"UNA MADRE DESESPERADA, UN SALVADOR AMENAZANTE
¿Qué límites cruzarías por salvar a tu hijo?
Adelaida, una madre desesperada, hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso si significa sacrificar su orgullo.
Pero cuando Kento, un misterioso y poderoso hombre, se convierte en su única esperanza, Adelaida se encuentra atrapada en una red de rencor y pasión.
Kento, su redentor y verdugo, no sabe que Adelaida es la clave para desentrañar su propio pasado.
¿Podrá Adelaida salvar a su hijo y descubrir la verdad detrás del enigmático Kento?
Descubre esta historia de amor, venganza y redención."
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ℂapítulo Dos
—¿Qué hace esta zorra en el funeral de mi hijo?
Adelaida reconoció esa voz que pocas y desagradables veces escuchó, miró con altivez hacia la persona que lo dijo: su querida ex suegra, pero su mirada se quedó fija en la llorosa mujer a su lado. Se sorprendió al notar que era muy parecida a ella hace unos diez años atrás, cuando conoció a François, y también notó su gran abdomen de embarazada.
Pero aun así, disimulo su asombro y siguió hacia el féretro.
—Alto ahí, Adelaida DuPont, no tienes nada que hacer aquí. Vete con tu bastardo lejos de nuestra familia, respeta a la verdadera esposa de François en su dolor —Ahí se enteró de que esa mujer es la verdadera viuda.
—Suegros, ¿quién es ella? —pregunta la mujer mirándola fijamente.
—Una arribista cazafortunas que quería engatusar a nuestro hijo. Pero ya la voy a hacer sacar, no tiene nada que hacer aquí —su ex suegra terminó de echar su veneno y salió a llamar a sus guardias.
—Tranquilos “suegritos”, solo quería verificar que mi querido “exesposo” si está en ese ataúd, pues de él se podía esperar de todo hasta hacerse el muerto, con lo mentiroso que era quien sabe si era verdad —echó un vistazo al difunto y salió de la misma manera que entró, irradiando gallardía y con la frente en alto.
Ya afuera del recinto, se subió a su auto con su chófer, el cual la llevó a su jaula de oro. En el trayecto recordó cómo fue su vida antes de conocer a François y, aunque pensó que él era el amor de su vida, fue todo lo contrario. Un ser que solo se ama él mismo, un ególatra, un ser que solo él es perfecto, los demás son solo seres que solo le quitan oxígeno y ni siquiera valen lo que él vale.
Recordó su niñez en un miserable orfanato dirigido por las monjas capuchinas. Un edificio antiguo de altas paredes y frías habitaciones, donde el ser una buena católica era la premisa de sus cuidadoras. Por eso, para escapar del aburrimiento de su rígida cátedra, con estrictos horarios y miles de rosarios, coronillas, rezos y cánticos, se inscribió en los talleres de artes escénicas que llegó un día a dictar al orfanato, un director de cine de pacotilla.
Al cumplir los 18 años y, gracias a Dios, ya no poder estar más en el orfanato con cara de convento, tomó sus pocas pertenencias y buscó trabajo en un pequeño teatrino del bohemio barrio de “Les Hayes”.
Aunque no ganaba mucho, sumaba a su sueldo lo que los turistas le daban de propina. De esta manera, pagaba una pequeña pieza de 3x3 en una desvencijada pensión de la época de Napoleón, y hacía sus estudios de literatura contemporánea en la universidad pública de París.
Así vivió durante dos años hasta que un director de cine la descubrió una tarde en el teatrino haciendo el papel de “Eloísa” en el drama romántico “Cartas de Abelardo y Eloísa” y la llevó a hacer un papel secundario en la famosa película francesa “Oh la la”.
Fue allí fue donde conoció a François Pinault, hijo de los magnates de la industria cinematográfica de Francia y dueños de canales televisivos alrededor del mundo. Para ella fue amor a primera vista, para él fue el vislumbramiento de la diosa “Venus de Milo”. No podía creer que había vuelto a ver aquella jovencita que una tarde conoció en el dramático papel de “Eloísa” y a la cual su padre no dejó acercar para entablar una conversación y, quién sabe, proponerle trabajar con ellos.
«Se nota que es de las que, si le dan la oportunidad, te dejan con una mano adelante y otra atrás».
«Una cazafortunas», pensó él, pero si ahora se le presentaba la oportunidad de estar con ella, no la iba a desaprovechar.
Y así empezaron tiempo después un romance donde él se excusaba al no presentarla a su prestigiosa familia, pues estaba en espera de heredar su conglomerado y de esta manera ya podía ser libre de presentarle a ellos y al mundo a la mujer que amaba.
Dos años después de iniciar su escondido romance, se casaron en una ceremonia clandestina donde, frente a un juez, le hizo firmar unas capitulaciones renunciando a todo y ella, como una estúpida enamorada, firmó.
Dos años después de la boda, Adelaida le anunció su embarazo, lo cual él tomó con demasiado entusiasmo, la cuidó en la gestación con anhelante y agobiante esmero. Su heredero iba a nacer, se llamaría como él “François Pinault” y sería su valuarte, su prolongación, su orgullo y al nacer su primogénito obviamente haría público su matrimonio con Adelaida DuPont.
Pero todo esto se vino a pique el día en que el bebé nació. Una complicación no prevista en las múltiples consultas y ecografías realizadas a Adelaida dio un diagnóstico devastador. El bebé nació enfermo y esto, François y mucho menos Adelaida lo esperaban, pero lamentablemente el hombre que ella amaba la culpó sin serlo.
La “Betatalasemia” fue el diagnóstico, y el bebé nació con una anemia severa que requirió una transfusión de sangre urgente y su internación en la unidad de cuidados intensivos neonatales. Al día siguiente de su nacimiento, François registró a su bebé, sin el permiso de Adelaida, con el nombre de Francis DuPont.
Adelaida no tuvo ni siquiera tiempo de enojarse por el atrevimiento que tuvo François al registrar a su bebé con ese nombre y sin el apellido de su progenitor, y ante el estrés de la situación por la que pasaba su retoño, aceptó la escueta excusa que le dio por haberlo registrado así.
—Mi pequeña Eloísa, lo hice por protegerlos. Si la prensa se entera de que nuestro bebé nació enfermo, nos comerán vivos y mi familia no me heredará como lo prometió al cumplir los 35 años. Falta poco mi paloma, solo cinco años y podemos gritar a los cuatro vientos nuestro amor —fue la excusa que le dio François, y después de eso, si lo veía una vez al mes, era mucho.
Y como si fuera una premonición del apelativo con la que la enamoró diciéndole Eloísa, su trágico romance se asemejaba a la idílica pareja francesa de la edad media, con la diferencia de que su Abelardo no daría ni loco su más preciada virilidad por amor a ella.
Meses de hospitalización administrando transfusiones y tratamientos a Francis fue la vida que tenía Adelaida. La cual se esmeraba en cuidar a su hijo, se dedicó a él en cuerpo y alma, perdiendo su brillo y alegría. Solo vivía por su hijo, ya que ni del papá volvió a saber, aunque hiciera qué a los dos no les faltara nada en cuanto a lo económico. Pero de cariño, nada.
Gracias Angie por éste emotivo capítulo, aquí te dejó un café ☕️ 😉
co Eloísa,,bueno si la llamada el personaje y su mamá