vez en años, ella puede controlarlo.
Antes de salir de la casa voltea a ver hacia las escaleras. En el segundo piso, Lucía camina apoyada de su andadera, de un lado a otro, en su habitación acababa de cerrar la puerta de un solo portazo tras otra discusión con Cristóbal. Esta vez había salido sola al jardín sin decirle nada a nadie. Cristóbal había seguido gritándole que no podía exponerse así. Lucía le había respondido que era su cuerpo. Las palabras, duras y filosas, lo habían herido en lo más profundo.
Lucía desde la ventana observaba la noche mojada. Y al mirar hacia el jardín distinguió una figura. Leonora, como un paraguas en mano paseando lentamente entre las sombras. Lucía bajo sin pensarlo. Encontró a la señora junto al rosal, dónde las flores moradas soltaban su aroma entre la lluvia.
-- ¿No es muy tarde, para pasear señora Leonora? --
Preguntó Lucía en volviéndose en una manta. Leonora giró el rostro. La lluvia le caía como lágrimas secas sobre el rostro impecable.
-- A veces, lo único que puede calmar la mente... es mojarse un poco. --
Lucía se rió suavemente. Ambas sabían que esa noche no dormirían.
-- ¿Puedo preguntar algo? --
Dijo al fin.
-- Puedes intentarlo. Otra cosa es que yo responda. --
Replicó Leonora con elegancia.
-- ¿Qué clase de madre fuiste? --
Leonora se quedó quieta. Sus ojos, tan fríos como los de Cristóbal, se suavizaron apenas
-- Una madre ausente. Pero eficiente. Aseguré que tuviera todo: educación, salud, poder. Lo único que olvidarle fue darle amor. --
Lucía asintió lentamente.
-- Y tú. --
Preguntó Leonora con curiosidad.
-- ¿Qué esperas de mi hijo? --
Lucía se quedó en silencio, por un momento.
-- Nada. --
Respondió al fin. Leonora soltó una risa silenciosa.
-- Entonces querida, puede que seas la única posibilidad de redención. Porque solo quien no te necesita... puede amarte sin condiciones. --
Lucía no supo. Qué responder. De regreso en el salón, Henry miraba por la ventana. Las luces del jardín brillaban entre la lluvia. Leonora volvió empapada, pero Serena.
-- Hablaste con ella. --
Dijo Henry.
-- Sí. --
Respondió, dejándose caer en su butaca favorita.
-- Es evidente. Mucho más de lo que Cristóbal puede soportar. --
-- ¿Crees que esto termine bien? --
-- No lo sé. --
Respondió ella, mirando hacia la chimenea.
-- Pero lo que sí sé... es que por primera vez en años, Cristóbal no está huyendo. Está enfrentando a alguien que no se dobla. Y eso, aunque duela, es un principio. --
Henry asintió lentamente.
-- Tal vez, entre tanto caos, estén ambos aprendiendo amar. --
Un par de días después, Henry visitó a María madre de Lucía. El auto negro se detuvo frente aquel departamento viejo y descolorido dónde vivía la madre de Lucía, Henry descendió del auto con toda elegancia. Henry voltio a ver para todos lados, el barrio era. Modesto. Y la pintura en los departamentos estaba descascarada el portón de entrada metálico hablaba de años sin mantenimiento. Henry siempre impecable, ajusta el nudo de su corbata antes de avanzar. Lleva consigo una carpeta, su expresión era imperturbable, aunque por dentro sabía que aquella reunión sería como cualquier otra.
La mujer abrió la puerta era una versión desmejorada, de la última vez que la había visto en la mansión de Cristóbal.
-- ¿Qué quiere un hombre como usted, en un sitio como este? --
Preguntó María sin rodeos.
-- Señora no estoy aquí por orden del señor Cristóbal Devereaux. --
-- Oh, claro. --
Dijo María.
-- Oh es un milagro que el millonario no lo manda a usted, ahora, para que venga a hablar conmigo. ¿Entonces dígame ha que es lo que a venido? --
-- No vengo a discutir con usted. Solo vengo a hablar de su hija. ¿Puedo pasar? --
La mujer lo observó con recelo, pero se apartó. El interior de la casa. Era aún más triste que el exterior. Paredes sin cuadros, muebles viejos, Una atmósfera que abandonó emocional, más que físico. Henry se sentó en un sillón gastado, sin hacer comentarios.
-- Supongo que viene a decirme que Lucía está bien. --
Dijo la mujer cruzándose de brazos. -- No he recibido ni una sola llamada de ella, desde que decidí salir de esa casa. --
-- Ella esta recuperada en un 60 por ciento. Usted no debió abandonar la mansión. --
María se molesta le responde casi gritándole a Henry.
-- Qué quería, que me quedara en esa casa, donde ese hombre me trataba como una sirvienta más. No podía estar con mi hija cuando más me necesitaba. Es por eso que decidí salir de ahí. --
Las palabras de María fueron golpe directo, para Henry charlas de verdades. Pero sabía que aquella mujer tenía razón el trato que Cristóbal que le estaba dando no era el que ella merecía, ella era la madre de su esposa. Debía tratarla con más respeto.
-- Entiendo señora, pero yo no puedo intervenir en las decisiones del señor Devereaux. --
-- Entonces dígame a qué es lo que ha venido señor Lancaster. --
Henry colocó sobre la mesa la carpeta.
-- Dígame, señora. ¿Le preocupa el bienestar de su hija o solo su posición? --
María lo fulminó con la mirada.
-- Soy yo quien ha estado a lado de mi hija, mientras aprendía caminar, la he visto caer, y levantarse sin rendirse. Yo he sido la única persona que ha estado con ella. Y usted viene a decirme que si me interesa la posición social que ella tiene. Creé que si me interesaría hubiera dejado esa jaula. No señor me hubiera quedado, sin importarme si estaba como una sirvienta más. --
Un silencio espeso cayó entre ellos. No solían perder la costura. Pero había algo en esa mujer que despertaba en él, que no lograba entender qué era.
-- Señora Me encargué de redactar un documento por orden de la señora, Leonora Devereaux. Aquí dice en específico, de una nueva propiedad, una mensualidad, qué será depositada a su cuenta mes con mes, para sus. Gastos personales. --
María se quedó en silencio durante algunos segundos pues no esperaba que la señora Leonora enviara al asistente de Cristóbal a ofrecerle todo eso. A cambio de qué.
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