Emma lo tenía todo: un buen trabajo, amigas incondicionales y al hombre que creía perfecto. Durante tres años soñó con el día en que Stefan le pediría matrimonio, convencida de que juntos estaban destinados a construir una vida. Pero la noche en que esperaba conocer a su futuro suegro, el mundo de Emma se derrumba con una sola frase: “Ya no quiero estar contigo.”
Desolada, rota y humillada, intenta recomponer los pedazos de su corazón… hasta que una publicación en redes sociales revela la verdad: Stefan no solo la abandonó, también le ha sido infiel, y ahora celebra un compromiso con otra mujer.
La tristeza pronto se convierte en rabia. Y en medio del dolor, Emma descubre la pieza clave para su venganza: el padre de Stefan.
Si logra conquistarlo, no solo destrozará al hombre que le rompió el corazón, también se convertirá en la mujer que jamás pensó ser: su madrastra.
Un juego peligroso comienza. Entre el deseo, la traición y la sed de venganza, Emma aprenderá que el amor y el odio
NovelToon tiene autorización de Lilith James para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 21
El instante en que la palabra sale de mis labios —“Hazlo”— ya no hay vuelta atrás. Robert no espera ni un respiro; su cuerpo me atrapa contra la cama como una ola que se estrella y arrasa con todo a su paso.
Su boca desciende sobre la mía con una violencia deliciosa, un beso que sabe a obsesión reprimida demasiado tiempo. Siento que me roba el aire y que, de alguna manera, eso es exactamente lo que quiero. No existe escape, ni existe cordura. Solo él.
—Dios, Emma— Su voz vibra contra mis labios, áspera y rota de deseo. —No sabes lo que acabas de provocar.
Lo miro directo, aunque mis labios tiemblen de pura expectación.
—Entonces demuéstramelo.
Eso parece romper la última cadena de control que le queda. Sus manos me recorren con una urgencia que me incendia, como si quisiera memorizarme a golpes de caricia. No hay delicadeza en sus movimientos, hay hambre, hay necesidad cruda. Me toma como si le perteneciera, como si ya no tuviera opción de escapar de su dominio.
Un gemido se me escapa cuando su boca traza un camino húmedo por mi cuello, bajando, mordiendo, lamiendo con una posesión salvaje. La piel me arde donde me toca, y más donde aún no lo ha hecho.
Siento una de sus manos deslizándose lenta y firme, hasta lo más bajo de mí. La respiración se me corta de golpe.
—Te gusta desafiarme…— Susurra contra mi oído, con un tono entre burla y adoración. —No sabes como me prendes cada vez que lo haces.
Mis uñas se clavan en su espalda, arrastrándose por esos músculos tensos que se contraen bajo mi toque. Me hace perder la cabeza, y sin embargo todavía quiero más.
—Entonces no te detengas— Respondo jadeante.
Él levanta el rostro, sus ojos azules fijos en mí, brillando como acero al rojo vivo.
—Oh, no pienso detenerme. Esta vez no— Su sonrisa torcida tiene algo de peligro.
Su mano la mueve con una destreza que me arranca un gemido ahogado, arqueando la espalda contra él. No tengo control, no tengo voz, solo este cuerpo que responde a cada roce suyo como si estuviera hecho para él. Mi piel vibra, mis piernas tiemblan, y lo único que deseo es más, mucho más.
—Dime qué es lo quieres— Me ordena.
—Quiero más— Jadeo.
Sujeta mis caderas plantandome en su boca. Su lengua arremete contra mi intimidad sin verguenza, tirando de mis carnes con un oral que me hace chorrear sobre su boca en tanto me balanceo.
Sigue enloqueciendome con las maravillas que hace ahi abajo, los dientes lo ayudan y debo apoyarme en el cabezal de la cama.
Las sensaciones son tan electrizantes que no sé cómo describirlas, solo sé que tengo la piel erizada y la cabeza en la luna. Una mano abandona mi cadera cuando empieza a masturbarse sin soltar mi sexo y es fascinante que pueda hacer ambas cosas a la vez.
Se sacude el miembro con fuerza y su gruñido masculino calienta mi zona cuando está por correrse logrando que sea yo la que se derrite con la llegada de ese momento que me debilita y hace a un lado.
No me da descanso. Ya que me toma llevandome a su miembro, entra en mí y los sonidos que escapan de mi boca me acaloran las mejillas.
Deja su mano en mi cuello, dandome una vista perfecta de las venas que se marcan en su antebrazo e inicia las estocadas llenas de vigor. Mis piernas tiemblan, se inclina sobre mí sin detener sus movimientos y debora mis labios mientras siento el clímax que va a arrasar conmigo.
No sé que me pasa. Él no tiene comparación, nunca había sentido algo así, ni mucho menos estas ganas de correrme cuando apenas y hemos empezado.
Aprieto los dientes recibiendo todo lo que me da, analizando la situación y es que en mis planes nunca estuvo el hacer esto, pero está pasando, sus movimientos me están atrapando y su cuerpo me envuelve en algo indescriptible, pero de lo que no me quiero apartar.
Su esencia se esparce en mi intimidad y su rostro refleja la paz que le ha provocado la descarga, recostandose a mi lado. Respiro tratando de recuperar el aliento y meto su pierna entre mis muslos buscando caricias y me toca la punta de la nariz antes de dejar la mano en mi mejilla besándome en la cama, subyugando mi boca con la suya.
—Necesito que comas algo o no soportarás lo que sigue.
Nos quedamos unos minutos en silencio, respirando como si el aire hubiera desaparecido de la habitación. Robert es el primero en moverse; se incorpora, todavía desnudo, y me tiende la mano para que me levante con él. Acepto, con las piernas temblorosas y la piel aún vibrando por lo que acabamos de hacer.
El carrito con el desayuno sigue allí, intacto, como si no acabara de presenciar el huracán que nos consumió. Robert destapa las bandejas con calma, aunque su mirada me quema cada vez que se posa en mi cuerpo. Yo me acomodo en la silla frente a la mesa, aún envuelta en ese atrevimiento que me impide cubrirme.
—Come— Ordena.
Obedezco porque siento el estómago vacío y el hambre casi me devora. Ataco el plato como si no hubiera comido en días, consciente de que él no aparta los ojos de mí ni un segundo. Robert, en cambio, come despacio, como si cada bocado fuera lo de menos, como si lo único que importara fuera la manera en que mis labios se humedecen al beber el jugo o el modo en que mi garganta se mueve al tragar las tostadas.
Cuando termino y dejo el tenedor sobre el plato, él se pone de pie. La tensión en el aire cambia, se hace más densa. No dice nada, simplemente rodea la mesa, y cuando lo tengo demasiado cerca, siento su sombra cubrirme. Me levanta del asiento con una facilidad pasmosa y me empuja suavemente hacia la cama otra vez, solo que ahora me coloca de espaldas, inclinada sobre el borde.
—Hoy no sales de está habitación.
Sus manos aprietan mis caderas con firmeza, dominándome, y un estremecimiento recorre mi columna antes de que siquiera pueda reaccionar. El aire se me corta cuando siento su grandeza entrar en mí, de forma brusca y placentera. Las embestidas profundas y marcadas me arrancan un jadeo tras otro.
Mis manos se aferran a las sábanas, mis rodillas apenas logran sostenerme. Robert no me da tregua. Su respiración se mezcla con mis gemidos y cada estocada es más intensa, más salvaje, como si quisiera demostrarme que todavía tiene mucho más que darme.
—¿Lo sientes, Emma? —gruñe contra mi oído, su pecho pegado a mi espalda. —Sientes las ganas que me provocaste y que estaban por volverme loco.
Solo puedo asentir, perdida entre el placer y la sensación de rendición total. La fuerza de su cuerpo contra el mío me hace vibrar; me arrastra a ese lugar donde no existe nada más que él, donde no hay preguntas ni dudas, solo un deseo que me consume y me rompe en mil pedazos.