Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 1 — Volví para vengarme.
(POV: Lin Yuwei)
Nunca imaginé que mi vida terminaría así.Sangrando.Tirada en un suelo frío y sucio, con el cuerpo hecho pedazos, y con los rostros de las dos personas en las que más confié riéndose sobre mí.
El dolor me quemaba, pero dolía más la traición.
—¿Todavía sigues mirándome así? —la voz de Yifan me retumbó en la cabeza. Ese tono burlón que antes confundía con dulzura. Ahora solo me sonaba asqueroso.
Lo vi arrodillarse frente a mí, agarrar mi barbilla con fuerza y obligarme a mirarlo a los ojos. Ojos que me enamoraron, que me hicieron creer que por fin alguien me quería más allá del control de mi tío.
—Deberías agradecerme —dijo, acercando su cara tanto que pude sentir el olor a alcohol en su aliento—. Te hice sentir que alguien te amaba. Aunque nunca lo hice.
Quise escupirle en la cara, pero apenas tenía fuerzas para respirar.
Detrás de él, escuché la risa de Jiahui. Esa maldita risa aguda que siempre me sonaba tierna, como la de una amiga. La misma voz que me aconsejaba huir de Zhao Lian, que me decía que él me encerraba porque me odiaba, que me convencía de que solo con Yifan iba a ser libre.
—Pobrecita Yuwei —se burló ella, cruzándose de brazos, disfrutando cada segundo—. Siempre tan ingenua. Pensando que yo era tu amiga, que te protegía. No eras más que un estorbo… y ahora, por fin, te quitamos del camino.
Sentí un nudo en la garganta, mezcla de rabia y asco.No podía gritar, no podía moverme. Solo podía odiarlos.
El hierro del cuchillo aún estaba clavado en mi abdomen, y cada respiración me arrancaba la vida poco a poco. El dolor me mareaba, pero mi mente estaba despierta, consciente de todo.
—¿Sabes qué es lo más gracioso? —Yifan se inclinó para susurrarme al oído—. Ni siquiera tu “tío perfecto” pudo salvarte esta vez.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. No por él. No por ellos.Por él… por Zhao Lian.
Siempre creí que me retenía porque quería controlarme, porque no me dejaba ser feliz. Pero ahora, mientras la sangre me corría por la piel, entendí algo que no quise aceptar antes: él siempre estuvo ahí. Siempre.Y yo le di la espalda.
Quise decir su nombre, pero la garganta me ardía, la voz no me salía.
El mundo empezó a oscurecerse.Las risas de Yifan y Jiahui se volvieron lejanas, como un eco.
Y justo entonces… escuché unos pasos.Fueron fuertes, decididos, como truenos que reventaban en el suelo.
Ellos se quedaron en silencio.
Y cuando lo vi aparecer, con esa mirada llena de rabia, los ojos rojos como un depredador a punto de matar, supe que había llegado demasiado tarde.
—¡Zhao… Lian…! —alcancé a susurrar, con la voz quebrada.
Él corrió hacia mí, me levantó en brazos con desesperación. Su traje caro se manchó de mi sangre, pero no le importó.Por primera vez vi miedo en sus ojos.
—No cierres los ojos, Yuwei. No te atrevas… —su voz temblaba, grave, rota.
Pero ya no podía sostenerme.
—Te lo advertí —susurró él, con los dientes apretados, lágrimas cayendo por sus mejillas—. Te advertí que si huías de mí… te perdería.
Quise decirle “perdón”. Quise decirle que lo entendía. Quise decirle que tal vez nunca fue odio lo que sentí hacia él, sino miedo de lo que provocaba en mí.Pero no pude.
El último recuerdo que tuve fue el calor de sus brazos y la confesión que nunca me dio antes:
—Siempre fuiste mía. Aunque no lo entendieras.
Y después… la oscuridad.
Abrí los ojos de golpe. El aire me entró a los pulmones como un golpe seco.Parpadeé confundida, la garganta ardiendo, la piel húmeda.
No entendía nada. Un segundo antes estaba muriendo en los brazos de Zhao Lian, y ahora… ahora estaba de pie, empapada bajo la lluvia, con las manos temblando mientras sostenía un palo de madera.
Frente a mí, de espaldas, estaba Yifan.Reconocí su chaqueta, su postura, hasta el maldito gesto de mirar hacia los lados como rata asustada, asegurándose de que nadie nos siguiera.
No podía ser.Ese era el momento. El mismo instante en que huí con él. La misma noche que marcó el principio del fin.
El corazón me retumbó en el pecho.Sabía lo que pasaba. Había renacido.
El odio me nubló la vista.Levanté el palo con las dos manos, lista para reventarle la cabeza de una vez. No iba a esperar a que me apuñalara otra vez, no esta vez.
Pero antes de que pudiera moverme… una sombra enorme se plantó frente a mí.Un brazo fuerte me agarró y me jaló contra un pecho duro, caliente, que reconocí al instante. El olor a su perfume caro, mezclado con el humo del cigarro que solía fumar en secreto, me envolvió.
—¿Otra vez, Yuwei? —su voz grave me erizó la piel.
Era él. Zhao Lian.Mi tío.
Sentí su mano firme en mi brazo, sujetándome como si no pensara soltarme nunca más. Me pegó contra él, como si intentara fundirme con su cuerpo para que no pudiera escaparme. La lluvia nos empapaba a los dos, pero su calor me envolvía como fuego.
El aire se cortó cuando se inclinó hasta mi oído.
—¿Escapando otra vez con tu novio? —susurró, cada palabra cargada de veneno y furia contenida.
Tragué saliva. El corazón me latía tan fuerte que creí que lo escucharía.
Detrás de nosotros, escuché los pasos apresurados. Los hombres de Zhao Lian aparecieron de la nada, todos vestidos de negro, reteniendo a Yifan contra el suelo.
—¡Déjala! —gritó él, luchando inútilmente mientras lo sujetaban—. ¡Nos amamos! ¿Por qué no lo entiendes? Ella no es tu prisionera, Zhao Lian, ella es mía.
“Nos amamos”.Las mismas palabras que me envenenaron en mi vida pasada. Las mismas mentiras que me llevaron a la muerte.
Esta vez no sonaron igual.Esta vez sonaron patéticas.
Me apreté más contra el pecho de Zhao Lian, y sin pensarlo… sonreí. Una sonrisa pequeña, amarga.
Zhao Lian se detuvo en seco. Sus pasos firmes hicieron vibrar hasta mi pecho, que estaba pegado a su hombro. Giró apenas la cabeza, sin siquiera mirarme.
—Ocúpense de él. —Su voz fue seca, cortante, como una orden que no admitía réplica.
Escuché a Yifan gritar mi nombre antes de que los hombres lo arrastraran hacia la oscuridad de un callejón. Los golpes empezaron a sonar, sordos, contundentes, mezclados con sus quejidos. No aparté la vista, no esta vez. Una parte de mí disfrutó verlo doblarse.
Tragué saliva, intentando recuperar la compostura.
—Yo no quería escapar —alcancé a decir, apenas un murmullo contra el cuello de Zhao Lian—. Nunca lo haría.
Él soltó una risa amarga, sin humor.
—¿Esperas que crea eso? —dijo sin mirarme, caminando hacia el coche—. Ya escuché tus mentiras suficientes veces.
El golpe en mi pecho no vino de sus palabras, sino de la certeza en su voz. Podía sentir su respiración acelerada, el calor de su piel… y al mismo tiempo, esa distancia fría que me helaba los huesos.
Cuando llegó al coche, abrió la puerta con una mano y me arrojó dentro sin cuidado. No como un gesto violento, sino como quien coloca un objeto que no piensa soltar, pero tampoco acariciar.
El aire se volvió espeso en el interior. Solo estábamos él y yo. Tan cerca, tan encerrados, que podía oler la mezcla de tabaco y lluvia en su ropa.
Me giré, lo miré fijamente. La desesperación me quemaba la garganta, pero esta vez no era por miedo. Era otra cosa. Una necesidad que no entendía.
Levanté mi mano despacio y la deslicé por su mandíbula húmeda, trazando con los dedos la línea de su piel fría. Lo hice con intención, con provocación.
—Zhao Lian… —susurré, sin apartar mis ojos de los suyos.
Sus músculos se tensaron al instante. Podía sentirlo.Pero en lugar de corresponder, se apartó bruscamente, su mirada cargada de rabia contenida.
—No juegues conmigo, Yuwei. —Su voz era baja, peligrosa, como un filo que cortaba el aire.
Se acomodó en el asiento contrario, cruzando las piernas, cerrando los puños con fuerza. Pero por más que quisiera mantener la distancia, el deseo y la ira seguían ardiendo en sus ojos.
Y yo lo sabía.Porque a pesar de su rechazo, ese hombre estaba condenado a mirarme siempre como si fuera suya.