Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
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Capítulo 17: El Camino de las Sombras
Michaelis, Adrian y Kai se adentraron en la oscuridad del Inframundo, el ambiente se tornaba cada vez más denso, como si las sombras mismas estuvieran vigilando sus movimientos. La presión en el aire aumentaba, y los ecos del pasado resonaban en sus oídos, recordándoles que cada paso era un desafío contra las fuerzas que habían intentado atraparlos.
“¿Por dónde empezamos?” preguntó Adrian, tratando de mantener su voz firme a pesar del miedo que se apoderaba de él.
“Primero, necesitamos ir a la Montaña de los Lamentos,” respondió Kai, su rostro iluminado por un destello de esperanza. “Es el lugar donde se encuentra la primera gema. Pero no será fácil llegar allí; el camino está lleno de peligros.”
“Estamos listos para lo que venga,” aseguró Michaelis, sintiendo que la luz que había despertado dentro de ella se intensificaba con cada palabra. “No podemos rendirnos ahora.”
Mientras caminaban, el paisaje del Inframundo se desplegaba ante ellos: tierras áridas, ríos de lava que ardían con un resplandor infernal y formaciones rocosas que parecían moverse, como si estuvieran vivas. A lo lejos, una figura oscura se recortaba contra el horizonte, y Kai se detuvo en seco.
“Es la montaña,” dijo, señalando. “Podemos llegar allí, pero debemos pasar por el Valle de los Lamentos primero. Es un lugar lleno de almas atrapadas que lloran por lo que han perdido.”
“No me gusta el sonido de eso,” murmuró Adrian, sintiendo que un escalofrío recorría su espalda. “¿Y si intentan atraparnos también?”
“Lo importante es que mantengamos la concentración. No debemos dejarnos llevar por sus lamentos,” aconsejó Michaelis, recordando las palabras del altar. “Debemos recordar nuestra misión.”
Al acercarse al valle, el aire se tornó más pesado. Las almas perdidas aparecían como sombras en la penumbra, sus rostros reflejaban tristeza y desesperación. Lloraban por sus vidas pasadas, por sus sueños olvidados, y su llanto resonaba en el aire como un canto de dolor.
“Es tan desgarrador,” susurró Kai, sus ojos llenos de compasión. “No puedo soportar verlos así.”
“Debemos seguir adelante. No podemos dejarnos atrapar,” instó Michaelis, guiando a sus compañeros hacia la entrada del valle. “Si nos detenemos, corremos el riesgo de perdernos en su sufrimiento.”
Mientras caminaban, las almas comenzaron a acercarse, extendiendo sus manos hacia ellos, llamando a sus nombres en un eco interminable. Las voces se entrelazaban, creando un coro de lamentos que intentaba desestabilizarlos.
“Michaelis…” una voz familiar susurró entre las sombras. “¿Por qué nos has abandonado?”
“Adrian…” otra voz se sumó. “Regresa a nosotros, no estás destinado a estar aquí.”
“No… ¡no!” gritó Michaelis, apretando los puños. “No voy a caer en su trampa. ¡Estamos aquí por una razón!”
Las sombras se retorcieron, intensificando su llanto, y de repente, una figura emergió del grupo. Era un joven, con rasgos que le resultaban extrañamente familiares. Su rostro era un reflejo de dolor, pero también de amor.
“Michaelis…” la figura habló, su voz llena de tristeza. “Soy yo, tu hermano. No puedes dejar que esto te consuma.”
El corazón de Michaelis se detuvo. “¡No! ¡No eres real!” gritó, sacudiendo la cabeza para despejar la visión. “No puedes serlo. Estás… estás perdido.”
“¡Vuelve a casa! Te estoy esperando,” suplicó su hermano, y Michaelis sintió el dolor atravesar su pecho.
“¡Michaelis, concéntrate!” la voz de Adrian rompió el hechizo, y ella se giró hacia él, su rostro lleno de angustia.
“Lo siento, pero tengo que seguir adelante. Debo enfrentar esto,” dijo ella, su voz temblorosa pero decidida. “No puedo dejar que su sufrimiento me atrape. No puedo dejar que me manipulen.”
Adrian asintió, dándose cuenta de que, aunque la lucha era difícil, no podían permitirse ser distracción. Juntos, se movieron hacia adelante, dejando atrás el doloroso coro de voces.
A medida que se adentraban más en el valle, el lamento se volvió más intenso, pero también más distante. Pronto, el terreno comenzó a cambiar, y ante ellos se alzaba la Montaña de los Lamentos, con sus picos afilados y una atmósfera que parecía vibrar con energía.
“Estamos cerca,” dijo Kai, su mirada fija en la montaña. “La gema está en la cima, pero tendremos que enfrentarnos a lo que protege su luz.”
Al comenzar la ascensión, la tierra tembló ligeramente, y de las sombras emergió una criatura enorme, cubierta de oscuridad y con ojos resplandecientes. Era un guardián de la montaña, una entidad que se alimentaba del dolor de las almas.
“No pueden pasar,” rugió la criatura, su voz resonando como un trueno. “El dolor de estas almas me alimenta, y no dejaré que lo interrumpan.”
“¡No tenemos miedo!” gritó Michaelis, levantando su mano en un gesto de desafío. La luz que había despertado dentro de ella comenzó a brillar intensamente, iluminando la oscuridad que rodeaba al guardián. “Hemos venido por la gema, y no nos detendrás.”
La criatura soltó una risa profunda, que resonó en el aire como un eco de desesperación. “Sus luces son débiles en comparación con el dolor que siento. ¡Atrápenlos!”
Las sombras se arremolinaron, extendiendo sus brazos hacia Michaelis, Adrian y Kai. La oscuridad intentaba envolverlos, pero Michaelis se negó a ceder. Con un grito poderoso, dejó que la luz fluyera de ella, creando un escudo brillante que repelió a las sombras.
“¡Ahora!” gritó Michaelis, y los tres corrieron hacia el guardián.
Adrian y Kai, tomando fuerza de la luz de Michaelis, se unieron a ella en la lucha. Juntos, lanzaron olas de energía, empujando a la criatura hacia atrás. El guardián, herido, rugió de rabia y comenzó a lanzar sombras hacia ellos.
“¡No se detengan!” exclamó Kai, canalizando su propio poder. “¡La gema es nuestra única esperanza!”
Con cada ataque, la luz de Michaelis brillaba más intensamente, y el guardián comenzó a tambalearse. “¡No puedo…! ¡Esto no puede estar sucediendo!” gritó, intentando encontrar refugio en la oscuridad.
Finalmente, un último golpe de luz combinado de los tres los atravesó, desatando una explosión de energía que iluminó el valle entero. El guardián se desvaneció, sus gritos resonaban mientras desaparecía en la penumbra.
“Lo hicimos,” dijo Adrian, jadeando mientras el resplandor se desvanecía. “Pero no debemos quedarnos aquí. La gema.”
“¡Vamos!” Michaelis instó, conduciendo a sus amigos hacia la entrada de la cueva que se abría en la base de la montaña. La cueva estaba llena de un resplandor plateado, y en su interior, en un pedestal iluminado, se encontraba la primera gema: un cristal de luz que brillaba con una intensidad pura y casi hipnótica.
“Es hermosa,” susurró Kai, acercándose con reverencia. “Finalmente la hemos encontrado.”
“Pero debemos apresurarnos. Este lugar no permanecerá tranquilo por mucho tiempo,” advirtió Michaelis, tomando la gema con cuidado. Al tocarla, una oleada de energía recorrió su cuerpo, como si la luz de la gema se uniera a su propia esencia.
“Con esta gema, ahora podemos abrir el portal,” dijo Michaelis, sintiendo el poder que emanaba del cristal. “Debemos ir al Lago Espejo a buscar la segunda.”
Mientras salían de la cueva, la atmósfera parecía cambiar nuevamente. Las sombras comenzaban a moverse, y un eco familiar resonó en el aire. Michaelis sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral al recordar los ecos que habían enfrentado anteriormente.
“¡Vamos, rápido!” gritó Adrian, empujando a sus amigos hacia el camino que conducía al Lago Espejo.
Sin embargo, el camino no estaba desprovisto de peligros. En cada esquina, las sombras acechaban, intentando atraparlos, y sus voces continuaban susurrando, tratando de desestabilizarlos.
“Regresen… no están destinados a estar aquí…” las sombras murmuraban, sus palabras llenas de desesperación. “Regresen al lugar de donde vinieron.”
“No podemos irnos. Debemos enfrentarlas,” dijo Michaelis, su voz firme a pesar del miedo que crecía en su interior.
Al llegar a un claro, se encontraron frente a un lago que brillaba con una luz misteriosa. El agua era tranquila, pero en su superficie se reflejaban visiones de su pasado y sus miedos. Michaelis sintió que el miedo la abrumaba, pero se aferró a la gema con fuerza, recordando la razón por la que estaban allí. La luz del cristal pulsaba en su mano, como si comprendiera la lucha que estaban enfrentando.
“Este es el Lago Espejo,” explicó Kai, observando el reflejo de sus rostros en el agua. “Aquí es donde debemos encontrar la segunda gema. Pero cuidado, el lago también puede mostrarte lo que más temes.”
Michaelis miró a su alrededor, sintiendo la presión de las sombras acechando. “Debemos hacerlo juntos,” dijo, dando un paso hacia el agua. “Si nos mantenemos unidos, no podrán separarnos.”
Adrian y Kai se acercaron, formando un círculo alrededor del lago. “A la cuenta de tres, miramos al espejo,” sugirió Adrian, con determinación en su voz. “Uno… dos… tres.”
Los tres se inclinaron hacia el agua, y el reflejo comenzó a distorsionarse. En lugar de ver sus propios rostros, se encontraron con visiones de sus peores temores: Michaelis vio a su hermano atrapado en un tormento sin fin, Kai vio a su familia perdiéndose en la oscuridad, y Adrian se vio a sí mismo abandonado, solo en el mundo.
“No… ¡no es real!” gritó Michaelis, intentando alejarse del reflejo. “Son solo ilusiones.”
“Debemos resistir,” añadió Kai, apretando los dientes mientras luchaba contra las imágenes. “No podemos dejar que nos atrapen.”
Con la gema en mano, Michaelis sintió que una luz comenzaba a emerger de su interior, combatiendo la oscuridad que intentaba consumirlos. “¡Juntos!” gritó, levantando la gema hacia el lago. “¡Concentraos en la luz!”
La luz de la gema se expandió, iluminando el lago y disipando las sombras que intentaban atraparlos. Las visiones comenzaron a desvanecerse, reemplazadas por una claridad renovada. El lago, ahora brillante, reflejaba la luz de la gema, y en el centro apareció un destello que reveló la forma de otra gema.
“¡Ahí está!” exclamó Adrian, señalando hacia el centro del lago.
Con un movimiento decidido, Michaelis se zambulló en el agua, sintiendo su fría intensidad rodeando. La segunda gema brillaba en el fondo, pero las sombras comenzaron a moverse a su alrededor, intentando atraparla.
“¡Rápido, Michaelis!” gritó Kai, extendiendo su mano hacia ella. “¡No dejes que te atrapen!”
Con el corazón latiendo con fuerza, Michaelis nadó hacia la gema, sintiendo cómo las sombras tiraban de ella, tratando de arrastrarla hacia la oscuridad. Pero con cada movimiento, la luz de la gema la empujaba hacia arriba, y su determinación crecía.
“¡No me detendrás!” gritó, extendiendo la mano y tocando la gema. En ese instante, una explosión de luz llenó el lago, y las sombras fueron arrojadas hacia atrás, gritando en frustración.
Surgiendo del agua, Michaelis emergió con la segunda gema en la mano, su luz resplandecía intensamente. “¡Lo logramos!” exclamó, respirando con dificultad mientras la energía del agua fluía a su alrededor.
“¡Rápido, volvamos a la cueva!” ordenó Kai, y juntos, corrieron de regreso al camino. Las sombras todavía acechaban, pero ahora estaban más debilitadas, incapaces de detenerlos.
Al llegar a la cueva, Michaelis sintió que la presión se aliviaba. Con ambas gemas en mano, se dirigió hacia el altar que habían encontrado anteriormente. La luz de las gemas brillaba intensamente, llenando el espacio con un resplandor cálido.
“Colocarlas aquí,” dijo Adrian, señalando el pedestal. “Eso debería abrir el portal.”
Con un movimiento decidido, Michaelis colocó las gemas en el pedestal, y al instante, un vórtice de luz comenzó a formarse en el aire. La energía vibrante llenó la cueva, y las sombras comenzaron a desvanecerse, incapaces de sostenerse contra el poder de las gemas.
“¡Es el portal!” gritó Kai, asombrado. “Debemos entrar antes de que se cierre.”
Con un último vistazo al Inframundo, Michaelis tomó las manos de Adrian y Kai, y juntos, saltaron al portal. La luz los envolvió, llevándolos a un nuevo destino.
Cuando la luz finalmente se desvaneció, se encontraron de pie en un bosque brillante, lleno de árboles altos y flores luminosas. Un aire fresco llenaba sus pulmones, y el sonido de un arroyo cercano resonaba en sus oídos.
“¿Dónde estamos?” preguntó Adrian, mirando a su alrededor con asombro.
“Parece… otro mundo,” dijo Kai, con una sonrisa en su rostro. “Nos hemos cruzado a otro plano.”
Michaelis sintió una oleada de esperanza. “Esto es solo el comienzo,” dijo, mirando a sus amigos con determinación. “Debemos encontrar la próxima gema y continuar con nuestra misión. El futuro depende de ello.”
Con esa resolución, comenzaron a caminar por el bosque, listos para enfrentar lo que viniera. Sabían que el camino sería difícil, pero juntos, se sentían invencibles, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que el destino les deparara.