Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
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Capitulo II La traición
Punto de vista de Diana
Salí corriendo del restaurante, dejando a mi amiga atrás. Tenía que corroborar sus palabras, necesitaba verlo con mis propios ojos. Así que volví a la mansión, sequé mis lágrimas y actué como si nada hubiera pasado.
Como era costumbre, subí a mi habitación, ignorando a los presentes: mi padre, su horrible esposa y su nefasta hija. Mi plan era simple: esperar a que Fabiana saliera de la casa y seguirla. Lo haría el tiempo que fuese necesario con tal de atraparla con mi supuesto prometido.
Mientras la tormenta se gestaba en mi interior, recibí la llamada de mi infiel prometido. Respiré profundo antes de contestar.
—Hola, amor —mi estómago se revolvió al pronunciar esa última palabra.
—Mi reina, estoy esperando por ti en mi apartamento. ¿A qué hora llegas?
Había olvidado nuestro plan para esta noche, por lo que tuve que pensar rápido en una excusa.
—Lo siento, cariño, esta noche no puedo ir a verte. Mis padres están esperando un desliz mío para recriminarme y compararme con mi perfecta "hermana" —hice énfasis en lo último con un sabor amargo en la boca.
—Ya no eres una niña y no pienso seguir perdiendo mi tiempo con alguien que no es capaz de alzar su voz... Soy un hombre y como tal tengo necesidades, Diana.
El muy imbécil colgó la llamada. Era un cobarde incapaz de amar a alguien. Sin embargo, él tenía razón en algo: debía tomar las riendas de mi vida y dejar de permitir que mi padre y su esposa siguieran controlándola.
Me quedé mirando por la ventana. La noche anunciaba una fuerte lluvia, y a lo lejos se podía ver el cielo alumbrado por los rayos incansables, parecidos a mis sentimientos en este momento. Volteé la mirada hacia una sombra en el jardín. Enfocando, mis ojos se abrieron de par en par al darme cuenta de que se trataba de Fabiana. Bajé rápidamente por la escalera de servicio (o usé la ruta más discreta), la seguí hasta el estacionamiento y la vi subir a mi auto.
Cuando salió de la propiedad fui tras ella. Casualmente iba pasando un taxi, el cual abordé sin pensar.
—Siga ese auto, por favor —le pedí al taxista, un hombre que me miró confundido por mi urgencia y mi aspecto descompuesto.
El hombre, con evidente cautela, puso en marcha el vehículo.
La persecución empezo, la lluvia comenzó a caer con furia, convirtiendo las luces de la ciudad en pinceladas borrosas. El taxista, un hombre mayor y de pocas palabras, me lanzó una mirada nerviosa por el espejo retrovisor.
—Señorita, ¿está segura? Vamos a más velocidad de la debida —murmuró, mientras un relámpago iluminaba el interior del coche.
—Continue conduciendo —dije, casi en un gruñido. Tenía que llegar a ese lugar. El auto que conducía Fabiana, mi auto, era ahora mi único faro en medio de la rabia y la tormenta.
El viaje fue una tortura. Cada semáforo, cada giro, era un recordatorio de lo que Sergio me había dicho: "Estoy esperando por ti en mi apartamento". No me estaba esperando a mí. Estaba esperando a Fabiana.
Finalmente, el coche de mi hermana se detuvo frente a un edificio de apartamentos en una zona céntrica. Le pagué al taxista sin esperar el cambio y salí corriendo bajo el aguacero, sintiendo el frío en el rostro.
Me escondí detrás de un arbusto empapado, justo a tiempo para ver a Fabiana bajar de mi coche. Estaba impecable, sonriendo con una suficiencia que me hizo querer gritar. Subió los escalones y la puerta del edificio se abrió antes de que tocara el timbre.
Lo vi.
El hombre que la recibió en el umbral no podía ser otro que Sergio. Mi prometido. Su camisa desabrochada, su sonrisa de complicidad... No hubo besos, no hubo abrazos forzados, solo una mirada de entendimiento que valía más que cualquier palabra.
Fabiana entró, y Sergio cerró la puerta de golpe, apagando mi última chispa de esperanza.
Me quedé allí, temblando, empapada hasta los huesos. La lluvia no era nada comparada con el torrente de dolor, humillación y furia que sentía. El egoísmo de Fabiana, la traición de Sergio, el favoritismo de mi padre... todo se unió en una única y poderosa necesidad: venganza.
Se acabó. Mi libertad no se negociaba, ni mi corazón se entregaba a un imbécil. Ahora, ellos me habían obligado a luchar. Y yo iba a amar cada minuto de la batalla.
Después de presenciar el acto de traición más ruin que una pueda imaginar, empecé a caminar bajo la fría lluvia sin rumbo fijo. Aunque detestaba la idea, mis pies me llevaron de vuelta a la mansión Vega, el lugar que odiaba con todas mis fuerzas. Los señores Vega se encontraban aún en la sala, tomaban champán y reían animados, era obvio que estaban celebrando algo.
De pronto la mirada de mi horrible madrastra se dijo en mí con desprecio.
—¿Qué gachas son esas? Pareces una indigente. — su voz me recordó una vez más que ella había robado mi vida para dársela a su hija.
—No es tu problema, mejor atiende los asuntos de tu hija.
Un fuerte golpe atrajo mi atención, mi padre quien permanecía en silencio como o el vaso en sus manos con fuerza sobre la mesa.
—Eres una insolente, ven y pídele perdón a tu madre. — grito Don Luis.
—Ella no es mi madre y no tengo porque disculparme y mucho menos pedir perdón.
Mi padre se levantó caminando a grandes zancadas hasta llegar hasta donde estaba yo y sin mediar palabras golpeó fuertemente mi rostro dejando un ardor en mi mejilla aunque eso no era nada comparado al dolor que estaba sintiendo en mi corazón.
—Solo le faltaba esto, señor. Espero que se sienta realizado como padre después de tan miserable acción.
La furia en los ojos de mi padre me confirmó lo que siempre supe: yo no era nada para él. Solo me había soportado por la memoria de mi madre. Mire detrás de él y pude ver la cara de satisfacción y diversión que tenía Laura ante la escena. Así que sin decir una palabra más me retire a mi habitación cerrando la puerta con llave y tumbándome en la cama para desahogar mi rabia.
El sonido de mi teléfono me saco de mi miseria, lo tome con la esperanza de que fuera Irene, pero el número del remitente era desconocido. Abrí el mensaje para darme cuenta de que de la empresa Villavicencio me habían escrito citandome para el siguiente día a primera hora. Era una entrevista de trabajo, —tal parece que mi vida está por cambiar. —susurre para mí.