Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 07: Un Cerdito Perezoso
El nuevo departamento de Alfonso era amplio, elegante y decorado con la sobriedad que lo caracterizaba.
Apenas llegaron, su abuela ya había tomado el control de algunas cosas, como si fuera la dueña del lugar. Ordenaba a los empleados de servicio, revisaba la cocina y hasta decoraba con sus propias manos.
Alfonso, resignado, solo la observaba con una mezcla de ternura y fastidio.
—Abuela, ¿de verdad era necesario que vinieras conmigo? —preguntó, mientras se aflojaba la corbata.
Doña María, sentada cómodamente en el sillón, alzó una ceja con picardía.
—¿Y dejarte solo, para que te pierdas entre fiestas y mujeres sin vergüenza? No, mi niño. Además, necesito estar aquí… tengo mis propios planes.
—¿Planes? —replicó Alfonso, sospechando—. No me digas que tienen que ver con esa mocosa.
La anciana sonrió traviesa, sorbiendo su té.
—Ay, Alfonso… tú y Abril son como dos volcanes. Tarde o temprano van a estallar. Y yo estaré aquí para asegurarme de que no se destruyan entre ustedes, sino que se encuentren.
Alfonso la miró incrédulo, pasándose la mano por el cabello.
—Abuela, por favor… es insoportable. Es arrogante, caprichosa, me reta en cada palabra.
—Y sin embargo, hablas de ella todo el tiempo —interrumpió la anciana, divertida—. Hasta cuando te quejas, tu mirada brilla.
Alfonso quiso protestar, pero no encontró las palabras.
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Esa noche, en el silencio de su despacho, Alfonso no podía concentrarse en los contratos que había llevado consigo.
Las cifras bailaban frente a sus ojos, pero lo único que veía era el rostro de Abril cubierto de lágrimas.
La imagen lo perseguía como una sombra, arrancándole una punzada de culpa que se mezclaba con una necesidad inquietante: volver a verla, asegurarse de que estaba bien.
—Ridículo… —murmuró para sí mismo, cerrando con brusquedad la carpeta—. Es solo una empleada. Nada más.
Pero sabía que se estaba mintiendo. Había algo en ella que lo desarmaba. Esa insolencia suya, esa forma de enfrentarlo sin miedo, era como un veneno que se infiltraba lentamente en sus venas.
Y lo peor era que ahora, después de verla vulnerable, no solo quería callar su boca altanera… quería protegerla de todo, incluso de sí mismo.
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Otro día más de trabajo. Abril estaba agotada; la noche anterior se había quedado hasta tarde con su hermano, viendo películas y devorando pizza. La falta de sueño le pasaba factura y, aunque intentó resistir, el cansancio terminó por vencerla.
En ese momento, del ascensor privado del CEO emergió una despampanante rubia: Paula Navarro.
Ella se creía la dueña y señora de la empresa, pues los rumores aseguraban que era la favorita de Alfonso.
Con paso altivo, se dirigió al escritorio de la secretaria, pero lo que encontró la dejó helada: frente a ella estaba aquella muchacha que semanas atrás la había humillado públicamente. Y para colmo, ¡estaba dormida!
Abril, abrumada por la montaña de papeles y la rutina estresante, había apoyado sus brazos sobre el escritorio para descansar “solo un momento”, pero terminó profundamente dormida.
—¡Por Dios! Así trabajan estos muertos de hambre —gritó Paula con desprecio—. Muchos matarían por tu oportunidad, y tú la desperdicias durmiendo.
Lejos de despertarse, Abril se acomodó mejor, hundiendo su rostro entre sus brazos.
Paula perdió la paciencia.
—¡Muchachita impertinente, levántate de una vez!
Los gritos interrumpieron la concentración de Alfonso, que revisaba una montaña de contratos. Irritado, salió de su oficina.
—¿Qué es tanto alboroto? —preguntó con voz dura. Amaba el silencio, lo necesitaba para trabajar.
Paula, escandalizada, se apresuró a señalar con su manicura perfecta.
—¡Oh, cariño! ¿Puedes creerlo? Esta tipa duerme en horario laboral.
Alfonso giró la mirada y se encontró con Abril, rendida sobre el escritorio. No sabía si enfadarse o reír: la muy mocosa estaba babeando documentos importantes… y aun así, dormía con una ternura desarmante. Sus labios entreabiertos, sus largas pestañas descansando sobre la piel sonrojada… parecía una pintura delicada.
—Deja de hacer escándalo, Paula. Estoy demasiado ocupado. Entre reuniones y papeles no tengo tiempo para tus dramatismos. Ahora, retírate —ordenó Alfonso, irritado.
No comprendía por qué le molestaba tanto que interrumpieran el descanso de Abril.
—Pero, cariño… —insistió Paula, incrédula.
Él la cortó de inmediato.
—Paula, no olvides que no somos nada. No tienes permitido entrar a mi empresa como si fuera tu casa. Lárgate.
Las palabras fueron un golpe seco. Paula palideció, se mordió los labios de furia y salió hecha una furia del lugar.
El silencio volvió, y Alfonso se acercó con cautela al escritorio. Se inclinó un poco, observando de cerca el rostro angelical de Abril. En su mirada, por primera vez, no había arrogancia ni dureza: había ternura… y algo más.
Un suspiro escapó de su pecho. Cada día que pasa, me enamoro más de ella, pensó con miedo. Tenía treinta años, ella apenas diecinueve… y nunca antes había sentido algo parecido.
Abril se removió incómoda, abrió lentamente los ojos y lo primero que encontró fue la mirada penetrante de Alfonso fija en ella.
—¿Qué? Solo fue un ratito… —murmuró, sonrojándose de inmediato. Jamás admitiría en voz alta lo vergonzoso que era quedarse dormida frente a él.
Una media sonrisa se dibujó en los labios de Alfonso.
—¿Un ratito? Duermes como un cerdito perezoso. Si hubiera un terremoto, no te despiertas.
El sonrojo de Abril se intensificó, pero antes de que pudiera replicar, él dio media vuelta.
—Desde mañana trabajarás dentro de mi oficina. Así podré supervisarte de cerca. No te pago para que duermas.
Abril se quedó boquiabierta.
—¿Me dijo… cerdito? —murmuró para sí misma, mirándose el cuerpo con gesto indignado—. ¡No estoy gordita! Es un ogro arrogante, eso es lo que es… —rezongó con un puchero adorable en el rostro.
Con un suspiro resignado, retomó sus tareas. Y mientras revisaba los documentos, comprendió algo doloroso: ganar dinero no era sencillo.
Ahora entendía la frustración de su padre. Ella había sido una niña que solo sabía gastar, sin esfuerzo, sin mérito. Por primera vez, empezaba a aceptar que necesitaba cambiar.
Autora: Holaaa... gracias por acompañarme en esta travesía. Los quiero...