¡LA TEMPORADA DE ESCÁNDALOS HA COMENZADO!
Tras haber salvado la vida de su hija, casada con el príncipe heredero y madre del nieto de la reina regente, se enfrenta a la insistencia de esta última para que vuelva a casarse y disfrutar de su jubilación en compañía. A pesar de sentirse desalentado por la idea de encontrar pareja como un divorciado de mediana edad, que para nada es atractivo, accede a asistir a los bailes debut para complacer a su hija. Lo que no imagina es que en ese ambiente hipócrita podría hallar una nueva oportunidad en la duquesa de Rosaria, la primera mujer en heredar un título nobiliario y formar parte de la guardia real. ¿Podrá un hombre marcado por el estigma de un divorcio, su edad y de su fealdad, encontrar nuevamente el amor en alguien como ella, que desafía las convenciones sociales con su posición y poder?
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CAPÍTULO 2
—Mi señor, ¿puedo tomar la osadía de ser honesto con usted?—le preguntó su asistente sentando frente a él.
—Adelante—expresó mientras tenía los ojos cerrados.
—Es usted el gran sir Jeremy Williams, padre de la princesa consorte—le consoló—abuelo del segundo en la línea de sucesión, uno de los médicos más respetados en el reino y con mejor sueldo, ¡estoy seguro de que usted vale más que solo el físico!
Jeremy asintió, solo para terminar el tema, no quería seguir hablando. Si bien entendía el mensaje de su asistente, aun así no le cabía en la mente el poder intentar rehacer su vida. Si para una mujer ya era difícil si era divorciada, para él, que pese a toda su riqueza no era un hombre guapo, sería el triple de complicado.
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Mientras tanto, risas se escuchaban en la enfermería de la guardia real. Luego de ser atendidos por sir Jeremy, un par de soldados se encontraban por dormir cuando recibieron la visita de su compañera de escuadrón. Estos, al escuchar la buena nueva de Serena, sonrieron ante aquello.
—¡Al fin eres libre, Serena!—expresó el más adulto de los tres—¡Estoy tan feliz!
—Concuerdo con Simon—habló su segundo compañero—ahora puedo irme tranquilo de que estarás fuera de acá.
—¡Calla tu boca, Manuel!—lo calló—están siendo atendidos por uno de los mejores médicos, sé que pronto ustedes estarán libres del veneno.
Los tres de inmediato hicieron silencio, agachando con pena sus miradas. Había pasado dos semanas de que misteriosamente ellos habían caído envenenados; sin embargo, Serena no lo había hecho. Por ende, la investigación estaba siendo orientada solo a posibles enemigos en común que pudieran tener ambos.
Prometiendo visitarlos una vez fuera del palacio, Serena se marchó de la enfermería con un sentimiento de incertidumbre en su pecho, con el anhelo de poder volver a ver a sus únicos amigos. Con una sonrisa, despejó su mente y fue directo a sus aposentos para recoger las pocas cosas con las que había ingresado.
—Quién hubiera dicho que aguantaría tantos años—dijo tras un susurro observando el emblema de su familia—ocupando un lugar que no me correspondía...
Tragando en seco, intentando aguantas sus sentimientos amargos, cerró su pequeña maleta y procedió a vestirse, colocándose un vestido sencillo color blanco y un sombrero. Dejando al lado del espejo, como el protocolo indicaba, el uniforme de la guardia real, se fue de su pequeña alcoba lista para tomar su carruaje en la puerta trasera del palacio.
Mientras la figura de una mujer deslumbraba a todos, incluyendo a los soldados que muchas veces se enfrentaron con Serena, embelesados con la belleza de aquella chica que salía del ala militar del palacio, una mujer la observaba a través del ventanal del balcón más alto en el edificio.
—¿Ocho años, no?—preguntó la mujer.
—Sí, su majestad—respondió el comandante de la guardia real—ocho años desde que ingresó. A decir verdad, pensé que no aguantaría...
—Pero lo hizo—lo interrumpió—y ahora se ha convertido en la primera mujer reservista del ejército, aunque creo que le espera una guerra igual de cruel.
—¿Se refiere a ser la nueva duquesa de Rosaria?—le preguntó—si tiene el mismo calibre con el que enfrentó ser parte del ejército, no le dará miedo que la nobleza la juzgue por ser mujer.
La reina regente, abuela del príncipe heredero, asintió en silencio mientras veía a Serena embarcar el carruaje rumbo a su antiguo hogar. Después de la muerte de su familia, quedando la niña sola y a cargo de su abuelo anciano, estaba destinada a ser una mendiga. No obstante, siendo ella también la primera mujer que gobernaba como regente en el reino, quiso darle una oportunidad a la niña de heredar el título de su padre a cambio de cumplir con el servicio obligatorio militar que todos los futuros nobles debían pasar.
—No me refiero a eso—le contestó sentándose a tomar el té—sé que ella será capaz de dar la talla a su título, pero la conozco tan bien que aquello que la hace fuerte la hará débil ante el mercado del matrimonio. Esperaré a ver si ella logra encontrar a alguien.
—¿Planea desposarla?—le preguntó el comandante tomando también un sorbo de té.
—Por ahora intentaré mantenerme al margen—le fue honesta—pero es un hecho indiscutible de que si desea que el legado de su padre siga en su línea de sangre, un heredero deberá tener.
El comandante de la guardia real suspiró, entendiendo el razonamiento de la reina. Recordó inclusive como en el reino de London, al otro lado del océano, debido a la poca cantidad de soldados que había, tuvieron que recurrir a las mujeres para la guerra; sin embargo, al volver a la sociedad, eran despreciadas por haber sido parte de la milicia y muchas morían solas.
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Una vez se aseguró de estar lo suficientemente lejos del palacio real, con una sonrisa se ocultó tras las cortinas de la ventana y se acercó a la ventana que daba al asiento del cochero para poder hablarle.
—¿Señor Michael?—preguntó Serena.
—Bajo su asiento, mi lady—respondió sin apartar su vista de la calle.
—¡Gracias!—gritó con felicidad—¡Es un gusto tenerlo como socio!
Nerviosa se agachó y tomó dos libros, los cuales estaban cuidadosamente envueltos con papel marrón. Al leer las tapas de estos, dio un brinco lleno de emoción que terminó por golpearse su cabeza con el techo del carruaje cuando este pasó por un bache.
—¡Cuidado!—le advirtió tarde.
Sin responderle a su tardía advertencia, Serena abrió con emoción las páginas del primer libro y se mordió un poco los labios, entusiasmada por lo que estaba leyendo. La ex soldado estaba contenta por lo que tenía en sus manos, puesto que tenía sus dos primeros libros publicados. No obstante, si bien le traería un flujo de dinero extra, lo que más le emocionaba era vengarse de la crueldad con la que sus compañeros la trataron.
—Si supieran que dentro de poco quedarán expuestos sus más íntimos secretos—susurró—¡estoy segura de que les daría un ataque al corazón de inmediato!
Recostándose para mayor comodidad, observó justo el momento en que pasó por la antigua mansión familiar, la cual se encontraba abandonada. Luego de que ella entrara al ejército, para servir en la guardia real, pidió que el guardián de su abuelo, este y el albacea que la reina le había puesto, mudaran lo que se había salvado del incendio a la casa de campo de su familia.
Si bien podría ser una deshonra, al usar como vivienda principal un sitio más pequeño, entre más distancia colocara de aquel oscuro lugar, más sano sería para su maltrecha alma. Cerrando sus ojos, pensó en su familia y una lágrima rebelde brotó antes de que ella se cacheteara levemente.
—¡Basta, Serena!—se reprendió—ahora eres la duquesa de Rosaria, ¡serás fuerte y conseguirás un buen marido!
Observando como el carruaje se acercaba cada vez más al límite de la ciudad, para entrar al campo, pensó con una sonrisa sincera en su anciano abuelo y en la emoción que le daría que la boda de ella diera lugar antes de su muerte. Decidida entonces a casarse, miró con determinación el sol que comenzaba poco a poco a descender en un colorido atardecer. Así como había luchado para poder salvaguardar el título de su padre, así sería a la hora de desposar a un hombre.
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El carruaje en que estaba Serena por fin llegó a la residencia de campo, así que, escondiendo muy bien sus libros en la maleta, descendió para ser recibida por su abuelo. El anciano estaba cargando a un gato gordo, gris y ojos verdes, emocionado ante su llegada.
—¡Llegó mamá!—corrió hasta ella—¡Mamá llegó!
Al ver que su abuelo corría, Serena se apresuró a abrazarlo para evitar que se cayera. El hombre aplastó a su gato contra ambos, provocando que este se quejara un poco. Enternecida, le dio un beso en la frente a su abuelo, antes de saludar al guardián de este y al albacea de la reina.
—Le damos la bienvenida, duquesa—dijeron ambos hombres con una reverencia.
—¡Sí!—respondió con una enorme sonrisa—¡Ya estoy en casa!
Embelesada ante la sencillez con la que había sido recibida, su corazón se calentó al observar la belleza de la casa de campo. Si bien no era ni un cuarto de la mansión principal de la familia, bastaba y sobraba para ella y su pequeña familia.
Subiendo para descansar un poco en sus aposentos nuevos, en lo que la cena estaba lista, se acostó en la cama de la habitación principal. Sabía muy bien que en aquel lugar había sido el sitio donde sus padres habían consumado por primera vez su relación, de acuerdo a lo poco que ya su olvidadizo abuelo le había dicho.
—Así que en esta cama haré el amor con mi esposo—dijo observando la enorme cama matrimonial—¡Decidido! ¡En esta temporada voy a conquistar el corazón de un buen hombre!
Luego de dejar gran parte de su ropa, bajando solo con el vestido con el que salió del palacio, se sentó en la mesa para cenar al lado de su abuelo y los dos hombres encargados de cuidar todo lo suyo. Sin darse cuenta, mientras ayudaba a comer a su abuelo, el albacea de la reina la observaba varias veces.
jajajajaja jajaja
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