Ella siempre supo que no encajaba en esa mansión. No era querida, no era esperada, y cada día se lo recordaban. Criada entre lujos que no le pertenecían, sobrevivió a las humillaciones de su madre y a la indiferencia de su hermanastra. Pero nada la preparó para el día en que su madre decidió venderla… como si fuera una propiedad más. Él no creía en el amor. Sólo en el control, el poder y los acuerdos. Hasta que la compró. Por capricho. Por venganza. O tal vez por algo que ni él mismo entendía. Ahora ella pertenece a él. Y él… jamás permitirá que escape.
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En las sombras
Desde el interior del auto, Adrián había observado todo. Las risas, la forma en que Amelia se colgaba del brazo de aquel hombre como si lo conociera de toda la vida. Pero lo que más le perturbaba no era la cercanía entre Joshua y su hija.
Era la manera en que Thalía lo permitía, y la forma en la que ella lo miraba,
No había odio. No había distancia. Solo ternura… y una paz que él no había conseguido darle en todos esos meses.
Golpeó el volante con la palma de la mano.
—Estás haciendo el ridículo —se dijo en voz baja—. No es nada tuyo. Nada de eso es tuyo.
Y, sin embargo, algo en su pecho dolía intensidad.
Esa noche, en la mansión, todo parecía en orden. El silencio era habitual, pero por primera vez en mucho tiempo, Adrián no lo soportaba. Caminó hasta la habitación de Amelia. La niña dormía, abrazada a su peluche tuerto.
La observó por un instante.
Y entonces, con un nudo en la garganta, se dio cuenta de que no sabía si ella prefería el helado de vainilla o el de fresa.
Salió de la habitación sintiéndose como un extraño en su propia casa.
En el pasillo, se cruzó con Thalía, que venía saliendo del cuarto de lavandería. Ella lo miró, seria. Él abrió la boca para hablar, pero no encontró palabras. Hasta que, finalmente, forzó una.
—¿Estaban en el parque?
Thalía parpadeó, sorprendida.
—¿Nos seguiste?
—Pasaba por ahí. —Mentira. Una torpe, además.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Y qué si estábamos?
—¿No crees que estás demasiado expuesta? —dijo él, con el tono controlado, pero la rabia colándosele entre las costillas—. No puedes permitir que te vean así. Con él. Con cualquiera.
Thalía levantó la barbilla.
—¿Así cómo? ¿Feliz?
—Así… vulnerable.
Ella soltó una risa seca.
—No tienes derecho a decirme cómo debo vivir.
Adrián se acercó, sin tocarla.
—Eres mi esposa.
—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿Te comportas como un esposo? ¿Sabes algo de Amelia? ¿Sabes cómo estuvo su día, qué dibujo trajo en la mochila o cuál es su juguete favorito?
Adrián calló.
—Exacto —susurró ella—. No tienes idea. Pero sí tienes tiempo para decirme con quién puedo o no puedo estar.
Dio media vuelta para marcharse, pero Adrián dijo algo que la detuvo.
—Vi cómo te miraba.
Ella se volvió, seria.
—Y yo también veo cómo tú no me miras nunca. Al menos él me mira como si existiera.
Y entonces se marchó, dejándolo con las palabras atragantadas en la garganta.
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Era su primer día en la universidad. Había pasado semanas preparando papeles, revisando horarios, y dudando de sí misma más veces de las que quería admitir. Pero ahí estaba.
Con su bolso colgado al hombro y una sonrisa nerviosa.
No había vuelto a estudiar desde que se graduó del instituto, desde que su madre solo le dijo que tenía que quedarse a ayudar en la casa. Ni siquiera había soñado con pisar una facultad, pero Amelia la había inspirado. Aquella niña dulce y preguntas inocentes le había despertado un deseo que tenía enterrado: enseñar, proteger, guiar.
Quería ser maestra.
No por obligación. No por imagen. Por convicción.
Cruzó la entrada principal del campus con pasos tímidos. Era un mundo nuevo. Jóvenes riendo, libros por todas partes, pizarras llenas de anuncios. Era… suyo. Por primera vez, algo era solo para ella.
—¡Thalía! —la voz de Joshua la sacó de su ensueño. Él la esperaba junto a una banca, con dos cafés en la mano.
Ella sonrió al verlo.
—¿Estás seguro de que no molesto? Sé que es tu espacio de trabajo y…
—¿Molestar? —interrumpió, dándole el café—. Me salvas de una reunión con profesores insufribles. Ven, te muestro el campus.
Caminaron juntos por los pasillos mientras él le contaba historias divertidas de sus alumnos, anécdotas con otros profesores y hasta le presentó a un par de colegas que también enseñaban en Educación Infantil.
—¿Sabes? —le dijo Joshua mientras caminaban bajo los árboles—. Creo que serás una excelente maestra.
—¿Por qué lo dices?
—Porque te importan los niños. Y porque Amelia te adora. Eso no se finge.
Thalía bajó la mirada, sonrojada.
—Gracias. No sabía cuánto necesitaba oír eso.
—Y si necesitas ayuda con materias, tareas, nervios pre-exámenes… ya sabes dónde encontrarme.
Ella lo miró con cariño. Joshua no intentaba impresionarla. Solo estaba ahí. Siempre estaba ahí. Y eso, en su mundo caótico, era un regalo.
Pero…al otro lado de la calle, Adrián la observaba.
Otra vez.
Con amargura. Había dicho que quería espacio. Que necesitaba distancia.
Pero verla sonreír con Joshua, verla feliz, le estaba destruyendo algo que no sabía que tenía.
Se sintió un espectador de una vida que podría haber sido suya.
Y lo peor… era que no sabía si merecía reclamarla.
Tiago ya eres grande para dejarte envolver como niño creo q los padres q te dio la vida te han enseñado valores ojalá no te corrompas con esa persona q dice ser tu padre , Thalía y Joshua hicieron mal al no decirte la verdad por cuidar tu ntegidad , ahora quien sabe lo. Q te espera al lado de este demonio