Cielo Astrada de 23 años, ha soportado el desprecio de su esposo Gabriel Romero y su familia por años, creyendo que su amor y sumisión eran la clave para mantener su matrimonio. Sin embargo, cuando Gabriel decide divorciarse para casarse con su amante y la familia de él la humilla, Cielo revela su verdadera identidad: una mujer poderosa con un pasado oculto de riquezas e influencias.
Despojándose de su rol de esposa sumisa, Cielo usa su inteligencia y recursos para construir un imperio propio, demostrando que no necesita a nadie para brillar. Mientras Gabriel y su familia enfrentan las consecuencias de su arrogancia, Cielo se convierte en un símbolo de empoderamiento y fuerza para otras mujeres
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Capítulo 17: El Despertar del Dolor
Cielo despertó lentamente, sintiendo una pesadez en todo su cuerpo, como si el simple acto de abrir los ojos le exigiera un esfuerzo monumental.
La luz de la habitación de hospital era suave, filtrada por las cortinas, pero aun así, le hizo entrecerrar los ojos mientras intentaba enfocar su visión.
Lo primero que vio fue a Gabriel, sentado junto a su cama. Su rostro estaba marcado por el cansancio y la preocupación, y sus ojos reflejaban una tristeza profunda, algo que ella nunca había visto en él antes. Durante un breve momento, Cielo pensó que todo lo que había ocurrido era una horrible pesadilla, que al despertar todo estaría bien. Pero la mirada de Gabriel la ancló a la realidad, una realidad mucho más dolorosa que cualquier sueño.
Gabriel tomó su mano suavemente, como si temiera que ella pudiera romperse con el más mínimo contacto. Sus ojos se encontraron, y él suspiró profundamente antes de hablar, buscando las palabras adecuadas para transmitir lo que su corazón estaba sintiendo.
—Cielo... —comenzó con una voz ronca—, lo siento mucho... hemos perdido al bebé.
Las palabras resonaron en su mente, como un eco que rebotaba en todas las paredes de su conciencia. Al principio, no pudo procesarlas. Todo se sintió irreal, como si estuviera viendo la escena desde afuera, como si la persona en la cama no fuera ella. Pero luego, una oleada de dolor indescriptible la golpeó, arrancándole cualquier posibilidad de negación. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, silenciosas, amargas, llenas de un dolor que no podía expresar con palabras, mientras recordaba ese sueño tan triste que había tenido momentos antes, era una niña hermosa, un ángel que estuvo brevemente con ella, no supo antes de su embarazo pero sintió mucho dolor al pensar que todo ocurrio por amar a la persona equivocada.
Gabriel apretó su mano con más fuerza, su propia voz temblando mientras intentaba consolarla.
—Lo siento... lo siento tanto, Cielo —repitió, con los ojos llenos de una mezcla de arrepentimiento y angustia—. Nunca quise que algo así sucediera... esto me ha hecho darme cuenta de muchas cosas. Sé que he sido un idiota, que no te he tratado como mereces, pero todo esto me ha abierto los ojos. No eres la culpable, Cielo. Yo lo soy... y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para enmendarlo, para cambiar. Podemos superar esto, juntos. Podemos tener más bebés en el futuro... solo tenemos que...
Antes de que pudiera terminar su frase, Cielo lo miró con una frialdad que lo sorprendió. Las lágrimas todavía corrían por su rostro, pero sus ojos, que antes reflejaban tanto dolor, ahora eran duros, decididos. Sacó su mano de la suya con un gesto decidido y se incorporó ligeramente en la cama, enfrentándolo.
—¿Superar esto juntos? —preguntó con una voz que sonaba hueca, pero cargada de una furia contenida—. ¿Tener más bebés en el futuro? Gabriel, ¿me crees tan idiota y estúpida para querer volver a estar contigo? Tu mismo me dijiste que no querías hijos conmigo, debes de estar contento con el resultado¿en serio crees que yo confiaría en tus palabras ? Todo esto seguro es para proteger a tu amante—Se rió amargamente, aunque la risa no alcanzó sus ojos—. No tienes idea de lo que he pasado, de lo que he perdido. Ese bebé... era parte de mí. Y ahora, nunca podré conocerlo, nunca podré abrazarlo, nunca podré ser su madre, porque alguien decidió que mi vida no valía nada. ¿Y ahora vienes aquí, después de todo lo que me has hecho, esperando que lo supere? ¿Esperando que simplemente te perdone y sigamos adelante como si nada?
Gabriel abrió la boca para responder, pero las palabras murieron en su garganta. Estaba paralizado por la dureza de sus palabras, por la frialdad en sus ojos y por la insinuación. Cielo no había terminado, y sus siguientes palabras fueron aún más devastadoras.
—Nunca te voy a perdonar, Gabriel. Nunca. Esta farsa de matrimonio... se termina hoy. Por culpa de tu amante, Isabel, que me empujó por las escaleras, he perdido a mi bebé. He perdido a la única cosa que aún me daba esperanza en este maldito infierno que has creado. ¡Y tú la trajiste a nuestras vidas! —Las lágrimas ahora fluían libremente, pero no había vulnerabilidad en su voz, solo determinación—. ¿Sabes lo que es ser humillada, traicionada, despojada de todo? Yo nunca había sido tan vulnerable, tan rota... pero te aseguro algo, Gabriel: esto lo pagarás. Ella lo pagará. Y todos aquellos que participaron en esta farsa pagarán. Estoy cansada de ser la víctima en esta historia.
Gabriel estaba atónito, incapaz de procesar todo lo que ella acababa de decir. Su mente giraba, intentando encontrar un punto de apoyo en medio del torbellino de emociones que lo abrumaba. La acusación de Cielo sobre Isabel lo dejó desconcertado y furioso, tanto consigo mismo como con Isabel.
—¿Isabel te empujó? —murmuró, su voz llena de incredulidad y una ira creciente—. ¿Cómo... cómo no me dijiste esto antes?
Cielo lo miró con una mezcla de lástima y desdén.
—¿Y qué diferencia habría hecho? —preguntó con amargura—. No hubieras hecho nada, porque siempre la defendiste. Siempre. Pero ya no importa. Este matrimonio se ha terminado, Gabriel. No quiero volver a verte. Y te juro que no descansaré hasta que ella pague por lo que ha hecho.
Sin decir más, Cielo se dio la vuelta en la cama, dándole la espalda a Gabriel, como un símbolo final de su decisión. Gabriel se quedó allí, sintiéndose más perdido y solo que nunca. La culpa, el dolor, y la ira lo inundaron, dejándolo incapaz de moverse por un momento.
Finalmente, salió de la habitación, con el corazón pesado y la mente llena de una furia helada. Sabía que debía averiguar la verdad sobre lo que había sucedido, pero el hecho de que Cielo lo odiara, de que su matrimonio estuviera en ruinas, era una realidad que lo aplastaba con cada paso que daba.
Al salir del hospital, Gabriel apretó los puños, decidido a descubrir la verdad, aunque temía lo que pudiera encontrar. Su mente ya estaba trazando un plan, pero en lo más profundo de su ser, sabía que, sin importar lo que hiciera, nunca podría recuperar lo que había perdido.