En una mezcla de desesperación y determinación, Abigail, una Santa casada con el Duque Archibald, se enfrenta a un oscuro giro del destino. Luego de una confesión devastadora por parte de su esposo sobre su infidelidad con una plebeya, Abigail toma una decisión drástica: pedir el divorcio y romper con el matrimonio que la ha oprimido por años. Sin embargo, esta vez no es una simple víctima. Tras una misteriosa reencarnación, ha regresado al pasado con el conocimiento de su fatídico futuro.
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Capítulo 2
Santa
Un título con un gran poder en el mundo de la política. Es aquella persona que fue cuidada desde pequeña en la Gran Iglesia Alkennor. Ese título solo puede ser heredado por mujeres, quienes, tras recibir la educación adecuada, también son bendecidas con grandes habilidades mágicas entregadas por el Gran Dios Alkennor.
Muchos desean ese poder y ese título; por eso, grandes familias nobles han tratado de proponer contratos matrimoniales a las Santas desde hace muchos años. Sin embargo, la actual Santa, Abigail, nunca cedió a tales propuestas.
Pensé que a ella no le interesarían esas cosas hasta que, un día, un sacerdote de cuarto nivel vino a mi hogar a presentar a la Santa a mi padre. Al parecer, el sacerdote era amigo de mi padre, y ellos habían acordado realizar un matrimonio arreglado.
Aún recuerdo ver a la pequeña Santa con esos ojos parecidos al oro más puro y brillante, esa piel suave y esponjosa, y ese hermoso cabello, similar al lino fino sin teñir. Desde ese día, la Santa pasó mucho tiempo en mi casa. Mis padres estaban muy interesados en ella y casi no me prestaban atención, así que, por un tiempo, no podía sentir más que odio por ella. Aunque ella siempre estaba apegada a mí, incluso de mayores, nunca dejó de estar a mi lado. Era callada y muy obediente.
Después de casarnos, nunca pudimos realizar el acto matrimonial; ella era tan tímida que ni siquiera pudimos consumar el matrimonio. Tal vez por eso decidí acostarme con esa plebeya durante ese viaje. Después de tantos años sin hacerlo, no me pude controlar. Pero, ¿en qué momento cambió tanto? No parece la chica callada y apegada a mí que conocía.
—¡Maldición! Ni sueñes que te daré el divorcio. Eres mía y así seguirás siendo. No puedo perder ese título tuyo. Si te concedo el divorcio, casi no tendré poder político. Incluso mis colegas de negocios se podrían ir...
—Duque Archibald, ¿puedo pasar?
—Pasa, Javier.
—Disculpe la molestia, Duque, pero vengo a traerle información de algo grave que está ocurriendo.
—No me molestes con esas cosas de trabajo. Ahora mismo no tengo la mente para eso. Si es importante, llévaselo a Abigail para que se encargue.
—De hecho, Duque, a eso quería referirme. Fui a decirle a la Santa, pero ella rechazó el trabajo, diciendo que ya no realizará más tareas para el Ducado y que todos los papeles se los traiga a usted, Duque.
—Ya te dije que no me molestes. Deja esos papeles en el escritorio y vete. —Golpea con fuerza la mesa.
—Sí, Duque, con su permiso me retiro.
—¿Qué quieres hacer, Abigail? Ahora incluso rechazas hacer trabajo de papeleo. Ni siquiera vino a dejarlo ella misma. Si quieres hacer la ley del hielo, ese juego podemos jugarlo los dos, pero no te dejaré ir. —Revisa los papeles—. Esto es raro, no sabía que el Ducado estaba pasando por este problema. Al parecer, el pueblo del oeste está combatiendo una enfermedad contagiosa y su tasa de mortalidad es del 70%.
Incluso se han comenzado a registrar muchas desapariciones de personas y robos en los caminos por donde pasan los mercaderes.
—¡Javier, ven ahora mismo!
—¿Sí, Duque? ¿Me llamó?
—¿Cómo es que nunca se me informó de estos problemas y casos? Me hacen sentir como un tonto que no sabe nada del estado de su Ducado.
—Discúlpeme, Duque. No es que no le haya querido contar lo que está pasando, pero siempre que intentaba informarle, usted rechazaba realizar el trabajo. De hecho, la Santa siempre tomaba los casos y los solucionaba. Incluso resolvió un caso de tráfico de esclavos ilegales. Ella se encargaba de todas esas cosas, y por eso siempre iba directo a ella para resolver estos asuntos. Pero desde que la Santa comenzó a negarse a trabajar, me vi obligado a entregárselo a usted.
—¡No digas estupideces! —Tira todas las cosas de la mesa—. ¿Me estás diciendo que soy tan inútil que no sé hacer mi trabajo? ¿Y que por eso le has dejado todo a Abigail? ¡Vete al demonio! Dile a Abigail que no importa si no quiere trabajar. No la necesito para nada. Desde ahora le demostraré que yo sé cómo cuidar de mi Ducado. Ya veremos cuánto tiempo le dura ese capricho. Después de que solucione todo esto, le quitaré todo, y luego le diré que la dejaré en la calle. Así vendrá arrodillada a suplicarme que no la deje, y así se quedará atada a mí para siempre. Solo espéralo, Abigail.
—¡Aaaachoo! ¡Guau! ¿Quién está hablando mal de mí?
—¿Se encuentra bien de salud, señorita Santa?
—Sí, no te preocupes, Alice. Creo que es solo algo de polvo. Me pregunto si a Archibald ya le llegó la noticia de que rechacé seguir haciendo el trabajo... Aunque, de verdad, me da un poco de pena por las personas del Ducado. Pero ya decidí que no viviré atada a Archibald nunca más.
—Disculpe, Santa, pero ya terminé de peinarla. Se ve muy hermosa. Su cabello es de un color espléndido. Es un gran honor peinar una melena tan hermosa.
—¡Gracias, Alice!
—Santa, una pregunta, ¿a dónde se dirige?
—Voy al pueblo. De hecho, necesito que llames al carruaje. Claro que tú también irás conmigo.
—Entendido, señorita. Pero, ¿puedo saber qué haremos en el pueblo?
—¡Iremos a hacer dinero para cuando ya esté divorciada!
Continuará...