Alianza Y Sangre

El sol apenas comenzaba a asomarse sobre el horizonte cuando Anya despertó sobresaltada. La oscuridad de la noche parecía haberse desvanecido demasiado rápido, dejando una sensación de inquietud en su pecho. Se levantó y, sin pensarlo mucho, se dirigió a la ventana de su habitación. Desde allí, observó cómo los rayos dorados iluminaban el vasto jardín de la mansión Rossi.

Cada día que pasaba desde la muerte de Dimitri, sentía que su vida estaba sumergida en una nueva oscuridad, una que ni el sol más brillante podía disipar. La noche anterior había sido un éxito en términos de negocios, pero la carga emocional de estar a la cabeza de la mafia rusa era más pesada de lo que esperaba.

Sus pensamientos volvieron a Luca. Él había mostrado una preocupación que no era típica en alguien como él. El frío y calculador mafioso que la veía como una molestia parecía estar cediendo, pero solo un poco, lo justo para confundirla. Anya se sentía atrapada entre la necesidad de demostrar su valía como líder y el creciente deseo que sentía hacia Luca. Sin embargo, también sabía que él aún luchaba con esos mismos sentimientos, intentando mantener el control de la situación y de sí mismo.

Anya respiró hondo. Sabía que tenía que enfocarse en lo importante: tomar el control completo de la mafia rusa. No podía permitirse distracciones, aunque esas distracciones vinieran en la forma de Luca Rossi.

—"Доброе утро" (Dobroe utro), —susurró para sí misma en ruso, mirando el amanecer con una mezcla de determinación y melancolía.

Mientras tanto, en la planta baja de la mansión, Luca se encontraba en su despacho, revisando algunos informes. Los eventos de la noche anterior seguían en su mente. Anya había demostrado que podía manejarse bajo presión, que podía negociar como una verdadera líder. Pero, a pesar de eso, Luca aún luchaba con lo que sentía por ella. Cada vez que la miraba, veía tanto a la mujer que comenzaba a admirar como a la niña malcriada que, en su mente, seguía siendo.

—Questa ragazza… —murmuró Luca en italiano, pasando una mano por su cabello en un gesto frustrado—. Non posso farmi piacere una ragazza così giovane… (No puedo permitirme que me guste una chica tan joven…)

El problema no era solo la edad, era la situación. Él era un Rossi, y ella una Ivanov. Sus familias, aunque ahora aliadas temporalmente, siempre habían tenido tensiones. Luca sabía que la alianza podía romperse en cualquier momento, y la idea de involucrarse sentimentalmente con Anya lo hacía sentirse vulnerable. Vulnerable a los sentimientos, algo que no podía permitirse en su mundo.

Ragazza fastidiosa, pensó, refiriéndose a Anya como esa "chica molesta". Pero, por más que lo intentara, no podía apartarla de su mente. No podía negar que había algo en ella que lo atraía de una manera que nunca antes había experimentado. Su determinación, su fortaleza, y la manera en que lo desafiaba lo descolocaban.

Mientras pensaba en ello, la puerta del despacho se abrió y uno de sus hombres entró.

—Luca, hay algo que necesitas ver. Es urgente.

Luca frunció el ceño y dejó los papeles a un lado, poniéndose de pie. Algo en el tono de su hombre le indicó que lo que estaba a punto de ver cambiaría el curso del día.

Anya, mientras tanto, estaba en la cocina, disfrutando de un café cuando escuchó a varios hombres moviéndose rápidamente por la casa. Algo no estaba bien. Dejó la taza sobre la mesa y salió a investigar, encontrándose con Luca y algunos de sus hombres en el pasillo, caminando a toda prisa hacia el despacho.

—¿Qué sucede? —preguntó Anya, acercándose.

Luca la miró, su expresión grave. —Tenemos un problema. Han interceptado uno de nuestros cargamentos. Los Petrov están involucrados.

Anya sintió una oleada de rabia recorriendo su cuerpo. ¿Cómo se atrevían? Apenas habían negociado una tregua la noche anterior, y ahora los Petrov los traicionaban de nuevo.

—Necesitamos movernos rápido —dijo Luca, dirigiéndose a uno de sus hombres—. Organiza un equipo. Vamos a recuperar ese cargamento.

Anya apretó los puños. —Voy contigo.

Luca se detuvo y la miró. —No. Esto no es asunto tuyo, Anya. Ya suficiente tienes con estabilizar a los Ivanov. Déjame manejar a los Petrov.

—No, Luca. Esto sí es asunto mío. Los Petrov están atacando a ambas familias, y yo soy parte de esto tanto como tú.

Luca frunció el ceño, claramente molesto por la insistencia de Anya, pero sabía que no había tiempo para discutir. Además, en el fondo, sabía que ella tenía razón. Los Petrov los estaban probando a ambos, y si mostraban alguna fisura en su frente unido, perderían mucho más que un cargamento.

—Muy bien, pero te quedas atrás. Yo me encargo del resto —dijo Luca, caminando hacia la puerta principal con Anya a su lado.

Anya asintió, aunque sabía que no iba a seguir sus órdenes al pie de la letra. Tenía su propia agenda, y los Petrov estaban a punto de aprender que subestimarla sería su mayor error.

Mientras subían al coche y se dirigían hacia el almacén donde el cargamento había sido interceptado, Anya no podía evitar pensar en su hermano, en cómo habría manejado esta situación. Dimitri siempre había sido más frío, más calculador. Pero Anya no podía evitar el fuego que ardía en su interior cada vez que pensaba en una traición. Quizás esa era la diferencia entre ellos. Mientras Dimitri jugaba a largo plazo, ella estaba dispuesta a quemar todo para obtener lo que quería.

Miró de reojo a Luca, quien estaba concentrado en el camino. Este hombre… pensó. A pesar de su fría fachada, Anya sabía que había algo más en él, algo que aún no había descubierto por completo.

Pero en este momento, no podía permitirse pensar en Luca. Ahora, solo había espacio para la venganza.