Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capitulo 17: El sabor del peligro
La tarde caía sobre la casa cuando Yuwei cruzó la entrada con paso ligero. El aire olía a jazmín, y una sonrisa juguetona le curvaba los labios. Había tenido un día demasiado satisfactorio como para fingir neutralidad.
Dejó el bolso sobre el sofá del vestíbulo y se giró hacia la escalera, dispuesta a subir, cuando unas manos fuertes la rodearon por la cintura.
—¿A dónde crees que vas tan contenta? —la voz de Lian rozó su oído, baja, grave, con esa calma que siempre le erizaba la piel.
Yuwei dio un pequeño respingo.
—Lian… no te oí llegar.
—Eso noté —murmuró él, tirando de ella hacia la cocina.
Antes de que pudiera reaccionar, la sentó sobre la encimera de mármol. La sujetó por la cintura, impidiéndole moverse, y se inclinó hasta que su frente rozó la de ella.
—Te dije que fueras directo a casa —dijo, sin levantar la voz—. ¿Dónde estabas?
El tono no era una pregunta; era una sentencia disfrazada de calma.
Yuwei abrió la boca, pero él no le dio tiempo a responder.
Cerró los ojos y acercó el rostro, hundiendo la nariz en el hueco de su cuello.
El gesto fue lento, casi devoto.
Inhaló su perfume, la piel de ella tembló bajo su respiración.
—Hueles a perfume ajeno —susurró contra su piel.
—Fui a… —intentó explicar, pero se le quebró la voz.
Lian sonrió apenas, una sonrisa sin humor.
—No te pedí explicaciones —murmuró, alzando la cabeza—. Solo te estoy recordando que no me gusta que desaparezcas sin avisar.
Su mirada era una mezcla peligrosa de control y deseo.
Sus dedos se deslizaron por su cintura, presionando con la fuerza exacta para recordarle quién mandaba allí.
—¿Entendido? —preguntó, rozándole el mentón con el pulgar.
—Entendido… —susurró ella, sin apartar la vista.
Lian asintió, complacido, y volvió a inclinarse, rozando con los labios el borde de su cuello.
Pero justo en ese momento, el sonido de unos pasos apresurados los hizo separarse.
La puerta de la cocina se abrió y una de las empleadas apareció en el umbral, nerviosa, con las manos juntas al frente.
—Señor… lo lamento, pero su hermano menor acaba de llegar. Insiste en verlo.
Lian ni siquiera levantó la vista de Yuwei, que seguía sentada en la encimera, los labios aún entreabiertos.
—Dile que se largue —respondió con calma—. Estoy ocupado.
—Dice que es urgente, señor.
—¿Y a mí qué me importa? —replicó con frialdad, apartándose de Yuwei para servirse un vaso de agua.
La empleada no alcanzó a retirarse.
Unos pasos firmes sonaron en el pasillo, y antes de que ella pudiera anunciarlo otra vez, el menor de los Zhao ya estaba entrando en la cocina.
Vestía caro, hablaba fuerte y tenía esa sonrisa insolente que siempre lo había caracterizado.
—Vaya, hermano, no sabía que ahora recibías visitas en la cocina —dijo, con una sonrisa cargada de veneno al ver a Yuwei—. Qué… interesante.
Lian alzó la mirada apenas, y la expresión en sus ojos bastó para que el otro se tensara.
No había odio en esa mirada, solo vacío.
Como si lo estuviera observando por cortesía, igual que se mira una mancha en el suelo.
—Te dije que te largaras, Xiang —dijo al fin, con voz serena.
El joven frunció el ceño.
—No vine por gusto. Papá quiere verte. También el abuelo. Dicen que hay temas que deben discutirse.
—¿Y qué temas son esos? —preguntó Lian con ironía, acercándose con lentitud.
—La prometida —respondió Xiang, enderezando la espalda como si el tema le diera poder—. Quieren hablar de Meilin. Al parecer, el compromiso se anunciará pronto.
Yuwei, desde la encimera, se quedó quieta. Su corazón dio un pequeño vuelco al escuchar el nombre.
Lian, en cambio, no mostró ninguna reacción. Ni una ceja se movió.
—¿Eso era todo? —preguntó con calma.
—No sé por qué haces esto tan difícil —dijo el joven, dando un paso hacia él—. Todos saben que Meilin es perfecta para la familia. No entiendo por qué—
—Porque no me interesa. —Lian lo interrumpió sin subir el tono—. Y si el abuelo quiere verme, que lo intente cuando deje de escuchar las estupideces de tu madre.
El rostro de Xiang se tensó.
—No hables así de ella.
Lian dejó el vaso sobre la encimera con un golpe seco que hizo eco en el silencio.
—No me hagas repetirlo —dijo sin mirarlo, pero su voz bastó para que el muchacho retrocediera un paso.
Yuwei lo observaba sin atreverse a moverse. Había algo en la manera en que Lian se quedaba quieto, en esa calma imperturbable, que era más aterradora que cualquier grito.
Xiang apretó los puños, impotente.
—Sabes, madre tenía razón —escupió al fin—. Eres un psicópata.
Lian sonrió. No una sonrisa amable, sino una lenta y peligrosa que heló la sangre de todos en la habitación.
—Tal vez —dijo despacio—. Pero al menos yo no nací de una víbora.
El color se le borró del rostro al menor.
Lian dio un paso hacia él y se inclinó apenas, su voz un susurro que sonó más amenazante que un grito.
—Ahora vete, Xiang. Antes de que me haga la tentación de comportarme como el monstruo que tanto dicen que soy.
El chico no respondió. Dio media vuelta y salió de la cocina con el orgullo roto y el paso torpe.
Solo cuando se escuchó el portazo, Lian respiró hondo y se apoyó en la encimera.
Yuwei seguía en silencio, con el corazón acelerado.
Él giró la cabeza hacia ella, la mirada aún oscura, intensa.
—No me mires así —murmuró—. Te dije que no tengo paciencia para los parásitos.
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El silencio volvió a llenar la cocina después de la salida de Xiang. Lian seguía de pie, mirando el punto donde su hermano había desaparecido, con el ceño apenas fruncido. Su respiración era controlada, pero cualquiera que lo conociera sabría que estaba conteniendo la rabia.
Yuwei, en cambio, lo observaba con una sonrisa suave, casi traviesa. Sabía cuándo era mejor no discutir… y cuándo era mejor desarmarlo a su manera.
Caminó hasta él con pasos ligeros.
Sin decir nada, se alzó sobre la punta de los pies y le rodeó el cuello con los brazos.
Lian arqueó una ceja, sorprendido por el gesto.
—¿Qué crees que estás haciendo? —murmuró, aunque su voz había perdido toda dureza.
—Calmando a mi volcán favorito —respondió ella, sonriendo con descaro.
Antes de que él pudiera replicar, lo besó. Fue un beso corto, juguetón, apenas un roce que lo dejó inmóvil por un segundo. Yuwei se separó riendo, los ojos brillando de picardía.
—Tengo cosas que hacer —dijo, dándole un golpecito en el pecho—. No te enojes más, te arrugas.
Lian la observó sin responder, con los labios entreabiertos y una expresión entre incredulidad y rendición. Ella le dedicó una última sonrisa antes de salir corriendo por el pasillo.
La vio desaparecer escaleras arriba, la falda moviéndose con ligereza a cada paso.
No lo diría en voz alta, pero esa energía suya siempre terminaba contagiándole algo parecido a la calma.
Yuwei subió hasta su habitación y se dejó caer en la cama, con la respiración entrecortada por la risa.
Solo entonces su expresión cambió. Miró al techo, pensativa, y sus dedos jugaron con el colgante que llevaba al cuello.
La sonrisa se desdibujó lentamente.
La abuela…
No se le olvidaba.
En su primera vida, el accidente que le quitó la vida a los abuelos de Lian marcó el inicio del colapso familiar. pero ella ahora sabía la verdad.
Y esta vez, no iba a permitirlo.
Se incorporó con decisión, caminó hasta el tocador y tomó su bolso. Tenía muchas cosas pendientes: llamadas que hacer, personas que vigilar y, sobre todo, un destino que cambiar.
Mientras se miraba en el espejo, su reflejo le devolvió una sonrisa tranquila.
—Esta vez no morirán —susurró—. Y nadie volverá a romperle el corazón a ese hombre.
Tomó su abrigo y salió del cuarto.
Al fondo del pasillo, la voz de Lian resonó desde su estudio, dando instrucciones por teléfono, grave y firme como siempre.