Vínculos Irrompibles~

—¡Descansa! Deja que yo cuide de Gio —dijo Damon suavemente detrás de Ilán, siguiéndolo con cautela mientras entraban en la sala de hospital. La tensión en el aire era palpable, las feromonas de ambos se entremezclaban en una tormenta de emociones contradictorias, cargadas de ansiedad y resentimiento.

—No, descansa tú —respondió Ilán con un tono gélido, sin molestarse en girarse para mirarlo—. Seguro estás cansado después de pasar toda la noche con tu amante —agregó sarcásticamente, mientras sus ojos seguían clavados en Gio, que dormía profundamente en la cama hospitalaria, conectado a varios monitores.

Damon, consciente del enojo de su omega, sintió el golpe del reproche en sus palabras como un puñal directo al corazón. Sabía que Ilán aún estaba furioso por lo sucedido la noche anterior, y no lo culpaba. Sin decir una palabra más, Damon envolvió a Ilán con sus brazos desde atrás, acercándolo a su pecho con la intención de calmarlo. Las feromonas de Damon eran ahora una mezcla de arrepentimiento y ternura, invadiendo la habitación con un olor dulce, casi suplicante, mientras intentaba reconfortar a su pareja.

—Descansa, amor, por favor. Recuerda que estás embarazado —murmuró Damon, su voz suave mientras acariciaba el vientre aún plano de Ilán con una ternura desesperada.

Ilán se quedó inmóvil por un momento, sorprendido por el gesto inesperado, pero rápidamente recuperó la compostura y luchó por liberarse de su abrazo.

—¡Suéltame, Damon! —exigió Ilán, su voz cargada de enojo y frustración.

—No, no te soltaré hasta que descanses —replicó Damon con firmeza, manteniendo su agarre. El aroma dominante de sus feromonas alfa indicaba que estaba decidido a cuidarlo, a pesar del rechazo.

—Te dije que no... —Ilán se detuvo bruscamente cuando Damon, sin previo aviso, lo levantó del suelo con facilidad y lo llevó hasta el sofá de la habitación, sentándolo con cuidado—. ¡Damon…!

—Escúchame —Damon colocó su dedo índice sobre los labios de Ilán, impidiendo que continuara protestando. Sus ojos reflejaban sinceridad mientras hablaba—. Anoche fui a ver a Juan para terminar nuestra relación, pero él se negó y... cometió una locura. Se cortó las muñecas. Por eso no pude regresar a casa. Tuve que acompañarlo en el hospital, y olvidé avisarte porque mi teléfono estaba apagado —explicó Damon, con la esperanza de que Ilán entendiera y su enojo comenzara a desvanecerse.

Ilán apartó bruscamente la mano de Damon de su rostro, su expresión endurecida.

—¿Para qué me explicas todo eso? —preguntó Ilán, sus ojos llenos de frialdad, aunque las feromonas de su cuerpo emanaban una mezcla de dolor y traición—. Para mí, lo que hiciste no importa.

—Pero para mí sí importa —respondió Damon con urgencia, tomando la mano de Ilán entre las suyas, buscando una conexión que parecía escapársele—. No quiero que haya más malentendidos entre nosotros. Te amo, Ilán, te amo más que a nada. Quiero que nuestra relación dure para siempre, no solo por la recuperación de Gio, sino por nosotros, por nuestra familia. ¿Me darías una oportunidad más? —su voz era un ruego desesperado, mientras el aroma de sus feromonas se volvía más intenso, impregnando el aire con la sincera intención de reparar el daño.

Ilán negó con la cabeza rápidamente, el dolor reflejado en cada gesto.

—No, Damon, no puedo —respondió en voz baja, aunque la firmeza en sus palabras dejaba poco espacio para dudas.

—¿Por qué? ¿Por qué no puedes? —preguntó Damon, visiblemente decepcionado. Las feromonas de rechazo de Ilán lo golpeaban con fuerza, recordándole el abismo que había entre ellos.

—Porque la herida que dejaste es muy profunda... —Ilán contuvo las lágrimas que amenazaban con desbordarse—. Incluso costó una vida: la de nuestra hija —susurró, su voz quebrándose mientras el dolor lo atravesaba de nuevo. Si Damon hubiera hecho el esfuerzo de salvar su matrimonio años atrás, tal vez Ilán habría estado dispuesto a perdonarlo. Pero ahora, todo parecía tan lejano, tan irrecuperable. Sus feromonas reflejaban el vacío que sentía—. No queda nada entre nosotros que valga la pena salvar, Damon. No somos más que dos padres que intentan salvar a su hijo.

Damon cerró los ojos, sintiendo el peso de sus palabras, la culpa clavándose en su corazón como una daga.

—Lo sé... cometí errores... muchos errores. Y estoy lleno de culpa. No pasa un día en que no me atormente por lo que hice —admitió Damon con sinceridad, sus ojos fijos en los de Ilán—. Pero, ¿no puedes perdonarme? ¿No crees que Dios es misericordioso y nos perdona?

—Dios es misericordioso, Damon —respondió Ilán, dejando que las lágrimas cayeran finalmente—. Pero yo no soy Dios. Soy solo un ser humano —su voz se quebró al recordar el inmenso dolor que había sufrido—. Un ser humano que sintió cómo el mundo se desmoronaba cuando nos abandonaste.

Las lágrimas caían por su rostro mientras golpeaba el pecho de Damon con furia contenida, recordando cómo había tenido que luchar solo en ese hospital años atrás.

—¡Cómo pudiste irte cuando más te necesitábamos! —sollozó, descargando años de angustia y sufrimiento.

—Lo siento... —susurró Damon, la voz apenas audible. Solo eso podía decir, una disculpa impregnada de desesperación mientras sus feromonas transmitían un arrepentimiento tan denso que parecía llenar toda la habitación—. Lo siento mucho, amor.

Ilán negó con la cabeza, aún entre lágrimas.

—Eres cruel, Damon. Incluso esta mañana, cuando más te necesitaba, no estabas... —su voz se desvaneció mientras el dolor lo consumía.

Damon no tenía respuesta. Simplemente la abrazó con fuerza, dejándole saber que estaba allí, que ya no la dejaría ir. Las feromonas de ambos, enredadas en un ciclo de emociones complejas, hablaban más que las palabras que no podían pronunciarse. Mientras Ilán lloraba en su pecho, Damon seguía susurrando disculpas, entrelazando promesas de amor y redención.

Finalmente, cuando los sollozos de Ilán comenzaron a calmarse, Damon se separó un poco, manteniendo su mirada fija en los ojos de su omega.

—Escucha, amor... —dijo suavemente, limpiando las lágrimas de Ilán con sus pulgares—. Te amo, Ilán. De verdad te amo. Quiero que nuestro matrimonio dure para siempre, por Gio, por el bebé que llevas en tu vientre.

Ilán bajó la mirada hacia su estómago, donde la mano de Damon aún descansaba, cálida y protectora.

—Yo no...

—No respondas ahora —interrumpió Damon rápidamente, sabiendo que la respuesta de Ilán no sería la que él quería escuchar—. Quiero que me respondas cuando nazca el bebé —dijo, acariciando suavemente el vientre de Ilán—. Hasta entonces, viviré este matrimonio como lo que es ahora, y haré todo lo posible para ganarme tu corazón, para que me perdones y me ames otra vez.

Ilán lo miró en silencio, sus ojos llenos de confusión y dolor, pero también de una pequeña chispa de esperanza. Damon, decidido, no se daría por vencido.

—Ya no llores —murmuró Damon, limpiando las últimas lágrimas de las mejillas de su omega—. Te ves feo cuando lloras —añadió con una sonrisa suave, tratando de aligerar el ambiente.

Ilán respondió con un leve golpe en su pecho, pero la tensión entre ellos se disolvió un poco. Damon lo observó mientras se levantaba y caminaba hacia Gio, dispuesto a cumplir su promesa de cuidarlo.

Mientras Damon se inclinaba sobre la cama de su hijo, Ilán se quedó pensativo, preguntándose si realmente debería darle una oportunidad más a Damon. Pero esa pregunta quedó sin respuesta, al menos por ahora.

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Desde su última conversación hace tres días, la relación entre Damon e Ilán había mejorado un poco, aunque aún existía esa barrera invisible entre ellos, una tensión palpable que ni las palabras ni los gestos podían disipar. Al menos, ahora estaban más unidos en el cuidado de Gio y, por supuesto, con el embarazo de Ilán, algo que llenaba el aire de feromonas mezcladas de preocupación y anticipación.

Damon estaba más atento que nunca, casi obsesionado con cada pequeño cambio en Ilán. El ambiente se cargaba de feromonas alfa cuando Damon estaba cerca, como una muestra silenciosa de protección hacia su omega y el bebé que llevaban en su vientre. Esto contrastaba fuertemente con su actitud en el primer embarazo, cuando parecía indiferente y distante. Ahora, su presencia dominaba la casa, como un lobo cuidando de su manada.

Ilán lo notaba, pero aunque la cercanía física de Damon lo reconfortaba de algún modo, no podía evitar recordar la frialdad del pasado. Cuando estaba embarazado de Gio y de la niña, Damon no había querido ese embarazo, y cada día Ilán lo había sentido en su piel. Sin embargo, ahora todo era diferente, y la emoción de Damon por su segundo hijo se notaba en el ambiente cargado de feromonas alfa, intensas, aunque él intentara disimularlas.

Gio también estaba más animado. Aunque su fragancia como alfa aún no había madurado, su alegría llenaba el lugar. “Tendré un hermanito”, decía con una sonrisa, como si eso fuera todo lo que necesitara para recuperarse más rápido.

Un día, mientras Ilán preparaba el almuerzo para su hijo recién salido del hospital, la niñera se acercó con una expresión algo incómoda.

—Señor Ilán, hay una visita que quiere verlo —dijo la niñera.

Ilán levantó la vista, extrañado. No solía recibir visitas.

—¿Quién es? —preguntó, secándose las manos con un paño.

—El hombre dijo que se llama Juan —respondió la niñera, con un tono que insinuaba que había algo más detrás de ese nombre.

—¿Juan? —repitió Ilán en voz baja, sorprendido. Un pequeño nudo se formó en su estómago al escuchar el nombre del antiguo amante de Damon. Las feromonas de Ilán cambiaron ligeramente, emitiendo un aroma de tensión e inseguridad que llenó la cocina.

¿Cómo no iba a sorprenderse? El omega que había estado tan cerca de destruir su relación con Damon había aparecido en su puerta.

—¿Lo dejo pasar o no? —preguntó la niñera, percibiendo el cambio en el ambiente.

Ilán respiró hondo, intentando controlar la oleada de emociones y las feromonas de angustia que inevitablemente salían de su cuerpo.

—Déjalo entrar —dijo al final, con una voz tranquila, aunque por dentro estaba a la defensiva. Quería saber qué demonios buscaba ese hombre al venir a su casa, y más aún, cuando Damon no estaba.

—Está bien, señor —respondió la niñera, desapareciendo por el pasillo.

Mientras tanto, Ilán decidió terminar lo que estaba haciendo. Quería enfrentarse a Juan con la cabeza en alto, sin parecer alterado. Pero el aire a su alrededor ya estaba cargado de feromonas, un reflejo de la mezcla de emociones que sentía.

—Disculpa por haberte hecho esperar —saludó Ilán cortésmente cuando finalmente se encontró cara a cara con Juan.

—No hay problema, en realidad no tengo prisa —respondió Juan mientras se levantaba de su asiento. Se acercó con una expresión indescifrable, y las feromonas que desprendía llenaron el aire con una especie de desafío silencioso. —¿Cómo estás, Ilán? —preguntó, extendiendo la mano.

Ilán observó la mano extendida por un momento, su mirada deteniéndose en el vendaje que cubría la muñeca de Juan. La historia de Damon sobre cómo Juan había intentado suicidarse volvió a su mente, y ahora lo que veía confirmaba que había sido verdad.

—Bien —respondió fríamente, sin aceptar el apretón de manos. No tenía intención de intercambiar cortesías. —¿A qué has venido, Juan? —preguntó, yendo directamente al grano, su voz cargada de una mezcla de control y desconfianza.

Los ojos de Juan se afilaron un poco, y sus feromonas se intensificaron, llenando la habitación con un aura que Ilán reconoció como un intento de imponer su presencia.

—Quiero que dejes a Damon —dijo Juan, su tono serio y directo, como si aquella fuera la única opción posible.

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