LA REINA ELARIA
El techo de mi habitación era mi único consuelo en días como este. Las vigas de madera, marcadas por el paso del tiempo, tenían un patrón que conocía de memoria. Me permitía perderme en ellas, como si fueran las ramas de un bosque al que podía escapar. Hoy, sin embargo, mi refugio estaba a punto de ser interrumpido.
La puerta se abrió de golpe, dejando entrar un torrente de luz y a una de las sirvientas más fieles de mi padre. Sus pasos apresurados y el tintineo de las llaves en su cinturón rompieron el frágil silencio de mi habitación.
—¡Su Majestad, ya es hora de levantarse! —dijo, con una mezcla de urgencia y nerviosismo—. El rey ha insistido en que esté lista cuanto antes.
Rodé los ojos, sin moverme de la cama.
—¿Tan importante es esto como para interrumpir mi única mañana tranquila? —repliqué, todavía mirando al techo.
—Hoy es el gran día —insistió ella—. Las puertas del castillo se abrirán por primera vez en años. ¡Debería estar emocionada!
“Emocionada”. La palabra resonó en mi cabeza como un eco vacío. Sabía lo que significaba este evento para mi padre: una oportunidad para demostrar que el reino seguía en pie, que el castillo no era solo un símbolo de nuestro aislamiento. Pero para mí, significaba algo muy distinto: convertir mi vida en un espectáculo para los demás.
—Dame cincuenta minutos más —dije finalmente, esperando que con eso me dejara en paz.
La sirvienta me miró horrorizada, como si acabara de insultar a los dioses. Quise reírme, pero me contuve. Me conocía demasiado bien: sabía que mi breve resistencia no duraría mucho.
Tal como esperaba, apenas unos minutos después, cinco mujeres más entraron a mi habitación como un ejército organizado, listas para arrebatarme mi última pizca de libertad.
—¡Es tarde, Su Majestad! —exclamó una de ellas, mientras otra apartaba las mantas con un gesto decidido.
—Está bien, está bien, ya me levanto —murmuré, resignada, mientras me arrastraban hacia el baño.
El agua del baño era tibia, perfumada con pétalos de rosa y jazmín. Una de las sirvientas lavaba mi cabello con delicadeza, mientras otra masajeaba mis hombros con aceites perfumados. Dos más se encargaban de mis uñas y de pulir mi piel con cuidado. En cualquier otro contexto, este tratamiento podría haber sido un lujo. Pero para mí, era solo una rutina.
—El rey quiere que esta noche sea perfecta —dijo una de ellas mientras peinaba mi cabello con esmero—. Todas las familias más importantes estarán aquí.
“Perfecta.” Otra palabra vacía. Mi padre tenía una obsesión con la perfección, especialmente cuando se trataba de mantener las apariencias. ¿Qué importaba si detrás de estas puertas perfectas había un castillo lleno de secretos?
Cuando terminaron de arreglarme, me ayudaron a ponerme el vestido. Era un rojo profundo, decorado con bordados dorados que brillaban como llamas bajo la luz de las velas. Y era tan ajustado que casi no podia respirara.
—Está deslumbrante, Su Majestad —dijo una de las sirvientas, ajustando el broche en mi cabello recogido.
Me miré en el espejo, y lo que vi fue una extraña. La Reina Elaria, decían. Pero en realidad, era solo una joven de veinte años atrapada en un papel que no había elegido. ¿Cómo podía gobernar un reino cuando apenas sabía lo que significaba vivir fuera de estas paredes?
—¿Lista para enfrentar el mundo, mi reina? —preguntó otra, con una sonrisa alentadora.
No respondí. En lugar de eso, me levanté y dejé que el tintineo de las joyas en mi cuello fuera mi única respuesta.
El gran salón del castillo
El salón principal estaba decorado como nunca antes. Guirnaldas de flores adornaban las columnas de mármol, mientras enormes candelabros iluminaban la estancia con una calidez engañosa. Las puertas del castillo, normalmente cerradas, estaban abiertas de par en par, dejando entrar a un flujo constante de invitados.
Desde lo alto de la escalera principal, observé cómo las familias nobles y plebeyas se mezclaban. Todos parecían fascinados, no solo por el castillo, sino por mí. Podía sentir sus miradas clavadas en mí, evaluándome, juzgándome.
—Es un éxito, hija —dijo la voz de mi padre a mi lado.
El rey Aldred se veía imponente como siempre, con su capa de terciopelo y su corona adornada con rubíes. Pero detrás de su porte regio, podía ver la preocupación en sus ojos. Este evento era más importante para él de lo que quería admitir.
—Si tú lo dices —respondí, sin apartar la vista de la multitud.
El bullicio del salón era abrumador. Decidí bajar al salón y echar algún vistazo a estas personas. Tratando de recuperar la compostura, tomé una copa de vino de una de las bandejas que pasaban y caminé hacia un rincón menos concurrido del salón.
Fue entonces cuando algo llamó mi atención: un grupo de hombres al otro lado de la sala. No estaban vestidos como los demás invitados. Sus ropas, aunque oscuras y sobrias, parecían hechas de una tela extraña, y había algo en su postura, en la manera en que miraban alrededor, que no encajaba.
Mis ojos se quedaron fijos en ellos por un momento. Uno de ellos me miró de reojo, y siguió caminando. Dejé la copa sobre una mesa cercana, perdiendo el interés en el evento y en las expectativas que el resto del salón tenía sobre mí. Decidí que necesitaba estar sola ya, o al menos algo que me distrajera.
La biblioteca era mi refugio dentro del castillo. Aquella noche, el lugar también había sido acondicionado para la ocasión, con algunas piezas históricas del castillo en exhibición. Era un espacio más tranquilo, un respiro del ruido del baile. Me dirigí hacia uno de los asientos al fondo de la sala y tomé el primer libro que encontré.
Los libros siempre habían sido mi escape favorito. Las palabras en la página comenzaron a calmarme, aunque apenas prestaba atención al contenido. Me dejé envolver por el silencio, dejando que mi mente se alejara del caos que había quedado atrás.
De repente, un sonido rompió la tranquilidad: la puerta de la biblioteca se abrió con un chirrido suave. Alcé la vista, con ceja levantada.
Un hombre entró en la habitación, y desde el primer momento supe que no era alguien que perteneciera a la nobleza ni al personal del castillo. Estaba vestido completamente de negro, pero su ropa era diferente a cualquier cosa que hubiera visto antes. La tela parecía más ligera, más ajustada, casi como una segunda piel que le permitía moverse con sigilo.
Lo observé con cuidado desde mi asiento, intentando no llamar su atención. Sus movimientos eran calculados, como si estuviera buscando algo. Sus ojos recorrían las estanterías, las vitrinas y cada rincón de la habitación, sin darse cuenta aún de mi presencia.
Por un momento, me debatí entre quedarme en silencio y observarlo o hablar. Pero mi curiosidad, como siempre, ganó la batalla.
—¿Buscas esto? —dije con un tono claro y firme, señalando la corona que llevaba puesta.
El hombre dio un respingo y se giró hacia mí con rapidez, como si mis palabras hubieran sido un trueno en medio de la noche. Por un segundo, parecía sorprendido, incluso vulnerable, pero esa expresión desapareció tan rápido como había aparecido.
—No exactamente —respondió con una voz baja y serena, pero cargada de misterio.
Mis ojos se posaron en él con más detenimiento. Ahora que lo tenía de frente, pude verlo mejor. Era... atractivo, de una manera que me desarmó por completo. Su cabello oscuro caía ligeramente desordenado sobre su frente, enmarcando un rostro esculpido con líneas fuertes y definidas. Sus ojos, de un color que no logré identificar en la penumbra, parecían contener un océano de secretos.
Por un momento, olvidé por qué estaba allí o siquiera que debía estar alerta. Pero pronto recuperé la compostura y me levanté del asiento, manteniendo mi mirada fija en él.
—¿Quién eres? —pregunté, intentando sonar más segura de lo que realmente me sentía.
Él no respondió de inmediato. Sus ojos se detuvieron en la corona que llevaba puesta, y luego volvieron a los míos. La forma en que me miró, como si intentara descifrarme, me hizo sentir vulnerable, pero también curiosamente intrigada.
—Solo alguien que está buscando algo importante —dijo finalmente, con una ligera curva en sus labios que casi parecía una sonrisa.
—Si es importante, tal vez deberías decirme qué es —respondí, cruzándome de brazos—. Este castillo es mi hogar, y tengo derecho a saber por qué estás aquí.
El hombre dio un paso hacia mí, lento y deliberado. Su presencia llenaba el espacio entre nosotros de una manera que hizo que mi corazón se acelerara, aunque no fuera capaz de entender por qué.
—Quizás no te gustaría saberlo, Reina Elaria —dijo mi nombre con una familiaridad que me inquietó.
¿Cómo sabía mi nombre? Su tono no era amenazante, pero había algo en él que me puso en guardia. Sin embargo, en lugar de retroceder, me mantuve firme.
—Dímelo de todas formas —insistí, aunque mi voz temblaba ligeramente.
Él volvió a sonreír, esta vez con un toque de diversión.
—Eres más valiente de lo que imaginé.
Antes de que pudiera responder, un ruido proveniente del pasillo exterior interrumpió nuestra conversación. Parecía que alguien más se acercaba. El hombre se tensó, como si estuviera listo para desaparecer en las sombras.
—No hay tiempo para explicaciones —dijo, acercándose más a mí—. Pero volveremos a vernos, Reina.
Antes de que pudiera detenerlo o decir algo más, se movió con una rapidez y gracia que me dejaron atónita. Se deslizó hacia una de las ventanas de la biblioteca y, con un ágil movimiento, desapareció en la noche.
Me quedé ahí, con el corazón latiendo a toda velocidad, tratando de procesar lo que acababa de suceder. ¿Quién era él realmente? ¿Qué estaba buscando? Y, lo más importante, ¿por qué no podía dejar de pensar en lo extrañamente atractivo que era ese hombre vestido de negro?
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Updated 32 Episodes
Comments
Estre(◍•ᴗ•◍)❤
está novela está hermosa!!! 😍 pero una pregunta, vas a seguir escribiendo la de LA INGRESADA porque ya me quedé en picada🤪😊
2024-12-08
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