Una noche. Un secreto. Una obsesión que lo cambiará todo.
Stefania solo buscaba escapar.
Damián solo buscaba control.
Pero cuando sus mundos chocan en Atenas, el deseo los arrastra a una noche tan intensa que marca a fuego sus almas.
Ella huye antes de que él descubra quién es.
Él la busca sin saber cómo encontrarla.
Lo que ninguno imagina es que un lazo invisible ya los ata para siempre:
un hijo concebido entre la oscuridad y la pasión.
Cuando la verdad salga a la luz, deberán enfrentarse a sus familias, a sus demonios…
y a una obsesión que ni el tiempo ni la distancia han podido destruir.
La Obsesión del Jefe de la Mafia.
Un romance oscuro donde amar es peligroso…
pero pertenecer es inevitable.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Marca indeleble
Stefy
Ordeno mi ropa mientras mi hermana y Vanity, la mujer que conquistó el esquivo corazón de Nico, me acompañan.
Esta noche por fin me mudaré de la casa de mis padres.
–Esto se siente antinatural –acusa Eva mientras Vanity se sienta en mi cama.
–Si sabes que tiene treinta años, ¿verdad? –le pregunta Vanity a mi hermana.
–¡Claro que no! –responde Eva mirándome, como si quisiera que estuviera de acuerdo con ella.
–Estuviste en su cumpleaños hace dos meses –insiste Vanity–. Antes de su viaje a las islas de Grecia o donde sea que haya estado.
–Tienes quince años –me acusa mi hermana–. Estoy segura. No puedes irte de la casa.
Dejo de ordenar mi ropa y me siento en la cama, al lado de Vanity y miro a mi hermana con una paciencia que estoy lejos de sentir. Se supone que es la mayor, pero siempre se ha comportado como una niña chiquita.
–Tengo treinta años –le recuerdo–. No puedo vivir toda la vida con nuestros padres. Necesito respirar, tener mi propia vida.
–¡Acá la tienes! –devuelve molesta.
–Quiero vivir fuera de su protección.
–Eres una niña –insiste.
Pongo los ojos en blanco antes de seguir ordenando. Imagino que hay cosas por las que no vale la pena pelear con mi hermana.
–¡Cuéntanos más de él! –pide Vanity–. ¿De verdad quedaste sin voz por tres días?
Todo dentro de mí se retuerce con dolor. He estado sufriendo desde que me fui de Atenas. El primer duelo fue a los cincos días, cuando estaba en Italia con Venecia. Ese día desperté y ya no podía sentirlo en mi interior, no me dolía, fue como si nunca hubiésemos estado juntos. Esa mañana lloré en la ducha.
Y hoy también lo hice cuando me di cuenta que los moretones que dejó en mis muslos y caderas se desvanecieron.
Todo rastro de él se esfumó.
–Sí –dice Eva–. Cuando la fui a buscar al aeropuerto no podía decir una palabra.
–¿Fue por gritar o por tanto usar tu garganta? –pregunta Vanity con una sonrisa que no puedo evitar devolver, aunque esté sufriendo en este momento.
–Ambas –respondo y me vuelvo a sentar a su lado–. No puedo dejar de pensar en él, en lo que hicimos esa noche –reconozco–. Pensé que nunca viviría algo así, y realmente pensé, que ustedes, perras, exageraban las dotes de sus hombres, pero imagino que hay hombres que sí saben usar su polla, su lengua, sus dientes, sus manos…–me detengo cuando todas suspiramos a coro–. Maldita sea, solo recordarlo me pone cachonda. Damián amaría verme mojarme tan rápido con solo su recuerdo.
–Damián –susurra Eva–. No puedo creer que no sepas su apellido.
Vanity y yo miramos a Eva sin creer lo que acaba de salir de su boca.
–Puedo acostarme con alguien sin siquiera saber su nombre, abuela –devuelvo indignada.
Eva levanta sus manos, a modo de disculpa. –Lo sé, quizá para mí es importante conocer a la persona primero.
–Sí, imagino que conociste demasiado bien a nuestro primo antes de follártelo –devuelvo y Vanity comienza a reír.
Eva me enseña su lengua, demostrando que mentalmente es la menor del clan Messina Guzmán.
–¿No te ha llamado? –pregunta Vanity–. Ha pasado más de un mes desde que volviste, y sí lo pasaron tan bien cómo dices quizá…
–¿Cómo podría? –la interrumpo–. Nunca le dije mi nombre. Esa última noche pensó que me llamaba Kate Miller, por el pasaporte que me pasó mi padre. Solo me dejó viajar si usaba una identidad falsa, ya sabes cómo es –digo molesta–. No tiene mi teléfono, no sabe dónde vivo.
–Quizá podrías volver de vacaciones –sugiere Eva con una sonrisa–. Creo que te gusta más de lo que te quieres admitir a ti misma.
Me obligo a poner los ojos en blanco cuando dispara muy cerca del blanco para mi gusto, pero Eva tiene razón, lo extraño.
–No puedo creer que haya pasado un mes desde que volví –empiezo molesta con el tiempo y conmigo, debería haberle dicho mi nombre.
Damián merecía saber la identidad de la mujer que se llevó a la cama. Y yo necesito saber dónde ubicarlo. Menos mal no estoy embarazada, porque si lo estuviera no podría localizar al padre de mi hijo y eso sería terrible.
Gracias a Dios por los condones.
Palidezco cuando las imágenes de esa noche inundan mi visión.
–Oh, mierda. Por favor, no. Por favor, no –le pido a la nada mientras corro al baño–. No. No. No.
Esto no puede estar pasando. No a mí. No a la persona que siempre ha encontrado que es tonto no usar un preservativo hoy en día.
Rebusco en mi botiquín y lanzo todo al suelo. La caja de tampones rebota por el mármol, burlándose de mí. No los he usado. Comienzo a contar en mi cabeza y me siento en el suelo cuando me doy cuenta que no me ha llegado mi período desde mi viaje.
Maldita idiota.
–¡La cena está lista! –grita mi hermana mientras yo quiero golpear mi cabeza contra mi tina–. ¿Stefy?
–Bajo en dos minutos –respondo, porque sé que si no digo nada, entrará y ya no podré hacer lo que quiero.
Busco una prueba de embarazo, que mantengo en mi baño, principalmente porque no puedo resistirme a una buena oferta. Y hace cinco meses vendían veinte pruebas en noventa y nueve dólares, me pareció una locura no llevarlas a casa. Además, mis hermanas o mi cuñada Linda podrían necesitarlas.
Tomo una de las pruebas mientras lucho contra el temblor en mis manos. Y luego abro siete cajas más, porque ya que estamos aquí no quiero tener dudas.
Me siento y espero varios minutos hasta que por fin mi vejiga decide cooperar.
Dejo las pruebas en el suelo y me acuesto sobre el mármol a su lado, sin siquiera terminar de subirme mi jeans.
Es mi momento más humilde y vulnerable, eso seguro.
Mientras los segundos pasan recuerdo cómo se sentía Matteo en mis brazos, como deseaba que fuera mío.
¿Y si…?
Cierro los ojos y me niego a sentir esperanza. La esperanza es el peor enemigo en la vida de una persona desesperada, y no quiero agregarle más tormento y sufrimiento a mi existencia.
Llevo las manos a mi vientre, pero las alejo enseguida cuando me doy cuenta lo que estoy haciendo.
No estoy embarazada. No lo estoy.
Me obligo a creer eso, porque si creo lo contrario y luego no lo estoy… Me hago un ovillo y me obligo a contar hasta sesenta mientras empujo los recuerdos de Damián empujando contra mi cuerpo lejos.
Una risa histérica brota de mis labios cuando pienso que le puso demasiado entusiasmo esa noche y quizá… No.
Me obligo a subir mis pantalones y me siento al lado de las pruebas sin atreverme a mirarlas. No todavía. Este limbo no está tan mal. Y no sé lo que pasará una vez que las vea.
Vuelvo a contar hasta sesenta y luego, cuando ya no puedo pensar en otra cosa, bajo la mirada.
La palabra embarazada resalta por todo mi baño. Las ocho pruebas parecen brillar y exigir mi atención.
Vuelvo a reír histéricamente y luego, sin previo aviso, comienzo a llorar.
Seré mamá.
Seré mamá de un precioso niño con cabello oscuro y ojos dorados.
Damián y yo seremos padres.
Me levanto y bajo al comedor, irrumpo en el lugar sin saber qué hacer.
–Estoy embarazada –susurro–. ¡Estoy tan embarazada! –exclamo y vuelvo a reír histéricamente–. Estoy embarazada de un hombre que no conozco y no sé cómo…Oh, maldita sea –maldigo. Tengo que buscar al padre de mi hijo–. Papá necesito el Jet –declaro antes de subir.
Tengo que agarrar un poco de ropa y volver a Grecia. No sé dónde empezaré a buscar, pero sé que lo encontraré. Damián siempre aparecía allá dónde fuera, imagino que yo también puedo hacer lo mismo.
–Cariño –me llama mi padre, quien palidece cuando ve todas las pruebas en el suelo de mi baño.
–Mierda –digo y tomo una de todas–. Necesito evidencia –le aclaro a mi mamá, quien por primera vez en su vida está muda–. No creo que Damián lo ponga en duda, pero… Sé que me creerá –digo para convencerme–. ¿Llamaste al piloto? –le pregunto a papá.
–¿Piloto?
–¡Papá, tengo que volar a Atenas esta noche! –exijo mientras termino de cerrar mi maleta.
–Hija, primero pensemos esto un poco –empieza papá, pero lo ignoro y camino hasta la puerta–. ¿Vienen o voy sola? –pregunto ansiosa.
Suspiro agradecida cuando me siguen. Supongo que será un viaje dónde tendré que dar muchas explicaciones, pero al menos ya nos estamos moviendo.
Tengo que encontrarlo.
A HUEVO!!!
vamos Stefy no seas egoísta y dale a Damian de tu comida y veras como se vuelve loco con su sabor...